¿Quién mató a Andrea Marcela García Buitrago?

Jue, 15/11/2012 - 15:30
El lunes primero de octubre María Buitrago, empleada doméstica, amaneció enferma y le pidió a su hija mayor, Andrea Marcela, que fuera hasta la tienda –a una cuadra de la casa en el barrio El Mi
El lunes primero de octubre María Buitrago, empleada doméstica, amaneció enferma y le pidió a su hija mayor, Andrea Marcela, que fuera hasta la tienda –a una cuadra de la casa en el barrio El Milagro de la ciudad de Tunja– para llamar a su jefe y avisarle que no podría ir a trabajar. Ese día, a diferencia de cualquier otro, mandó a la niña de doce años sola, sin la compañía de su hermana Claudia Liliana, de nueve. Andrea Marcela salió de su casa a las 8 de la mañana camino a la tienda que se puede ver desde la casa de la familia García Buitrago. La tendera afirma que llegó hasta allí y habló por teléfono. Pagó la llamada con dos monedas de cien pesos, salió sin despedirse y caminó en dirección hacia su casa, en lo alto del cerro, casi a las 8:15 de la mañana. A las 8:30 la niña no había vuelto a la casa y María asumió que estaría donde su abuela, a una cuadra de distancia de la tienda y a casi tres cuadras de la casa de la familia García Buitrago: los tres lugares en una línea recta desde el cerro hacia abajo. A las 11 de la mañana, cuando ya la niña debía comenzar a arreglarse para la escuela, María decidió buscarla y solo entonces advirtió que no estaba donde su abuela y tampoco en la tienda. Entonces llamó a Alberto García, su marido. Juntos  empezaron a buscarla en las casas de sus amigas, en el colegio y en todo el barrio. Hacia las tres de la tarde llamaron a la policía y mientras eran interrogados, los agentes comenzaron a buscar a la niña en los alrededores de la casa, en las calles y el colegio. Andrea Marcela GarcíaLa casa de la familia Buitrago queda en las montañas que rodean la ciudad de Tunja. Andrea Marcela desapareció a plena luz del día, en el tramo entre la tienda y su casa. Nadie la oyó gritar. La última en verla con vida fue la tendera. Los padres de la niña afirman que la policía nunca buscó en los cerros y jamás entraron a ninguna casa. Mientras tanto la niña estuvo desaparecida durante cinco días. Desesperados, Alberto y María dicen que salieron con el hermano de Alberto, en su carro, y comenzaron a buscar a Andrea Marcela hasta que el motor del carro se dañó. Casi enloquecidos, abrieron el capó y se quemaron con el agua hirviendo del motor. El tío sufrió una quemadura muy grave en la mano; Alberto una leve herida en el brazo derecho. Actualmente, dice María, la historia clínica de su cuñado está desaparecida del hospital, lo cual le hace pensar que están investigando la quemadura de su mano. Continuaron la búsqueda durante toda la semana. Alberto asegura que el viernes al mediodía se dirigió hacia la que llaman ‘La curva de la muerte’, en el barrio La Fuente. Esta zona –a dos kilómetros de la casa de los García Buitrago–situada cerca a la salida hacia Villa de Leyva, donde termina la ciudad y empiezan el bosque y los cerros, es famosa por ser el lugar donde los criminales se deshacen de los muertos. Alberto bajó la loma y se metió entre los árboles llenos de basura por donde merodean perros callejeros. Caminó un rato por la zona y al no encontrar a su hija, salió de allí y siguió buscándola y repartiendo volantes con su foto, en la que se la ve con el uniforme del colegio y hay una descripción de la ropa que llevaba puesta cuando salió de su casa la última vez. El día siguiente, sábado casi a las 2 de la tarde, el tío de la niña volvió a la zona donde su hermano había estado veinticuatro horas antes. Esta vez sí encontró el cadáver de su sobrina. De inmediato llamó a la Policía;  sin embargo los padres de la niña aseguran que  hay un CAI muy cerca, los oficiales no se presentaron hasta tres horas más tarde. Vecinos cuentan que una vez llegaron los oficiales el tío, histérico, acusó a los oficiales de haber asesinado a la niña y le lanzó a uno de ellos un ladrillo que por poco le golpea la cabeza. Al parecer, el hombre luego se desmayó. Resultados de la necropsia realizada el martes al cadáver concluyen que la causa de muerte fue asfixia por estrangulamiento manual. La niña además fue torturada, le quemaron parte del cuerpo y abandonaron su cuerpo debajo de unos árboles, al pie de una loma. Los perros de la zona, tuertos, bajitos y de patas gruesas, se habrían comido un brazo de la niña y partes de otras extremidades.  Pero dejaron la cara intacta y fue así como pudo ser identificada por sus tíos, pues sus padres, así como no han querido ir a la zona donde la encontraron por sentir que al ir están haciendo algo mal, no quisieron verla sino hasta el entierro. Andrea Marcela GarcíaLa niña fue encontrada en un lugar boscoso, cercano a su casa. Por ahora, lo único que hay son preguntas. ¿Cómo es posible que nadie hubiera visto nada, si eran las 8:15 de la mañana y la niña solo debía recorrer un trayecto de una cuadra? Esto hace pensar que debió irse con alguien que conocía, por lo tanto no hubo ningún forcejeo y esto explicaría que nadie la hubiera oído gritar. Cerca al cuerpo de la niña encontraron una maleta en la que se cree que la persona que la mató cargó el cadáver para dejarlo allí abandonado y quemado, quizá con la intención de que los perros de la zona la devoraran y su rastro desapareciera para siempre. La zona está llena de casas, ¿cómo es posible que nadie hubiera visto nada? Nadie sintió el olor nauseabundo que despide la carne humana cuando es quemada y nadie vio una fogata, lo que indicaría que la niña estuvo secuestrada durante cinco días, asesinada quizá donde la escondían y luego abandonada en ‘La curva del muerto’. Alberto y María afirman que no tienen explicación para lo que le pasó a Andrea Marcela. —No me cabe en la cabeza, no me cabe en la cabeza, no me cabe en la cabeza…  —dice María, desesperada, mientras se aprieta ambos lados de la cara con las manos. Aseguran que si tienen enemigos no los conocen, como tampoco conocen el motivo por el cuál podrían tener enemigos. No creen que haya sido una venganza. Dicen que los medios de comunicación están especulando cuando se refieren a la culpabilidad del tío de la niña. También se niegan a oír los chismes de los vecinos, quienes aseguran que la familia tuvo que ver con la desaparición y cruel asesinato de Andrea Marcela. Mientras tanto, se rumora que Jorge Iván Guarín, el fiscal a cargo del caso, habría afirmado durante un almuerzo el miércoles que toda su investigación apuntaría a la familia de la niña. En la casa de los Buitrago María y Enfelberto –quién prefiere que lo llamen Alberto– viven en una casita muy humilde sobre los cerros que rodean Tunja. Desde allí se puede  ver toda la ciudad. Desde allí se puede  ver toda la ciudad. Los tunjanos le tienen miedo a El Milagro, pues afirman que es muy peligroso. La poca gente que hay en las calles mira con desconfianza. Cuando estamos a diez metros de la casa detenemos el carro en un camino destapado y nos bajamos.  Entonces vemos unos niños sentados sobre el pasto a un costado de la casa. Cuando nos ven se levantan muy rápido y se desaparecen. Tocamos a la puerta y adentro no se oye nada, como si se estuvieran escondiendo de nosotros. Al rato sale una mujer muy seria caminando entre unas plantas que rodean la propiedad, lleva los brazos cruzados sobre el pecho. Le digo que tengo una entrevista con Alberto García y trato de entregarle una botella y un ponqué que he traído conmigo, pero la mujer se niega a recibirlo. Dice que la situación está muy complicada y que desconfían de todo el mundo. A nadie le reciben nada, ni a policías o periodistas. Alberto está en el CTI con su mujer, no demora en llegar, pero luego de hablar con él por teléfono decidimos ir a buscarlo y después de mucho insistir, la mujer me recibe la botella no sin antes batirla, como confirmando que es, de hecho, Coca-cola. Alberto y María están vestidos de negro. Serios, muy serios, ojos chiquitos, caminan con mucho trabajo, como si les pesara el alma. Debo insistir mucho para que se suban al carro y volvamos hacia El Milagro. Una vez allí la mujer de antes vuelve a disculparse por no haber querido recibir la botella. Se trata de la hermana mayor de María. —Estamos muy asustados —dice Alberto mientras levanta a David del piso y María asiente con la cabeza—. Tenemos miedo de la gente, miedo por los niños, miedo de que los vecinos nos vayan a hacer algo, o las personas que le hicieron esto a la niña. Andrea Marcela GarcíaDespués de 47 días, el crimen de Andrea Marcela aún no se ha esclarecido. Por dentro la casa es muy fresca, tan fresca que es obvio que por la noche se sentirá mucho frío. Está en obra negra y los rayos del sol se cuelan por entre varios huecos que tiene la precaria construcción. Tiene un baño diminuto, dos cuartos y un corredor que hace las veces de comedor y cocina. La única decoración que hay es una imagen de la Virgen María detrás de las fotos de Andrea Marcela y un afiche de Mickey Mouse en la puerta del cuarto de los niños. En este cuarto hay dos camas en las que descansan colchones desnudos y una cuna desordenada. Pareciera que estuvieran durmiendo todos juntos en la habitación de los padres. El ambiente de la casa es tenso. No se siente dolor sino  miedo, pánico, paranoia. No hay sonrisas, pero tampoco hay lágrimas. El pequeño David, de dos años, se mueve inquieto entre los brazos de su papá, escurridizo. Tiene la cara y las manos muy sucias, como uno de esos niños que no vale la pena bañar porque estará lleno de mugre de inmediato. Abraza una botella de Coca-Cola de dos litros. Aún queda un poco de la gaseosa en el fondo y él no deja de batir la botella hasta que no le sirven el refresco en un vaso de plástico hondo. Luego mete los dedos en el vaso y se los chupa. Su papá le seca la mano con la suya y le dice que no haga eso. David no hará caso y no se quedará quieto hasta que no comencemos a hablar de las fotos de su hermana Andrea Marcela. Entonces me quitará una foto de ella de las manos y la tomara entre su pulgar y el índice y se quedara quieto, muy quieto, mirando la foto de su hermana con la más solemne seriedad. No deja que le quiten la foto de las manos. Será él mismo quien la vuelva a acomodar entre la veladora y el arreglo de flores blancas que hay sobre la mesa de madera del comedor. Durante la entrevista, no nos ofrecerán de la Coca-Cola que la tía guardó en una nevera tan pequeña como las de los cuartos de hotel. Cuando ya nos hemos despedido la mujer sale detrás nuestro insistiendo que tomemos un vasito, que ya nos ha servido. Entonces volvemos a entrar a la casa y nos sentamos sobre las sillas de madera que hacen juego con la mesa del comedor y bebemos presionadas. Solo entonces Alberto se servirá un vaso y beberá él mismo. Nos iremos de allí sin haberles podido tomar ni una foto, pues el pánico no se los permite.
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