"Sobreviví al infierno del Bronx"

Vie, 27/05/2016 - 03:02
Por: @DMateoChacon

Conoció el vicio
Por: @DMateoChacon Conoció el vicio siendo un niño. Hacía parte de una familia disfuncional; sus padres, en medio de la pobreza, lo tuvieron cuando aún eran unos adolescentes que ni sabían ni tenían cómo cuidarlo. Antes de cumplir diez años llegó a la calle del Bronx. Así inicia su historia Jeison, quien hoy, a sus 17 años, se gana la vida con un trabajo de peso: es cotero en la central de abastos de Bogotá, Corabastos Mientras que la mayoría de colombianos duerme, muchos hombres y mujeres, entre ellos *Jeison, en medio de la oscuridad y el frío de la madrugada, que hiela hasta los huesos, alzan bultos de comida para surtir los mercados de la capital. Lea también: Me enfarré con $ 5.000 en el Bronx Sus manos callosas y de articulaciones hinchadas combinan con la expresión tosca de su rostro, son señales que le han dejado la rudeza de su actual trabajo y un pasado que quiere olvidar. Son las tres de la mañana. Su jornada inició hace una hora y terminará sobre las 9 a.m. Ladron a Cotero-02 Jeison huyó de su casa porque la calle le ofrecía lo único que buscaba: drogas y la sensación de libertad que tanto le gustaba. A los pocos días ya estaba en la “L”, como también se le conoce al sector del Bronx, que deambuló durante cinco años. GALERÍA: El peso de trabajar en Corabastos Lejos de su casa, sin plata, con hambre y con la afanosa ansiedad de drogarse, no encontró otra opción de subsistencia: Robar. Aunque podía conseguir hasta 20 mil pesos en un solo día todo lo gastaba en vicio. “Lo que uno se gana se lo fuma. Allá venden comida, pero drogado no da hambre. Me gustaba echar ‘gale’ (pegante), eso se le pega en las tripas y a uno ya no le dan ganas de comer. Pero eso hace mucho daño. Conozco gente que se ‘galeaba’ y los tuvieron que operar porque les salieron bolas en el estómago de tanto echar pegante”, dice *Jeison, que hoy camina entre carretas y arrumes de comida con la cabeza abajo y un poco jorobado porque  el peso de los bultos que ha cargado desde hace dos años, desde que se convirtió en cotero, ya está dejando secuelas y le dificulta mantenerse erguido. Tambien le puede interesar: Mi vida en las peleas ilegales Con una notoria vergüenza que pretende esconder entre gestos y ademanes, narra que en la calle del Bronx consumió pegante, basuco, perico y Rivotril, una pastilla que “cuando llega al estómago, estalla y lo pone a ver colores”. La pepa valía 3 mil pesos, el gale mil, y el ‘susto' (basuco) se conseguía en quinientos pesos. “Usted se mete un susto y escucha hasta los pasos de un gato, piensa que lo están mirando o siguiendo, hasta cree que lo van a matar”, explica, mientras sentado en una carreta descansa un rato y se come una mantecada acompañada con tinto, le hace una pausa a la cotidiana merienda y dice: “Eso es muy feo, uno se siente muy mal y el cuerpo no resiste tanto”. Nunca tuvo amigos en la “L”, igual dice que no le hicieron falta. Tampoco lamentaba no tener novia, estaba drogado y no pensaba en eso. No se metía con nadie, buscaba pasar desapercibido y eso le atribuye el estar con vida. No todos corren con la misma suerte, "varios niños y jóvenes terminaban violados y cualquiera corría el riesgo de morir si se metía con los 'Sayas'", el grupo de delincuentes que tiene el control del tráfico de droga, la plata y las famosas fiestas del Bronx. Ladron a Cotero-01 En una ocasión, a las afueras de la zona, *Jeison vio una carreta abandonada con algunas bolsas negras. Su curiosidad lo llevó a acercarse, pero una patrulla de la policía lo hizo primero que él. "Algunas de las bolsas estaban llenas de dinero y en las otras estaba el cuerpo descuartizado de un hombre. Jeison dice que lo más seguro es que haya sido asesinado por los 'Sayas' y sus hombres. “Ellos lo matan hasta por mil pesos” dice mientras le da el último mordisco a la mantecada. Recuerda que los muertos eran enterrados en fosas comunes dentro de las casas, o en plena calle. Asegura que la escena de ver que alguien llevando una pala y con un bulto encima era cotidiana. "Solían enterrar dos, cinco, o hasta diez personas juntas. A veces se volvía a abrir una fosa para meter en ella más muertos." En uno de sus pocos momentos de lucidez logró darse cuenta el riesgo que corría en ese lugar. En ese momento, al analizar dónde estaba, se llenó de miedo y busco ayuda en una fundación le brindó el tratamiento de rehabilitación y lo contactó con sus padres, que viven en una humilde casa en Soacha. Su rostro y su cuerpo cambiaron mucho a causa de la droga, el hambre y la calle. Del niño que se marchó ya no quedaba nada.  Pero a pesar de los cinco años de indigencia y de la fuerte adicción estuvo dispuesto a empezar de cero. Después del tratamiento de desintoxicación consiguió trabajo de cotero en un supermercado de frutas y verduras. Tras unos meses, un compañero se lo llevó a Corabastos, donde podría ganar algo más de dinero. Su vida hoy transcurre entre toneladas de verduras, costales y canastas. Aunque le toca trabajar arduamente para subsistir, no duda en que es mejor que todo lo que vivió en uno de los lugares más peligrosos de Bogotá. La vida en Corabastos es dura y literalmente el trabajo es pesado. Le pagan $700 por cada bulto. Un mal día, que no hay mucha carga, se puede hacer entre $20.000 a $25.000. Hay jornadas mejores en las que sale con $40.000 en el bolsillo, después de haber cargado casi sesenta bultos. Para lograr esa cuota carga sobre su espalda y al mismo tiempo dos o tres costales de papa, tomate, maíz o cebolla. *Jeison cuenta que hace un mes no disfruta un solo peso de los que se gana con el sudor de su frente, como lo dice el viejo adagio. Está demandado por lesiones personales y por orden judicial tiene que indemnizar a un hombre a quien en medio de una pelea le rompió la mano con una varilla. El joven cotero, que aparenta mucha más edad de la que tiene, sigue narrando su historia mientras  una vez más cruza a toda velocidad la bodega “La Reina”, la principal en Corabastos, y se echa al hombro, esta vez, dos bultos de cebolla cabezona, que a paso ligero lleva hasta la calle en donde una fila interminable de camiones permanecen parqueados mientras se llenan de alimentos. En uno de estos Jeison descarga para volver por otro par de bultos. Ya casi amanece y *Jeison no ha cargado suficientes bultos. No será un día bueno. Hoy no es una jornada muy concurrida porque el mercado está caro y los comerciantes compran menos cantidad. *Jeison sabe que no se puede dar el lujo de perder más tiempo respondiendo preguntas y contando anécdotas. Así que mientras corre extiende su pesada mano y se despide con una rebuscada sonrisa; ingresa de nuevo a la bodega donde se le ve pedir otros bultos de cebolla, se los hecha al hombro y hábilmente se pierde con afán entre una multitud de personas.
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