En épocas de Navidad suele ser el lugar preferido no solo de los dueños de almacenes de ropa de todo el país, sino también de las familias que quieren comprar una buena pinta para las fiestas. Allí los precios son considerablemente menores a los de los almacenes de marca o incluso a las tiendas de ropa barriales.
Pantalones a 45 mil y camisetas a 10 mil son las prendas que más se consiguen y se venden. De todas maneras, allí se consigue de todo, ropa y zapatos de todos los tipos, tamaños y colores. Si no lo hay, sencillamente no existe.
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En las noches, San Victorino es otra Bogotá. La gente deambula como si fueran las horas del mediodía, caminan con toda tranquilidad sin importar que sean las 4 de la mañana; eso sí, hay poco espacio para transitar, se arman trancones humanos que avanzan sin velocidad y el distanciamiento se hace imposible.
Se escucha el estruendo de los parlantes a todo volumen, el ruido a esas horas no afecta a nadie. Suena música urbana y la voz de los de los vendedores promocionando sus prendas. Hacen todo lo que esté a su alcance para vender en estas épocas de crisis.
Mucha gente y poca venta
Las calles 10 y 11 se ven abarrotadas, pero los vendedores son claros en algo: no ha sido una buena temporada. Aunque en esta zona no se puede caminar con diligencia, en otras épocas era imposible dar dos pasos seguidos. La crisis postpandemia ha provocado una caída en las ventas, por estos días el negocio en el Gran San Victorino se mueve a menos del 50% en relación a las mejores épocas.
“Este año ha sido totalmente diferente. El año pasado había más flujo de gente, no se podía ni caminar”, señala Martha Hincapié, vendedora del GranSan.
Los compradores vienen de varias partes del país. Llegan abrigados hasta la cabeza para contrarrestar el implacable frio de la capital a esas horas. Muchos de ellos cargan en sus hombros un costal que de a poco se va llenando de ropa, según las ofertas que van encontrado.
Encontrar el mejor precio requiere de una larga caminata y para lograrlo tienen toda una noche. En época decembrina el madrugón pasa a ser una vigilia, abre desde las 12 de la madrugada, hasta las 8 de la noche del otro día. Algunos otros negocios prefieren trabajar las 24 horas, de sol a sol.
Los puestos en las calles 10 y 11 también intentan tener su agosto en diciembre. A gritos ofrecen sus productos y cuando va pasando algún potencial cliente le preguntan con persistencia qué está buscando.
Durante los madrugones se permite la instalación de módulos en los pasillos del GranSan. Por un puesto de dos metros cobran 700 mil pesos de arriendo, parece caro, pero es uno de los puntos fijos en dónde compran los mayoristas. La ropa que allí se ve no se consigue fácil en los almacenes, y el precio tampoco.
Una compradora de Villavicencio llegó desde muy temprano. Tiene casi lleno con ropa de hombre y mujer el costal que carga con esfuerzo. Acude cada sábado a la madrugada para surtir el negocio de ropa que tiene en la capital del Meta. Sale alrededor de las 12 de la medianoche para llegar a las 4 de la mañana en plena apertura del ‘Madrugón. Se demora el tiempo necesario que requiere encontrar buenos precios, una labor ardua pero que genera ganancia. Se devuelve el mismo día para Villavicencio porque si alcanza para la ropa, no alcanza para la estadía y la comida en Bogotá.
“Han subido los precios por la temporada, por ahí 3 mil pesos por prenda”, afirma.
Las familias de compras al Madrugón
No obstante, no solamente mayoristas se dan cita en este lugar para proveer sus negocios, también acuden familias enteras en busca de las pintas sagradas de diciembre: la del 24 y la del 31. Los niños se agarran fuertemente de la mano de sus padres o hermanos mientras caminan, perderse en la multitud sería una tragedia.
Incluso este el segmento de compradores que más ha visitado durante esta temporada el Madrugón. La venta al detal reina en pleno terreno de mayoristas. Una camiseta, un jean y un pantalón es lo más buscado por las familias que no pierden la costumbre de estrenar ropa a pesar de que el bolsillo esté apretado. Tres prendas en 150 mil es una ganga en comparación a los almacenes de marca y en donde por ese mismo valor se podría adquirir una sola prenda.
“Más que todo se está vendiendo al detal, mayoristas muy pocos. Lo que esperábamos este año no era como el año pasado que llegaban muchos mayoristas, porque hubo muchas alzas en el valor de las mercancías”, advierte Hincapié.
Esto podría ser un indicio de las consecuencias de la pandemia: muchos pequeños negocios de ropa, en barrios, pueblos y ciudades seguramente cerraron. O tal vez muchas familias que solían comprar ropa de marca en centros comerciales para las festividades, hoy prefieren, por la crisis económica que viven, pegarse la madrugada con el único objetivo de lucir prendas nuevas durante el fin de año.