La reina de la cárcel

Mié, 16/03/2011 - 13:00
Mide 1,64 m, pesa 56 kilos, y sus medidas son de modelo: 90-62-94. Con ese perfil, Ana María Escobar podría ser una presentadora de noticiero o desfilar en una pasarela. Pero desde hace nueve años
Mide 1,64 m, pesa 56 kilos, y sus medidas son de modelo: 90-62-94. Con ese perfil, Ana María Escobar podría ser una presentadora de noticiero o desfilar en una pasarela. Pero desde hace nueve años escogió otra cosa: ser jefe de prensa del Instituto Penitenciario (Inpec), una entidad donde la hostilidad se percibe en sus oficinas y en las 146 cárceles que tiene en todo el país. Ana María debe lidiar con periodistas de todo el mundo que buscan una entrevista con los presos del país, decenas de derechos de petición y con más de 140 llamadas que le entran diariamente para que suministre datos o que logre que el director de la entidad responda a un nuevo escándalo de una cárcel. Pero también con los internos. Tiene 34 años y es comunicadora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. A los 23 aspiró a señorita Cundinamarca y alguna vez trabajó para Bogotá Fashion.  En 1989 fue Miss Juventud. Pero nada la entusiasmó tanto como estar cerca de criminales, corruptos, parapolíticos, paramilitares y delincuentes de todo tipo. Haga clic sobre la foto para abrir galería. En diciembre de 2004 corría el rumor de que la extraditable jefe de las Farc,  Omaira Rojas Cabera, alias “Sonia”, podía ser asesinada por envenenamiento. El director del Inpec en ese entonces, general Ricardo Cifuentes, decidió que sus tres empleadas de mayor confianza hicieran turnos en la cárcel El Buen Pastor para evitar que el rumor se hiciera realidad. Ana María hizo turno como una guardiana cualquiera. Sentada en una silla Rimax, a la intemperie, pasó noches enteras al lado de Sonia. La extraditable compartía con ella el café en las frías noches bogotanas, mientras otra interna, María Isabel, esposa del temido jefe de la banda de La Terraza, Dandenis Muñoz Mosquera, lugarteniente de Pablo Escobar, compartía con ella las arepas que asaban en el pabellón. Ana María no detiene su rutina entre presos. Maneja tres celulares, un Avantel, un Blackberry, y hasta un teléfono chino con los que puede ver los noticieros de televisión en sus correrías. Los piropos no faltan, ni los halagos por su belleza, pero también insultos de periodistas desesperados que la culpan por no lograr sus historias o confirmar una chiva. También debe lidiar con denuncias de sus propios compañeros que la acusan de querer desprestigiarlos. Hace poco el capitán Ever Alberto Aragón, comandante de vigilancia del Inpec, la denunció por injuria porque su foto y nombre apareció en el magazín virtual del Inpec, donde se cuestionaban temas de funcionamiento de la Cárcel de Picaleña, de la que él hacía parte. ¿Cómo logra sobrevivir una mujer atractiva en medio de ese mundo hostil? Hace tres años, Ana María fue a la cárcel de Cómbita, Boyacá, donde están recluidos los presos más peligrosos y aquellos que están a punto de ser extraditados. Ángelo, un interno neoyorquino, le rogó que lo acompañara a su celda para mostrarle algo. Después de insistir, entró. Su impresión fue mayúscula. El extraditable había forrado el lugar de 3 x 2 metros cuadrados con las fotos de ella, publicadas en septiembre de 2007 por la revista SoHo. El recluso le pidió que  le firmara algunas de ellas y le confesó que él la veía como un ángel. Ella respondió que no le parecía gracioso y huyó de la celda del gringo. A los 23 años aspiró a ser Señorita Cundinamarca. Las fotos de SoHo la lanzaron a la fama. Apareció en ropa interior en la sección Modelo no Modelo. Las provocadoras imágenes fueron la comidilla de la época, porque pocos la conocían. Por las fotos tuvo que soportar envidias y recriminaciones. Funcionarios del Inpec recuerdan que le hicieron malas caras en las oficinas y en el ascensor de la entidad, porque algunas mujeres no aceptaban que casi se hubiera desnudado en esa publicación. Sus mejores amigas de la época también la criticaron. Ella dice que lo hizo por convicción y no para que fuera aceptada o rechazada. Su jefe de la época, general Eduardo Morales, así como el entonces ministro de Justicia, Carlos Holguin Sardi, aprobaron las fotos, mientras que su novio, el hoy presentador del canal Caracol Juan Diego Alvira, se molestó con el asunto. Hoy es su esposo y ya es un tema superado. Ana María siguió su camino. Hoy se le ve como siempre con buenos trajes, zapatos Calvin Klein, First Class, Valeria Mazza, Nine West o Bartucci, de tacones con paso firme entre los pabellones de las cárceles.  Cuando entra a una de ellas, los presos la tratan con respeto, pero de algunas celdas se escuchan gritos como “llegó la modelo del Inpec” o” ¡Huy, doctora, se compuso el día!”. No siempre es cómodo. Ana María debe someterse a requisas embarazosas, como sucede con cualquier parroquiano, y en ocasiones debe esperar hasta una hora para ingresar a un penal. En septiembre de 2007, Ana María se destapó en la revista  Soho. Casi nunca se asusta, ni siquiera en septiembre pasado, cuando se perdió en los laberintos de un pabellón de la cárcel Bellavista, de Medellín, mientras acompañaba a un periodista que viajó hasta allí a escribir una nota. Había más de 2.000 presos en medio de un absurdo hacinamiento. Los internos la respetaron y la ayudaron a salir. Horas más tarde, hubo un asesinato en el lugar a donde ella había estado. Sin embargo, un día en el pabellón de alta seguridad de mujeres en Valledupar sí se asustó. Mientras hablaba con una reclusa apodada “cebollita”, su pareja sintió celos y estuvo a punto de agredirla. La guardia se percató del hecho y la sacaron del lugar. Si bien no sufre de paranoia, Ana María anda prevenida. Por ejemplo, Yesid Arteta, el ideólogo de las Farc que estuvo diez años en  la cárcel, la puso en alerta porque tenía fama de conquistar con su palabra a cualquier mujer que se le acercara. Arteta había ganado los concursos de cuentos del Inpec y se decía que había cautivado a reinas de belleza que iban a visitarlo. Ella se lo encontró en tres cárceles distintas. Aunque no se le acercó mucho, afirma que es un encantador de serpientes. Ana María disfruta su trabajo, pero no tiene sábados ni domingos. Si va a  cine, puede recibir llamadas sobre una revuelta en la cárcel de Cúcuta. Si va a una fiesta, debe salirse si un medio de comunicación la busca para una declaración del director. Y si duerme, la despierta uno de sus teléfonos para que su jefe responda por un escándalo en La Picota, por cuenta de una fiesta ofrecida por un ex senador de la parapolítica. Hoy el techo de su oficina está en ruinas. Comparte ese lugar con cinco periodistas y una secretaria que le ayudan a aguantar el ritmo. Su personalidad es arrolladora y por donde pasa se roba las miradas. No obstante, ella no hace alarde sobre su belleza y su cuerpo. Ya no quiere ser modelo ni reina, como cuando estudiaba en el tradicional  colegio San Patricio, donde también estudió la esposa del presidente Santos, la periodista Adriana Eslava y la ex reina Susana Caldas. Lo cierto es que después de nueve años en el Inpec, Ana María Escobar, “la reina”, “la modelo”, “la mamacita”, como la llaman algunos reclusos, parece no querer abandonar nunca las cárceles del país. Como jefe de prensa del INPEC, tiene a su cargo la información de 146 cárceles. Toda la ropa de Le Collezioni Av. 15 con calle 106, Cra. 12 No. 82-31 Bogotá.
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