Borges por Arciniegas

Dom, 19/06/2011 - 10:06
Borges: el uno y el otro
Borges habla del otro Borges con frecuencia, como si no fueran sino dos los de este nombre. Hace cosa de cuatro años, en Bue
Borges: el uno y el otro

Borges habla del otro Borges con frecuencia, como si no fueran sino dos los de este nombre. Hace cosa de cuatro años, en Buenos Aires, debíamos encontrarnos en una redacción. Llegó con algún retardo y nos encontramos subiendo él la escalera del hotel y yo najando. Me adelanté a saludarlo. No me había visto. Kodama le dijo: “es Arciniegas”. Con esa sonrisa triste y lejana en que mezclaba un poco de dulzura y un poco de ironía, y esos ojos perdidos que miraban lejos, me dijo: “Perdone, Arciniegas: usted lo sabe. No veo nada”. Era el juego de siempre; lo veía todo. Le contesté: “Mire Borges… (ahora me pregunto porqué le dije mire) en lo de su ceguera creo muy poco. Recuerde que hace años (le hablaba de 1967…) cuando visitamos la galería de Múnich usted me hizo ver en cada cuadro todo lo que yo había “descubierto…”. Él se acordaría porque su memoria –lo sabe todo– era de miedo, pero me replicó: “No, Arciniegas, usted está equivocado… Eso no es así… No era yo: era el otro Borges…”.

Poco después publicó en La Nación –27 de marzo de 1983– el relato titulado Agosto 25, 1983. Se trataba de lo que le iba a ocurrir cinco meses más tarde. ·”Fui caminando hasta el Hotel… Entré al vestíbulo cuyos espejos pálidos repetían las plantas del salón. Curiosamente el dueño no me reconoció y me tendió el registro. Tomé la pluma que estaba sujeta al pupitre, la mojé en el tintero de Bronce y al inclinarme sobre el libro abierto ocurrió la primera sorpresa de las muchas que me depararía esa noche. Mi nombre, Jorge Luis Borges, ya estaba escrito y la tinta todavía fresca…”.

Quienes hayan leído el relato recordarán el resto. No puede olvidarse. Borges subió al cuarto y cuando entró vio al segundo Borges de espaldas en la angosta cama de fierro, más viejo, enflaquecido y más pálido… Se hablaron. Vino una cuestión de fechas. Ayer cumplí, dijo el que llegaba, sesenta y un años…Inés, que estaba en la cama: Cuando tu vigilia llega a esta noche habrás cumplido, ayer, ochenta y cuatro: hoy estamos a 25 de agosto de 1983…

Borges siempre imaginó que el paraíso era una especie de biblioteca.

Tomando a lo del encuentro en la escalera, lo que le dije a Borges era exacto. Habíamos hecho el recorrido de Alemania para un encuentro de escritores en Sttugart, e hicimos una parada en Múnich.

Los colombianos éramos Eduardo Caballero Calderón y yo: los argentinos, Borges, Eduardo Maella, María Esther Vásquez y Asturias, Roa Bastos, Ciro Alegría… Tuvimos una cena con Günter Grass. Estábamos a pocos días de la proclamación de uno de los tantos premios Nobel, que en este caso iba a favorecer a Asturias pero, como siempre, el nombre que sonaba en toda Europa era el de Borges. Y rodar por Alemania, como hubiera sido hacerlo por Londres, Roma, Viena o París, con Borges era moverse con el hombre universal de las letras a quienes todos proclamaban sabiendo que la proclamación era inútil. Siempre imaginé entonces que los suecos no barajaban su nombre pensando que ya le habían dado el premio. Era tan absurdo que ocurriera de otra manera que yo mismo pensaba en otro Borges perdido entre las brumas de Estocolmo…

Recuerdo una tarde desapacible en Hamburgo. Se había previsto un encuentro de prensa en que tendrían los curiosos reporteros los ojos en la academia sueca. En París, Le Figaro había cerrado el paso a Neruda publicándole poemas políticos de tan subidas palabras para denigrar de los yanquis, que, fresca esa publicación, hubiera sido un desafío premiarlo. Los versos excesivos prestigiarían al jurado escandinavo. En Hamburgo estaba Haya de la Torre muy interesado en darle a  Asturias la primicia de que él iba a ser el escogido. El rumor debió correr entre interesados en la movida, y el encuentro con la prensa tuvo un giro desagradable, de resonancia política Asturiana…

Hay que recordar los incidentes para darse cuenta de los avatares del Nobel…

Germán Arciniegas conoció de cerca a Borges. Estuvieron juntos en Alemania.

“Flavio: las esperanzas cortesanas –prisiones son do el ambicioso muere‒ y donde el más astuto nacen canas… Y el que no lastimare o las rompiere –ni el nombre de varón ha merecido‒ ni subir al honor que pretendiere”. Borges era un valiente caballero argentino que moviéndose entre nosotros estaba al mismo tiempo hablando con Segismundo. Eran los muchos Borges de todos los tiempos, que si no encontraban reyes los inventaban. Acabó por ser tan irlandés como los irlandeses. Tan escandinavo como los tatarabuelos de los vikingos. Con un arte que le convirtió en ese premio ideal de un Nobel fabuloso que soñamos todos, los argentinos, los franceses, los escoceses, los ingleses, los colombianos. A veces, porque lo irritaban, con un zarpazo que no alcanzaba a traducirse en un gesto aireado por la rapidez del relámpago con que lo daba: dejaba correr sangre la memoria de Perón, pero no era sino otro Borges que desaparecía para volver, el más te verás, a hablar con Segismundo. Y como la gracia nunca le fue extraña regresaba a las complejidades de sus laberintos dejando en los demás un rastro de sus encantamientos.

Tener dos Borges no era trampa, ni necesidad siquiera. Además, era de este mundo, y ante esta realidad ineludible no había nada que hacer. Y el ser ciego le ayudaba.  Su iniciación en la sabiduría comenzó leyendo. En los años que gozó con ojos sanos entraron más letras por sus pupilas que por las de cualquier europeo o americano, y leyó como los ciegos: recordando. Una vez que se le fue la vista todo lo que le interesaba se hizo más claro, ordenó con más calma y método.

Hubiera podido decir que en el manejo de ese mundo fabuloso en que se movió como dueño absoluto, el reinar no tenía gracia, como decimos sencillamente por los ciegos. Donde quería sacaba el dibujo, el relieve y el carácter de las cosas. Las tramas más complicadas se les facilitaba inventarlas por estar solo y aislado con los personajes.

¿Por qué persistes, incesante espejo? ¿Por qué duplicas, incesante hermano el menor movimiento de mi mano? ¿Por qué en la sombra el súbito reflejo? Eres el otro yo de que habla el griego Y acechas desde siempre…

En La Nación. Buenos Aires, 22 de junio de 1986.

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