
Las balotas marcaron el destino de una final anticipada. Cuando iba hacia mi trabajo me dio por hacer lo que todo bogotano, embutido en un bus de servicio público, hace: mirar el celular. Y me encontré con la grata y morbosa noticia futbolística que, en mi concepto, abre el camino a Rusia 2018 y pone sobre el asador la venganza contra la alopecia más famosa de Valdebebas: James Rodríguez enfrentará a su antiguo equipo, comandado por el calvo inquisidor Zidane, en semifinales de Champions League.
Pensé de todo. Anhelé de todo. En que el 11 del Bayern haga dos goles de tiro libre, dos asistencias y, además, tape un penalti. Hasta ahí, todo bien. Al aterrizar de la nube, me di cuenta de que Europa está muy lejos y pues no hay billete para viajar. Pero me acordé del amigo fiel, del que me ha acompañado en las buenas y en las malas; el que ha evolucionado como una modelo de curvas grandes que se pasa al mundo fitness, y pierde de manera milagrosa la retaguardia que marcó sus primeros y segundos años de vida: mi televisor de 42 pulgadas.
Lo tengo empotrado en la pared de mi habitación. Hace parte de mis tesoros, al lado de mis libros, mis discos de música, las baquetas de mi batería, una colección mediana de películas de James Bond y unos tenis viejos para jugar voleibol.
La caja mágica ha marcado varias etapas. Mi primer contacto con ella llegó ensamblado en sendos paneles de madera y patas de aluminio, a blanco y negro; y después de algunos años, a color. Con el de color llegó el control remoto; con el control remoto llegó mi libertad, pues ya no me tocó, nunca más, levantarme a cambiar el canal, porque era el menor de la familia.
En la casa de mis papás existió la única gramilla de color rojo del mundo; el milagro del campo de juego encendido fue logrado por un 4 patas Hitachi que, después de 15 años de uso, fue perdiendo sus características y me dejó viendo todo de tono carmesí. Los 5 goles que Colombia le empacó a Argentina, el 5 de septiembre de 1993, los celebré con ojos rojos, pero no de llorar. La irritación que me generó la pantalla fue brutal. Sin embargo, me divertí como nunca.
Para el mundial del 94, mi viejo compró uno nuevo. En esa época regresaron los ojos rojos, pero esta vez por las lágrimas, tras la desastrosa presentación de Colombia.
Mi papá trabaja en televisión, yo he trabajado 17 años en televisión. Sería imposible negar que ese invento ha marcado mi vida y la de muchos que, día tras día, recorren los pasillos de los almacenes de cadena o por departamentos, anhelando cambiar su modelo viejo por uno gigante de 82 pulgadas, así signifique acabar con el espacio sagrado de las visitas y convertirlo en el templo de este coloso 4K.
El mercado de los televisores en Colombia, desde hace algunos años, está marcado por las ofertas. Uno de los vendedores de un almacén me contó que las personas ya no compran por novedad; compran por promoción. Estas oportunidades y una que otra ventaja tecnológica están definiendo las ventas.
En el primer semestre de 2014, según un informe de la consultora experta en mercados GFK, las ventas de estos electrodomésticos fueron de un billón de pesos, en Colombia. Los comerciantes, antes del mundial, son los encargados de hacer el saque de honor; y qué mejor inicio que ver al 10 colombiano, zurdo, ídolo de muchos, sex symbol de otras, haciendo lo que sabe hacer y dejándole la cara a Zinedine literalmente pintada, como lo profesa el argot futbolístico.
La finalista del torneo europeo y el mundialito de los televisores, en nuestro país, han sido sin duda alguna el pretexto para reuniones, asados, comités, juntas, comisiones, tertulias, peñas, tardeadas, coloquios y una que otra velada.
Estrenar el aparato se ha convertido en la razón más fuerte para escapar de las obligaciones y del estrés del trabajo; para reunirse con los amigos; para invitar a los abuelos a la casa; para conocer nuevos vecinos. A mí me tocó inauguración de televisión a color, con fiesta, borrachera de mi papá, cocinada de mi mamá, y trasnochada viendo el programa de videos musicales de Armando “El Chupo Plata”, por allá en los años 70.
Quiero cambiar mi televisor, pero el sentimiento no me deja. El Renault 4 de las ondas electromagnéticas se ha portado bien, funciona bien, los partidos se ven bien. Ah bueno… y como pasa con el viaje a Europa, tampoco tengo plata para renovarlo. Pero mientras siga funcionando, seguiré disfrutándolo. También seguiré haciendo el tour por los grandes almacenes; esperando a que el bolsillo me dé la oportunidad de acabar con los muebles de la sala y de abrirle espacio a un monstruoso electrodoméstico.
Estoy listo para las semifinales de la Champions League; y ya pedí vacaciones para ver los partidos de Rusia 2018, dentro de 61 días. Una sobredosis de tres meses de fútbol, madrugadas y regaños de mi esposa, por no dejarla ver su novela favorita.
@HernanLopezAya