Tres mosqueteros en Medellín

Jue, 09/12/2010 - 08:55
En noviembre de 2009, 219 personas fueron asesinadas en Medellín. En el mismo mes de 2010, la cifra bajó a 141. Muchas personas han trabajado para que la ciudad respire con tranquilidad, y entre ell
En noviembre de 2009, 219 personas fueron asesinadas en Medellín. En el mismo mes de 2010, la cifra bajó a 141. Muchas personas han trabajado para que la ciudad respire con tranquilidad, y entre ellos se destaca un grupo de tres. Los llaman “Los tres mosqueteros”. Otros les dicen “Los Notables”. Estos apelativos no les ayudan mucho con el bajo perfil que quieren mantener.  Llevan meses trabajando con discreción para encontrarle salida a la guerra urbana de Medellín: Jaime Jaramillo Panesso, ex comisionado de paz de Antioquia, con un rol activo en la desmovilización de los paramilitares;   Jorge Gaviria, asesor de la Comisión Facilitadora de paz de Antioquia, y el ex comandante del ELN Francisco Galán, quien después de pagar catorce años de cárcel su nueva obsesión es la paz. Se conocen desde 2003 y las reuniones son en la Casa de Paz, donde prácticamente vive Francisco Galán. Desde hace un año su relación tomó un rumbo definitivo. Estaban alarmados por la ola creciente de inseguridad y violencia, con más de mil homicidios al año producto de una guerra entre los 147 combos que mandan en las comunas de Medellín. También estaban cansados de escuchar todo el tiempo los nombres de Maximiliano Bonilla, alias "Valenciano", y Érick Vargas, alias "Sebastián", herederos del jefe paramilitar “Don Berna”, como ejes de la guerra. Jorge Gaviria, Jaime Jaramillo y Francisco Galán ‒Hablábamos de paz y pasábamos por encima de los cadáveres. Eso había que pararlo ‒dice Galán, mientras se acomoda su barba blanca y espesa, que ha dejado crecer como si estuviera pagando una promesa. Tocaron todas las puertas de las oficinas gubernamentales en busca de autorización para intervenir. Se propusieron ubicar en las cárceles de Itagüí, Bellavista y Cómbita a los jefes de las bandas, quienes alimentaban desde allí la guerra urbana. Fueron días largos de búsqueda y conversaciones pacientes que pronto dieron frutos. En febrero pasado consiguieron el compromiso de una primera tregua. Sin embargo, la noticia se hizo pública  y Frank Pearl, entonces comisionado para la reintegración, encargado también de la oficina de paz de la Presidencia, los desautorizó. “Era una época electoral y el proceso se detuvo. Perdimos capacidad operativa y los interlocutores, temerosos, se retiraron”, dice Jaramillo Panesso. La persistencia se impuso y el trabajo discreto continuó su marcha. Galán, desde su Casa de Paz, realizó al menos cincuenta reuniones donde se discutieron los puntos críticos del conflicto. Las sesiones resultaron ser muy pedagógicas para las autoridades locales frente a los principales problemas de violencia de sus zonas, y ayudaron a resocializar a los actores. Por su parte Jaramillo Panesso, al lado de Jorge Gaviria, director de la Fundación Razones Soñadas, han desarmado y capacitado a más de ochenta ex integrantes de combos de Medellín. Ellos, a su vez, podrían ayudar a otros a dejar las armas. Después del esfuerzo inicial frustrado, cuando se toparon con la burocracia del gobierno nacional, retomaron su propósito en agosto pasado. Hicieron diagnósticos, volvieron a hablar con pandilleros, organizaciones civiles y autoridades para medir el aceite de su nueva propuesta de paz. Saben que no existe una causa única para la guerra. Tienen claro que la Oficina de Envigado es historia y que sólo está en el imaginario. Que la solución no está en el número de policías que entren a las comunas. Que se requieren nuevas normas para castigar con severidad al menor infractor, al tiempo de generarle alternativas a los pandilleros. Y algo clave: que el problema no es de inversión pública, pues las dos administraciones pasadas han invertido más de 600 mil millones de pesos en cultura, salud, educación e infraestructura en las comunas de Medellín, sin lograr los resultados esperados. Tienen el mapa de navegación claro. Sin embargo, nadie les presta atención.  El 8 de octubre pasado probaron suerte con el nuevo gobierno al que le enviaron una carta en la que le informaban que más de mil pandilleros estaban dispuestos a entregar las armas, pero que no lo hacían por falta de garantías jurídicas y sociales para reincorporarse. Le dejaron en claro que la clave estaba en la coordinación de las organizaciones estatales y civiles, y señalaron la urgencia del cambio en la legislación. Esta vez fueron escuchados de forma parcial. A comienzos de noviembre Galán viajó a Bogotá donde se reunió en el Congreso con el presidente de la Cámara, Carlos Alberto Zuluaga, y con el viceministro de Justicia, Pablo Felipe Robledo, a quienes les comentó su plan para disminuir conflicto. Pero desde entonces no ha tenido más respuesta. Y allí siguen con ganas de hacer más por Medellín y los municipios del área metropolitana. Han luchado contra las adversidades, incluso con sus estigmas del pasado: a Jaramillo lo señalan como el supuesto inspirador de las Autodefensas, junto al entonces gobernador de Antioquia Álvaro Uribe; Galán por haber sido el terror de las petroleras en Arauca durante su comandancia en el ELN, y Gaviria por ser hermano del ex asesor presidencial José Obdulio Gaviria, y primo de Pablo Escobar. Pero estos señalamientos no los detienen. Sienten un deber moral y ciudadano para seguir en su empeño. Juntos suman varias décadas que les dan experiencia, paciencia y la fuerza para insistir en su búsqueda obsesiva por encontrar las claves de la paz en Medellín. Tienen un activo invaluable: los  combos les creen.
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