Estados Unidos en 2021: progreso racial en el sur y una turba blanca en el Capitolio

Sáb, 09/01/2021 - 15:00
Al día siguiente de que Georgia eligiera a un descendiente negro de aparceros y a un joven cineasta judío como senadores de Estados Unidos, las fuerzas de la política de agravios de los blancos contratacaron.
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Erin Schaff / The New York Times

ATLANTA — Al día siguiente de que Georgia eligiera a un descendiente negro de aparceros y a un joven cineasta judío como senadores de Estados Unidos, lo cual evidenció el creciente poder político de las minorías raciales y religiosas, las fuerzas de la política de agravios de los blancos contratacaron.

En la “Casa del Pueblo” de Washington, una turba compuesta en su mayoría por personas blancas que apoyaban los intentos del presidente Donald Trump para revertir las elecciones tomó el edificio del Capitolio por la fuerza bruta. Las banderas confederadas ondeaban en la sede de la democracia estadounidense. Se levantó un patíbulo, del cual colgaba una horca. El contraste era tan marcado como cualquiera, en un día que fue un ejemplo de la paradoja original de la nación: un compromiso con la democracia en un país con un legado de exclusión racial.

Las semillas que germinaron en insurrección estaban ocultas a plena vista: en los mítines de Trump, donde sus partidarios establecieron mercados al aire libre de odio y conspiración en los que vendían banderas confederadas y camisetas que se burlaban de sus opositores y de los medios de comunicación. En los medios de comunicación conservadores, donde abunda el lenguaje de la revolución y la guerra civil. En la cuenta de Twitter de Trump, que ha diseminado los mensajes de los supremacistas blancos, los antisemitas y los extremistas antimusulmanes.

El jueves por la noche, volvió a ese Twitter para publicar un mensaje de video en el que condenó las acciones de la turba, sin asumir la responsabilidad de invitarla a Washington o inspirar sus acciones. “Ustedes no representan a nuestro país”, dijo a los revoltosos, para luego saludar a “todos nuestros maravillosos simpatizantes”. El viernes por la noche, Twitter suspendió de manera permanente la cuenta de Trump “debido al riesgo de una mayor incitación a la violencia”.

La pregunta de si esa turba representa un extremo del espectro político estadounidense o un movimiento creciente que se opone cada vez más a las normas democráticas es una cuestión esencial al final de la era de Trump, cuando está claro que el progreso de algunos es visto como una afrenta para otros.

“No sorprende ver a los insurrectos arremolinarse alrededor del Capitolio cuando el gobierno federal está dirigido por personas que han convertido en proyecto del Partido Republicano el desmantelamiento del gobierno federal”, dijo el representante de Nueva York, Mondaire Jones , un demócrata que acaba de tomar posesión del cargo.

Añadió que esos líderes “articularon esta falsa narrativa de un gobierno federal que busca oprimir los derechos del pueblo estadounidense”.

El jueves, al igual que otros legisladores, Jones reconoció que era más fácil diagnosticar las causas del caos que generar soluciones. Las fuerzas que ayudaron a los demócratas a enviar a Joe Biden y Kamala Harris a la Casa Blanca son reales. También lo es la creciente brecha entre el movimiento liberal y el conservador, y el hecho de que la incorporación gradual en Estados Unidos de afroestadounidenses, gente de color, inmigrantes y nativos estadounidenses en el tejido democrático ha tenido un costo.

Biden abordó las consecuencias cuando presentó a sus designados para el Departamento de Justicia el jueves por la tarde.

Lo enmarcó como una llamada de atención para un país que a veces ha fingido ignorar esta realidad: las porciones más ardientes de la base blanca de Trump son engullidas por una mezcla tóxica de teorías conspirativas y racismo.

“Nadie puede decirme que, si hubiera sido un grupo de manifestantes de Black Lives Matter ayer, no habrían sido tratados de manera muy diferente a la turba que asaltó el Capitolio”, dijo Biden.

Y prometió que su gobierno enfrentará este momento como un desafío político. “Más que nada, necesitamos restaurar el honor, la integridad y la independencia del Departamento de Justicia en esta nación”, dijo.

Pero la turba puso a prueba algo más que la política o la ideología. Las intenciones de los simpatizantes del presidente chocaron con una idea que yace en el corazón del experimento estadounidense: que, con el tiempo, el compromiso del país con la democracia superará su historia de intolerancia.

Biden ha dejado claro que cree que el Partido Republicano, desde su base hasta sus altos funcionarios electos, romperá con la postura inflexible de Trump y trabajará con los demócratas y su gabinete. Ha seleccionado a experimentados líderes de gabinete con esa misión en mente, con la intención de restaurar la fe en las instituciones de Estados Unidos a través de rostros conocidos y moderación ideológica.

El miércoles en Delaware, al comentar la situación de emergencia por la jornada de disturbios, Biden repitió un discurso conocido: “Las escenas de caos en el Capitolio no reflejan al verdadero Estados Unidos, no representan lo que somos”.

Algunos líderes de los derechos civiles dijeron que se llevaron el mensaje opuesto: que era hora de reconocer el alcance de los desafíos que enfrenta el país, no de descartarlos como algo marginal. Este fue un mensaje dirigido a Biden, a ambos partidos políticos y a las instituciones más poderosas del país.

La representante de California Maxine Waters , quien es uno de los principales miembros del Caucus Negro del Congreso, dijo que las imágenes deberían ser un recordatorio estremecedor de la sangrienta lucha del país contra la injusticia.

“Esa bandera confederada evocó, en mi caso, a las personas negras que han muerto como resultado del racismo”, afirmó la legisladora en una entrevista telefónica.

Hasta cierto punto, la semana regresa la era política definida por Trump a sus orígenes. Años antes de que anunciara su candidatura presidencial en la Torre Trump de Nueva York, Trump lideró la difusión del “birtherism”, una potente mezcla de teoría de la conspiración y racismo que buscaba deslegitimar al presidente Barack Obama.

Su campaña presidencial de 2016 estuvo llena de desinformación y prejuicios similares. Se negó a criticar el apoyo del líder del Ku Klux Klan, David Duke ; insinuó que un juez mexicoestadounidense no podía juzgar con justicia y permitió que un hombre que le hizo una pregunta en un mitin de Nuevo Hampshire dijera, sin ser cuestionado, que Obama era un musulmán que “ni siquiera era estadounidense”.

Durante su tiempo en el cargo, los simpatizantes de Trump interpretaron los actos del presidente como una aprobación tácita y comenzaron a organizarse en línea, fuera de la mirada de los principales medios de comunicación y con el respaldo de algunos funcionarios republicanos.

Un documental, “Death of a Nation”, realizado por el provocador conservador Dinesh D'Souza , comparó al Partido Demócrata con la Alemania nazi e instó a la opinión pública a resistir por todos los medios necesarios. La recepción en la alfombra roja estuvo llena de estrellas en Washington con apariciones de Donald Trump júnior, el hijo del presidente, y el secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano Ben Carson . Los miembros republicanos de la Cámara de Representantes celebraron fiestas de recaudación de fondos para la campaña en las que se proyectó el documental, y lo mismo sucedió en algunos grupos locales del Partido Republicano.

En Arizona, un estado pendular donde los republicanos dependen de la participación de los conservadores rurales blancos para superar los votos demócratas en los centros urbanos, la presidenta estatal del partido, Kelli Ward y el representante Paul Gosar han estado presentes en eventos como la manifestación “Patriotismo por encima del socialismo” y una reunión llamada “Trumpstock”, que reunió a figuras públicas asociadas con el presidente y a oradores entre los cuales había nacionalistas blancos declarados que amenazaron con recurrir a la violencia si Trump perdía la reelección. En Trumpstock, los simpatizantes del presidente hablaron de manera desenfadada y abierta sobre la violencia e insistieron en que no eran supremacistas blancos, a pesar de su lenguaje racista. Eran patriotas.

En lugar de condenar tales comportamientos, Trump y sus aliados los han alabado. Cuando esta semana se dirigió a los manifestantes en Washington, muchos de los cuales habían viajado a la capital después de asistir a eventos locales similares, el presidente enmarcó sus acciones en los mismos términos apocalípticos utilizados en la película de D'Souza: el país se encontraba en una encrucijada y necesitaba salvación.

“Nunca recuperarán a nuestro país con debilidad”, dijo Trump a la multitud. “Tienen que mostrar fuerza y tienen que ser fuertes”. Rashad Robinson , presidente del grupo de derechos civiles Color of Change, declaró que Biden debe sentirse incentivado por los resultados presidenciales de noviembre y, quizás, por la indignación ante los acontecimientos en Washington. Mencionó que el gobierno demócrata entrante debe hacer de la justicia racial una prioridad de gobierno, no solo una idea para hacer promesas de campaña.

“En 2020, por primera vez en la historia, la justicia racial se convirtió en un tema mayoritario en las urnas”, señaló Robinson. Y agregó: “Ahora tenemos que hacer el trabajo para asegurarnos de que lo que es un asunto mayoritario se convierta en una mayoría gobernante. Porque así es como se hace funcionar una democracia, cuando la voluntad del pueblo se cumple. No obtenemos justicia racial de una verdadera democracia. Obtenemos una verdadera democracia de la justicia racial”.

Esa admisión choca con los mitos raciales que el país ha mantenido desde hace mucho tiempo y requiere un reconocimiento de que la democracia nacional plena no es centenaria ni estática, sino frágil y relativamente nueva. La legisladora Waters dijo que ver los símbolos de odio expuestos el miércoles la hizo temer por su vida. Y si a algunos les sorprende la poca cantidad de arrestos, o disparos, entre quienes irrumpieron por la fuerza al Capitolio, no debería ser así. La multitud era blanca.

“Cuando miré a esa multitud, no vi a ninguna persona de color; todo lo que vi fueron caras blancas decididas y enojadas”, dijo Waters. “Los blancos de este país van a tener que asumir la responsabilidad y ellos son los que van a tener que ayudar a cambiar la mentalidad”. 

Por: Astead W. Herndon / The New York Times

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The New York Times
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