
Hace unos días el DANE, en su último censo poblacional, informó acerca de la tendencia de envejecimiento de la población colombiana: “hay más adultos mayores de 65 años y menos jóvenes menores de 15 años”; una realidad que nos exige replantearnos el lugar y papel que le estamos dando a nuestros mayores desde nuestras familias como desde las ciudades.
Disminuir los índices de soledad de nuestros abuelos significa implementar mecanismos que permitan operar la inclusión social; generar espacios de formación al adulto mayor y de trabajo decente adecuado a sus capacidades, que les permita albergar sentimientos de utilidad y desarrollo humano.
Adecuar a Bogotá como una ciudad amigable con las personas mayores, que cuente con una infraestructura accesible como: andenes en buen estado, espacios verdes tranquilos y seguros, sillas para su descanso, instalación de baños, facilidad de participación en eventos y actividades, en resumen, adaptar la ciudad para un envejecimiento activo.
Ahora, esa transformación de ciudad debe ir acompañada de la construcción de redes de apoyo dentro de la familia para que no se sientan excluidos; deplorable saber que cada día cuatro personas mayores, en nuestro país, son abandonados en las calles.
Igual de preocupante son las cifras de la Asociación Colombiana de Gerontología y Geriatría acerca de la cantidad de casos de Alzheimer en mayores de 60 años: “En Bogotá existen más de 200.000 casos, los cuales no son diagnosticados porque los médicos no se encuentran capacitados frente a la enfermedad además acceder a una clínica de memoria es muy costoso para una persona particular”.
Considero que nuestra ciudad debe contar con su propio centro de memoria, con el ánimo de realizar el diagnóstico oportuno de la enfermedad, como también de ofrecerles apoyo a las respectivas familias y cuidadores.
En nosotros está la defensa y promoción de una vejez digna de aquellas personas que han sido testimonio de valores en nuestras vidas; un entorno amigable les hará mantenerse útiles y productivos.