La crisis de las democracias representativas está ligada a su propia naturaleza. El Estado de derecho reconoce las complejidades del poder, por eso lo fragmenta, le impone límites, frenos. Aquello supone transiciones lentas que en los tiempos actuales contrastan con los anhelos insatisfechos de una sociedad sumida en la inmediatez.
Por eso, van apareciendo gobernantes que rompen el Estado de derecho y se explican en la necesidad de entregar resultados a la sociedad. Y para sorpresa mía, cada vez más ciudadanos están dispuestos a ceder garantías democráticas para obtener mejorías sociales.
El caso de Colombia, sin embargo es muy distinto. Estamos frente a un presidente que pretende arrollar el Estado de derecho, pero no lo hace para lograr algo, sino para escribirlo. Petro no es un hombre de ejecución, ni de acción. Lo suyo son las palabras, quiere echar discursos grandilocuentes y escribir leyes con las que promete un mundo mejor. Hacer no es lo suyo.
Su manejo del ejecutivo es malo. Entregará en crisis todos los sectores económicos del país y en ruinas las finanzas públicas. Dejará un país endeudado, ahogado en impuestos, en crisis energética comprando un costoso gas importado, con un creciente déficit de vivienda, sin nuevas vías, con educación sin avances… pero sus más estruendosos fracasos son la salud y la seguridad.
Colombia pasó de ser un ejemplo en salud a vivir en una crisis, que fue provocada voluntariamente por el gobierno. Querían probar que el sistema no funcionaba, querían crear las condiciones donde los ciudadanos pidieran una reforma. Emprendieron la tarea de demostrar que podían hacer un mejor sistema en el magisterio, y fracasaron, con un costo monumental económico. Fracasaron administrando las EPS que intervinieron. Otra vez, son buenos en la promesa y malos en la ejecución.
Prometió la paz total y nos trajo a la violencia total. Esa es la nueva realidad de los colombianos. Debilitó toda la Fuerza Pública.
¿En dónde quedaron sus promesas para los más pobres? ¿qué hizo por la economía popular? ¿Dónde están las vías terciarias y la solución para los campesinos?
Como presidente, Petro es un fracaso. Sin embargo, ha logrado convencer a la opinión pública de que no lo dejan gobernar y señala a los otros poderes públicos: porqué le tumban o no le aprueban una ley. Si leyes era lo que quería sacar, se ha debido quedar de congresista.
Parece que todo el proyecto de gobierno de Petro consiste en sacar tres leyes con las que promete cambiar el mundo, y una nueva constitución con la que -asegura- Colombia será otra. Es un mal chiste. El Presidente no hizo nada, pero pretende escribirlo para fingir que algo hizo.
Del intento de doblegar al congreso con una consulta popular, pasamos al decretazo -bien frenado por el Consejo de Estado. Y ahora bajo el concejo del Rasputín hablan de una constituyente por vía de papeletas inconstitucionales.
Sus discursos son un adagio al odio, un llanto frente a lo que no logra y una simplificación majadera de señalar culpables. Todas sus palabras ya tienen una víctima hoy en Miguel Uribe. Petro no es culpable del atentado, pero si es responsable. Sus palabras alientan la violencia, su incapacidad como presidente la permiten.
Y todo esto se inscribe en una tremenda crisis de corrupción. A la que le suman un sonsonete de que todos quieren hacerle un golpe de estado. Desde las Cortes, el congreso, su ex canciller. A eso nos tiene acostumbrados, pero ahora metió a los EE.UU. y ahí le van a parar la pataleta. Porque en el mundo no se trivializan las palabras -aunque sean majaderas- de un presidente, ni se permite el maltrato a congresistas y poderes públicos.