La historia del hombre que le dio vida al granito de café no fue tan sencilla como la de su personaje. Al fruto del cafeto un hada madrina le solucionó la vida de repente, al animador, el mundo se le hacía cada vez más difícil. Sin embargo, los dos definieron su futuro con rapidez. Uno sería un grano de café especial y el otro, una especie de Walt Disney criollo.
Bastaron diez años para que a Ernesto Díaz se le resolviera el camino que debía seguir en la vida. Porque a esa edad y luego de la primera y más grande vergüenza de su existencia, decidió lo que iba a ser: animador.
Sucedió en la Escuela Departamental de Varones de Duitama (Boyacá), cuando Ernesto percibía que, bajo su pantalón y a lo largo de su pierna, el liquido tibio de su angustia lo hacía sentir más pequeño de lo que era.
Estaba formado en una hilera con otros cinco niños, era la izada de bandera en la que se premiaba a los mejores estudiantes y él, que sabía perfectamente no ser un destacado, escuchaba cómo el maestro de historia lo ridiculizaba frente a sus compañeros, los padres de familia, otros profesores y, sobre todo, su papá.
“Yo sentía que el corazón sonaba durísimo, tenía mucho calor en la cabeza. Me había orinado de la pena y no hacía más que verle la cara de decepción a mi papá. Se le veía la rabia cuando arrugaba la frente. Era una paliza fija”, recuerda Díaz, cinco décadas después.
Fue tan grande su pecado, que tuvo que abandonar la escuela, dedicarse a trabajar y empezar a sobrevivir mientras buscaba cómo hacer lo único que le interesaba: dibujar.
Su “crimen”, como él lo llama, fue dedicarse a trazar secuencias de imágenes en los bordes de sus libros y cuadernos. Ese fue el motivo para que el profesor de historia lo llamara frente a todo el público de la conmemoración de cierre de año, para mostrar sus dibujos y advertir que perdía el tiempo en clase.
“Era un cabrón. Decía que yo le robaba a mi papá porque iba a la escuela a dibujar. Me preguntaba en clase si era que yo pensaba que iba a vivir de hacer dibujitos”, afirma Díaz entre risas.
Pero faltaron varios años para que los dibujos que le causaron la golpiza de su padre, el abandono de la escuela y el vivir en la calle, se convirtieran en uno de los comerciales más queridos por las familias colombianas. como reveló una encuesta virtual realizada por la revista Protafolio en 2011.
La razón por la que Ernesto no tenía un buen rendimiento académico en 1964, además de su menospreciado talento por el dibujo, era la pena que le dejó la pérdida de su madre. Doña Blanca Aurora Ruiz fue arrollada por un carro fantasma en la avenida sexta en Bogotá, dos meses después de que hubiera invitado a Ernesto a ver su primera película en cine: La Noche de las Narices Frías, el día de los cumpleaños del niño.
Esa noche, con la invitación, Ernesto descubrió lo que sería el resto de su vida.
Un cortometraje previo a la película atrajo toda su atención. En él se explicaba el proceso de creación de las cintas: cientos de hombres dibujando uno a uno paisajes y personajes. Y por supuesto, la imagen del hombre de cabello corto, bigote y vestido impecable que presentaba lo que una vez fue su sueño: un ratón que luego sería el más famoso del mundo.
“Fue increíble. Yo nunca había ido a cine pero durante la película siempre pensaba en la explicación de cómo se hizo. Veía que se movían todos los personajes y lograba entender cómo era que pasaba. Eso fue lo que hice después en el colegio y por eso me sacaron. Es el principio básico de la animación, crear movimiento a partir de dibujos en secuencia. Por eso esa noche casi decidí que yo iba a ser Walt Disney y se lo prometí a mi mamá antes de su muerte. Yo iba a hacer cine animado y, efectivamente, fui uno de los primeros animadores profesionales del país”, cuenta Ernesto.
El granito de café
Cerca de dos generaciones de colombianos han repetido una y otra vez las canciones del granito de café. Ese al que un día, porque sí, un hada decidió vestirlo de tricolor y que después, afortunado él, se encontró una cafetera mágica mientras caminaba por el bosque.
Creado en 1993, originalmente por los publicistas Pedro Chang (QEPD) y Fernando Parra Duque, el comercial tuvo que pasar por un arduo trabajo de reconstrucción y animación hecho por Díaz, para lograr que el cafeto, inicialmente pequeño y sin piernas, lograra tener mejor movilidad.
Se utilizaron más de mil 500 dibujos a base de marcador diluido con alcohol, hubo que escanear cada una de las imágenes, retocarlas digitalmente, adaptarlas, repetir borrar, cortar, volver a escanear y finalmente, usar toda la destreza que Díaz había aprendido en un estudio de animación en EEUU para lograr darle movimiento al personaje con la precaria tecnología existente en el país.
En total se hicieron 12 comerciales que costaron cerca de 90 millones de pesos cada uno, aunque la mayoría se transmitió localmente en Cali. La voz del cantante fue la de Sergio Camilo, el hijo de Ernesto que, a sus seis años, no vocalizaba bien pero lograba conmover a los que lo escuchaban cantar. Años después la voz del niño, y por un inconveniente que rompió las relaciones entre el animador y la empresa, fue reemplazada.
De la serie, los tres comerciales transmitidos a nivel nacional fueron exitosos y para el animador cada uno fue más satisfactorio que el anterior, sin embargo, confiesa el realizador, hubo un error que aún cantan los colombianos.
“Escribí el borrador del jingle del comercial de la paz, que fue el segundo en transmitirse a todo el país y el cliente lo vio y lo envió por fax sin revisarlo. Yo le advertí que tenía que verlo otra vez para evitar errores pero finalmente así quedó.
-un gran genio apareció, concediéndole un deseo, el granito le pidió...-
¡Eso está mal!, es un gerundio mal usado. Parece que el que concediera el deseo fuera el granito y no el genio, pero no lo quisieron cambiar”, afirma Díaz.
Pese a eso, el éxito de los comerciales ha soportado el paso del tiempo e incluso hoy se escucha la versión de Navidad para radio, como si fuera una especie de villancico publicitario.
El trabajo también se posicionó como uno de los más innovadores de la industria en Colombia e incluso significó para su creador el cierre de un ciclo de vida. Entre los 13 y los 26 años tuvo dificultades y retos, luego del percance en el que fue retirado del colegio, trabajó en el local de su papá, abandonó la casa de sus padres, vivió con otros familiares o amigos en hoteles baratos o en la calle. Todo en busca de cumplir su promesa.
“A los trece años empecé a lustrar zapatos en el Café Colonial (San Victorino), luego en el parque Santander y dormía en un teatro. Tuve que aprender a defenderme en la calle, buscar dinero para la comida y sobrevivir, me cuidaba con seguetas afiladas, peleaba cuando tocaba, desconfiaba, andaba alerta, pero nunca pedí dinero ni mendigué nada, porque yo no quería esa vida y por eso en las noches siempre dibujaba”, asegura.
El ‘hada’ de Ernesto fue uno de sus clientes habituales, con el que hablaba incansablemente porque pensaba que era el hombre del que tanto hablaba su padre. Sin embargo se enteró de que este Jorge Eliecer Gaitán era un homónimo dueño de una peluquería, a donde Ernesto fue invitado a trabajar.
Lustraba los zapatos de los ‘cacaos’ de la televisión, se enteraba de los chismes de la farándula del país y hacía amigos. Uno de ellos, profesor de arte, vio los dibujos que guardaba en la caja del betún y lo empezó a guiar, hasta que con una de sus creaciones ganó una beca para estudiar en la escuela de artes de la universidad de San Francisco (EEUU).
En California, antes de que sus compañeros de clase gringos lo convirtieran en una especie de sirviente latino, prefirió volver a la calle. La beca le resultó menos útil que trabajar como mensajero, en donde pudo acercarse a lo que más le gustaba.
“Trabajé como mensajero de un camión restaurante de un mexicano y uno de los clientes era un estudio de animación. Era muy rustico, con taladros tornos… muy de cortar y pegar. Al mexicano lo deportó la migra y terminé en la calle, pero haciendo los mandados de las empresas a donde llevaba los almuerzos. Me hice amigo de los de la compañía de animación, barría el piso, afilaba los lápices y aprendí a manejar el aparato con el que se filmaba. Entendí la mecánica del dibujo animado aunque nunca hice uno”, cuenta.
En la historia profesional de Ernesto Díaz hoy se cuentan más de 150 comerciales, 20 de ellos de similar reconocimiento que los del granito de café. Una compilación de acetatos de salsa que se enfila de un lado a otro de su cuarto y una colección de miles de películas que prefiere ver en vez de “perder el tiempo” con la televisión.
Junto a su cama cuelgan unas maracas, un guiro y una guacharaca, que suele exhibir los viernes en Son Salomé cuando sale a bailar salsa con su esposa. Y en su taller, que es su casa, se siente el olor de las resinas, pegantes y marcadores con los que diariamente trabaja para crear modelos, piezas o dibujos.
También esconde en el armario 14 guiones inconclusos de películas. Alguna vez pensó que no estaban lo suficientemente enriquecidos o que les faltaba sentido para lanzarse a rodar su propia historia.
El hombre del corbatín
En 1983, para estrenar su nuevo equipo de tocadiscos con sonido cuadrafónico, Ernesto buscaba el almacén Daro en el centro de Bogotá (hoy centro comercial Terraza Pasteur) cuando, sin esperarlo, reconoció la imagen de un hombre con corbatín que se le acercaba.
Durante varias décadas había pensado cómo reaccionaría si volviera a ver la figura del profesor apasionado por la historia, que dictaba clases en verso y que parecía nunca quitarse su ruana gruesa. Incluso había preparado la manera de hablarle si el momento, que por fin había llegado, se daba: pedirle explicación, presentarle su trabajo, evitarlo…Pese a eso, mientras aumentaba el calor en su cabeza y lo tuvo en frente, apenas logró articular algunas palabras.
“Le pregunté si se acordaba de mí y solo me miraba sin decir nada. Yo pensaba que al menos se acordaba, pero me dolió mucho darme cuenta de que no”, dice.
-¿Se acuerda de mí?, Soy hijo de Álvaro, el del campo de tejo- le dijo.
–¡Ay! sí, ¿qué hay de tu papá?- respondió.
-No importa, ¿se acuerda que usted me humilló delante de todos? Pues sabe qué, viejo hijueputa, vivo de hacer dibujitos.
El profesor Estupiñán, el exmaestro de historia del colegio Departamental de Varones de Duitama, no respondió. Su hijo, quien lo acompañaba en ese momento, intentó lanzarse sobre Ernesto. Pero no era su pelea y el niño que hacía veinte años había sido humillado ya había terminado su ataque.
El Walt Disney criollo, como lo catalogó la revista Diners en los 80, no recuerda las pocas palabras que surgieron después de su estocada contra el profesor. Solo que luego de eso le dio la espalda y caminó en sentido contrario por la carrera séptima, mientras sentía un hormigueo en su estómago, las manos le sudaban y el calor en la cabeza que había sentido en su infancia se recreaba. Ese día no compró el acetato ‘Fantasía’ con el que iba a ensayar su reproductor. Sin embargo, mientras caminaba, en su cabeza se escuchaba el sonido de la música que Disney logró consolidar como una obra maestra del cine: Tocata y Fuga de Johann Sebastián Bach.
Aunque considera que su vida ha sido de éxito y su historia de superación ha servido de ejemplo para sus hijos y alumnos, Ernesto aún sueña con hacer su propia película. Esa de la que se alejó para desarrollar su técnica creando comerciales. La que empezó a escribir 14 veces con historias distintas que se esconden en su armario. Sus hijos enfocaron sus vidas hacia la magia del cine, que Ernesto les inculcó mientras les contaba sus aventuras durante los almuerzos.
Cada vez que cuenta esa ‘película’, una de las pocas que no ha visto en una pantalla, sonríe. Quizás porque su éxito llegó más allá de la idea de cumplir un sueño de niño. Tal vez porque su historia, finalmente, tiene un desenlace similar al de su granito de café. Seguramente, porque el niño del cine sabe que, aunque no como lo esperaba, hace bastante tiempo logró cumplirle la promesa a su madre.
@alejoborraez
El hombre que dio vida al granito de café
Vie, 20/12/2013 - 19:19
La historia del hombre que le dio vida al granito de café no fue tan sencilla como la de su personaje. Al fruto del cafeto un hada madrina le solucionó la vida de repente, al animador, el mundo se l