Villavicencio, Viernes 02 de Diciembre. Como si se tratara de una película de terror o uno de esos filmes hollywoodenses en donde el fin del mundo acaba de llegar y nadie sabe qué hacer, Villavicencio vivió su versión imaginaría del apocalipsis. El caos se apoderó de las personas, la razón fue lo primero que se perdió y se demostró, una vez más, que ante una tragedia natural no se sabe qué hacer.
Llegó el invierno
El invierno que desde hacía meses azotaba al resto del país ni siquiera se había sentido en Villavicencio, parecía ser que esas imágenes de pueblos enteros bajo el agua y ríos que se confundían con autopistas, nunca se verían en la capital del Meta. Fue entonces cuando la ola invernal que tanto se había anunciado, por fin llegó: toda una noche llovió, cientos de casas quedaron cubiertas de lodo y agua, y, por si fuera poco, un rio arrasó un con tramo de vía y se llevó a un par de vehículos y personas. La ciudad ahora estaba alerta. Alerta, disgustada e inconforme. La ayuda que se supone llegaría del gobierno no se hizo presente y las personas damnificadas, familias enteras que en muchos casos lo habían perdido casi todo, protestaron: muchas calles fueron cerradas y pequeñas marchas demostraban que el problema no era solo lo que se veía en televisión, era una realidad que había afectado a miles.
El fin
Fue entonces cuando el rumor apareció: una avalancha estaba en camino a Villavicencio y, probablemente, arrasaría con ella. Cerca de media noche, como si a ciudad entera se hubiera puesto de acuerdo, el caos se desató. En cada barrio, en cada calle, se escuchó la noticia. ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? ¿Cómo escapar? Lo que muchos veían como el cumplimiento de una tragedia anunciada (Chingaza algún día se desbordaría y por el Guatiquía a la ciudad acabaría), fue el detonante para que miles de desprevenidos trataran de salvar sus vidas e intentaran ponerse a salvo.
Las líneas no funcionaban, las llamadas locales no se podían hacer y los números de atención a emergencia habían colapsado. Por celular, personas preocupadas intentaban avisar a sus familiares de la tragedia que se avecinaba. Al hacerlo, contrario a protegerlos de algún peligro, lo que hicieron fue propagar una verdadera ola de desinformación. Más de uno fue despertado por vecinos o amigos que, temerosos por la avalancha que en pocos minutos llegaría, les anunciaban con tono apocalíptico que quedaba poco tiempo para empacar y huir.
En las calles, aquellos afortunados con carro que ya tenían todo preparado para el éxodo, se encontraron con largos trancones formados por otros como ellos que buscan dejar Villavicencio (la ciudad que quedaría en el recuerdo como la Armero del siglo XXI). Así que los carros entre ellos se obstaculizaron, no tenían claras sus rutas y los accidentes no tardaron en aparecer. Tan confundidos como aquellos que corrían en grupos tan grandes como si fuera un domingo de ramos, los conductores intentaron salvar sus vidas.
No faltó, sin embargo, el “prevenido” y “calmado” (como uno de mis vecinos) que tuvo el tiempo suficiente para hacer un pequeño trasteo y empacarlo en su camioneta. Aquella pregunta, que tal vez todos nos hemos hechos, de “¿Qué salvaría en caso de emergencia?” Fue respondida por él en cuestión de segundos, tenía clara sus prioridades: los colchones no podían faltar, la
ropa era fundamental y las mascotas tenían que tener un espacio.
El rumor
Todo empezó desde un celular. Las primeras alertas sobre una avalancha provocada por la posible apertura de las compuertas de la represa de Chingaza fueron transmitidas a través del PIN de un Blackberry. De ahí, fue solo cuestión de tiempo para que el mensaje se multiplicara y llegara a cada rincón de la ciudad. Como si cada mensaje que apareciera en la pantalla de un dispositivo móvil fuera verdad, muchos le dieron credibilidad y ayudaron propagar el rumor. Todos querían estar a salvo y avisarle a quienes no sabían lo que pasaba. Las llamadas a las líneas de emergencia hicieron colapsar el sistema y, contrario a tranquilizar la situación, no faltó el policía mal informado que pidiera un desalojo pronto de los lugares en peligro.
Esta serie de rumores ya habían ocurrido, aunque en menor escala, un día en el que se aseguró haber una bomba en un centro comercial. La amenaza resultó falsa pero el pánico real.
En Twitter la información era más clara, los primeros mensajes que consulté hablaban de total normalidad en la represa y descartaban que una avalancha se dirigiera a la ciudad. La policía, a través de su cuenta en la red social, informó que eran falsos los rumores. Aún así, muchos no lo sabían (no todos usan Twitter o saben qué es).
Lo que pasó en Villavicencio fue similar a lo ocurrido en Estados Unidos el 30 de octubre de 1938 con la adaptación para Radio de La Guerra de los Mundos. En aquella época, se le hizo creer a los oyentes la caída de meteoritos que posteriormente corresponderían a los contenedores de naves marcianas que derrotarían a las fuerzas norteamericanas usando una especie de "rayo de calor" y gases venenosos. El resultado: histeria colectiva, las personas creyeron que de verdad los extraterrestres estaban invadiendo la tierra. En Villavicencio se creyó que la avalancha era real. En ambos casos, hubo un convencimiento absoluto por gran parte de la población de que el fin estaba cerca.
La lección
En una ciudad con Alcalde provisional (porque el titular está siendo investigado y ha sido apartado temporalmente de su cargo), donde es claro que no existen programas de reacción en casos de emergencia, incluso una falsa alarma causa caos. Villavicencio no está preparada para afrontar un desastre natural, las autoridades no son capaces de mantener efectivamente informados a sus habitantes y ellos no saben cómo actuar ante una situación peligrosa.
¡Las personas siguen creyendo cuanta basura les dicen y son irresponsables al momento de generar o reenviar un mensaje que afecte la seguridad de una ciudad entera! La tecnología, en vez de ser utilizada para salvar vidas, es usada para generar caos y zozobra.
Día histórico
El 02 de diciembre pasará a la historia como el día en que una ciudad de más de 500 mil habitantes fue engañada por un chisme entre celulares. Se lo contaré a mis hijos y nietos, me burlaré de lo sucedido, y lo celebraré, año tras año, como el día en que sobreviví a una gran avalancha (avalancha de crédulos que querían salvar sus vidas). Al fin de cuentas, yo sobreviví a Chingaza 2011.