Festival sanandresano transformó el significado de ‘riña’

Mié, 18/12/2019 - 10:49
Una industria creativa que se levanta a punta de música en la isla.

El calor lo aplasta todo, tiraniza al mundo, corroe lo salvable y despierta sólo las iras, los rencores, las envidias, los odios más infernales, como si su propósito fuera provocar el fin de los tiempos, la historia, la humanidad y la memoria…”, dice el cubano Leonardo Padura en su libro Máscaras.

En un bochorno similar al narrado por Padura, siempre abrazados por negras camisetas, unos 27 jóvenes colombianos, venezolanos, cubanos y jamaiquinos trabajaron juntos por una semana. Su objetivo: dar vida a la primera edición del Laka Laka Fest que se llevó a cabo el viernes 6 de diciembre en San Andrés, Colombia.

Laka-laka es una expresión en creole, la lengua nativa de los raizales sanandresanos, que significa riña. Esta vez, por medio del programa Backstage to the Future: Caribbean (BTFC) -diseñado por el British Council en alianza con la Cancillería de Colombia, la Gobernación de San Andrés, Green Moon Foundation y High Hill Productions-, la etimología negativa de dicha palabra adquirió un nuevo significado: evolución.

Laka-laka, o más bien, el Laka Laka Fest fue durante la noche del pasado viernes una especie de ritual de transición donde 27 aprendices alternaron responsabilidades con cinco tutores expectantes de desarrollar un evento en ciernes que reunió a nueve artistas locales y dos internacionales.

Joe Taylor and the Fire Band, R-VYBZ (feat: Prophet Negus), Kalsy Bone y King Nathan, entre otros; y los extranjeros Vox Sambou (Haití) y de The Busy Twist (Reino Unido), se presentaron en una tarima atípica para lo que están acostumbrados.

Allí, por más de seis horas, entre errores y aciertos, los novatos movieron los hilos de un espectáculo con un sistema de sonido para el público de 18.000 vatios de potencia, capaz de cubrir un área para 2.500 espectadores; dos consolas digitales de 48 canales de gama alta; un escenario de 10mts x 8mts y unas torres de andamio a 10 mts de altura, las cuales soportaron un techo donde se colgaron 32 lámparas. También fueron necesarios unos 300 mts de cableado para llevar la señal a 32 micrófonos dinámicos utilizados por los artistas.

“La metodología del programa (BTFC) se basa en un proceso de experiencia práctica que permite a los participantes adquirir y mejorar sus habilidades en dirección escénica, ingeniería de sonido, diseño de iluminación, habilidades blandas y gestión de eventos, mientras trabajan en sus propios festivales emergentes como Laka Laka en San Andrés, o junto a profesionales culturales en festivales más establecidos como el Havana World Music Festival (Cuba), el Rebel Salute (Jamaica) o el Green Moon Festival (San Andrés)”, explicó el gerente regional del Backstage to the Future: Caribbean, Luis González.

Además, y con el fin de robustecer los conocimientos en el área de producción de festivales semejantes a los citados por González, los 27 aprendices tuvieron el asesoramiento de Nicolás Romero, miembro fundador de Árbol Naranja, compañía que presta sus servicios a los festivales Rock al Parque y al Estéreo Picnic.

Con él, los jóvenes trabajaron aspectos fundamentales para el andamiaje de un festival masivo. Desde coordinar lo relacionado con la logística, la producción técnica, el montaje del escenario; hasta la gestión de artistas, las proyecciones presupuestales, la producción de campo y el ‘booking’.

“Este año -agregó González- se busca que los aprendices puedan afianzar todo lo que han venido desarrollando a lo largo de su capacitación. La mejor manera para que esto ocurra es que tengan horas de vuelo; es decir, que se apropien de espacios donde adquieran más responsabilidad sobre sus hombros. Que puedan encargarse ellos mismos de realizar el evento y no trabajar, como en fases pasadas, desde la sombra”.

Refugiada en una apretada carpa que protege el Front of House (FOH) -consola con la que se maneja la calidad del sonido que sale al público- Maxine Gilmore, entrenadora líder del BTFC y quien participó en festivales como Coachella o el Lollapalooza, aseguró que el éxito de estos ejercicios de docencia práctica está ligado directamente con las raíces de cada aprendiz y de su “hambre y entusiasmo por hacer las cosas”.

Según determinó una investigación de María Lucía Torres para la Universidad del Rosario (Bogotá), después de que San Andrés fue declarado puerto libre, en la isla se generó una superpoblación y desplazamiento económico, social, cultural y territorial de la población raizal.

En este plano, el BTFC ha servido como punto de partida para demostrar cómo una comunidad puede, por medio del arte y la cultura, estructurar modelos económicos basados en las industrias creativas sin perder de vista los saberes ancestrales. “Este programa no sólo ha fortalecido las relaciones culturales, sino que ha fomentado la transferencia de conocimientos entre los países”, añadió Sylvia Ospina, directora de Artes del British Council Colombia.

Ligado a esto, González apuntó: “Queremos que los jóvenes sean unos líderes sociales entre sus comunidades. Queremos que ellos sean unos grandes gestores y promotores culturales entre su gente. La idea es que puedan permear sus grupos y expliquen la importancia de apropiarse de su cultura y visualizarla a través de los festivales antes mencionados. Todo en un marco de autosostenibilidad”.

En la isla caribeña donde el pirata galés Henry Morgan escondía sus tesoros, el calor no aplastó nada, no tiranizó nada, no exacerbó los odios y no corroyó los ánimos. No hubo, en el sentido más oscuro de la palabra, Laka-laka.

En cambio, la noche de aquel viernes donde la “furia de los grados en ascenso” se mezcló con las expresiones culturales emergentes de la tradición creole y la diáspora africana global, vio la consolidación de 27 talentos que, de forma implícita, ayudaron en la ‘resignificación’ de un término y sentaron las bases para un festival naciente en el Gran Caribe. Nada mal.

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