Consiste en ser ciego

Sáb, 13/07/2013 - 02:02
Recuerdo que muchas veces, sentados en el césped frente a la entrada principal de la facultad de humanidades, mis compañeros y yo nos quedábamos callados mirándolo pasar. Y luego de verlo desapare
Recuerdo que muchas veces, sentados en el césped frente a la entrada principal de la facultad de humanidades, mis compañeros y yo nos quedábamos callados mirándolo pasar. Y luego de verlo desaparecer entre paredes llenas de grafitis, hablábamos de él, de sus clases, de la manera como unía los dedos pulgar y anular de la mano derecha al hablar, y de cómo sería vivir una vida como la suya. «¿Necesitará ayuda para todo lo que hace?» «¿Cómo hará para cruzar la calle?, ¿para afeitarse?» «¿Será completamente ciego?» Incluso recuerdo que alguien, de quien no diré su nombre, preguntó en cierta ocasión: «¿Cómo se enamorará? ¿Ya habrá hecho el amor?» Debe ser algo genético sentir lástima hacia las personas lisiadas. Conocí a Gregorio Ríos en la Universidad Pedagógica Nacional, antes que allí las cosas empezaran a ponerse difíciles para mí (sobre esto no diré nada más). Él era una eminencia dentro de la facultad por los cursos de inglés que dictaba. Idolatrado por unos y odiado por otros, mujeres sobre todo, algunas de las cuales lo tildaron de misógino, Gregorio se abría camino con su bastón blanco, a paso lento y seguro, dejando tras de sí una especie de estela que, en todo caso, a nadie dejaba indiferente. El rastro que Gregorio dejaba en su camino era una mezcla de respeto y lástima. Durante mi segundo año en la Universidad tomé inglés con Gregorio. En su clase éramos menos de quince estudiantes: contando apenas dos o tres mujeres. Según supe después, muchos estudiantes, al saber que durante todo un semestre su profesor sería este, preferían cancelar la materia. Debido a su condición, si uno no participaba en sus clases en últimas era como si no hubiera asistido, como si uno no existiera para él. (Sobre esto recuerdo que con Nicolás, un amigo que dejó de serlo, levantábamos la mano para participar y luego nos reíamos porque Gregorio nunca nos daba la palabra). La voz y el oído eran la base de sus cursos, y como a muchos estudiantes aun en segundo año les daba pena expresarse en inglés, pues solo llegaba a aprobar su curso una inmensa minoría. Al final alguien podría acercársele y decir: «Profe, mire, lo que pasa es que el parcial me quedó en 2,9 y con esa nota pierdo la materia.» A lo que Gregorio respondería, con culto y armónico acento caldense: «¿Y usted quién es?» Y todo terminaría ahí.     Me gustaban sus clases, pero me gustaba más cuando hablábamos de literatura. Gracias a él llegué a leer muchísimos autores entonces desconocidos para mí: Pérez-Reverte con El Capitán Alatriste, Gogol con Almas muertas, Larsson con Los hombres que no amaban a las mujeres y Bolaño (al que Gregorio adoraba) con Llamadas telefónicas. Sin embargo, el texto que definitivamente me marcó la vida fue El ciego perfecto de Fernando Morales. Una obra maestra. ¿Un ciego burlándose de sí mismo? Con el tiempo entramos en confianza. Lo invité a formar parte de un encuentro sobre literatura que entonces organizaba yo en la Universidad. Él aceptó. Habló abiertamente sobre literatura y ceguera. El auditorio estaba lleno de gente morbosa que quería oír a un ciego hablando de ceguera. «¿Necesita ayuda para todo lo que hace?» «No.» «¿Cómo hace para cruzar la calle?, ¿para afeitarse?» «Solo.» «¿Es completamente ciego?» «Sí, tengo glaucoma desde mi niñez. Antes veía luces, pero un accidente que tuve lo empeoró todo.» «¿Cómo se enamora? «El arte de la conquista consiste en ser ciego.» Gregorio sostuvo lo de siempre: «Que la ceguera no es tenebrosa, tampoco es negra ni blanca; la ceguera es el no color, el vacío de las cosas.» Habló también de Saramago y Tiresias, de Sábato y Borges, de Cervantes y Don Quijote. Nunca perdimos comunicación. Fue en una de esas llamadas telefónicas que me contó que llevaba tiempo preparando un libro de cuentos. Nos encontramos en el centro, frente al Colombo, donde él también solía dictar clases, y de ahí fuimos a almorzar. Uno cree que los ciegos necesitan la ayuda del lazarillo, pero se equivoca; son ellos mismos los que guían el camino. (Qué mentira esa del Lazarillo de Tormes, con razón el libro es anónimo). Me llevó por entre calles encharcadas y llenas de huecos y de gente a un restaurante que a él le gustaba mucho. Almorzamos y hablamos del libro y de cómo publicarlo. En Colombia, para que un escritor novel pueda publicar su libro tiene tres opciones: 1. Presentarlo a concursos cuyo premio sea la publicación de la obra. 2. Contactar a una editorial que, básicamente, le dirá lo siguiente:
De acuerdo con su amable llamada telefónica, nos permitimos indicar lo siguiente:  Una EDICIÓN tiene sentido si el autor tiene: a) Capacidad de buscar empresas que lo patrocinen ya sea comprándole libros y obsequiándolos, o mediante un patronato que financie su obra. b) Grupos de amigos que quieran adquirirle a él mismo su libro. c) Hacer EL AUTOR pequeños lanzamientos en grupos pequeños que le compren el libro (de 30 o un poco más de personas en 2 o 3 actos). Solo estos prerrequisitos justifican que el autor invierta, pues se buscan dos cosas: - Que EL AUTOR recupere su inversión y no tenga pérdidas. - Que su obra la lean en su entorno y hablen de ella. Estos dos aspectos influirán en el boca a boca y que los libros que nosotros enviamos a las LIBRERÍAS se vayan vendiendo. Así tanto AUTOR como EDITORIAL recuperan su inversión.  Ahora bien, las condiciones comerciales para la edición y producción de sus libros son las siguientes: Título: [Espacio para nombrar tu sueño] Tamaño: 14 x 21 cm Edición normal rústica. Paginaje, aprox. (menos de 100), 1 x 0 tintas. Portada en esmaltado de 240 gramos, impreso 4 x 0 plastificado, solapas de 7 cm. Cantidad a producir por parte del autor 250 ejemplares y la Editorial X producirá 250 ejemplares de iguales condiciones. Aporte autor: $4’600.000
No, no aceptan tarjeta Codensa. Después vendrá la carreta de la labor editorial y demás condiciones comerciales. 3. Publicar el libro de manera independiente o en formato digital (lo que aún no goza de mucho prestigio). Gregorio eligió la última opción. Entonces le recomendé publicar el libro en AutoresEditores. Allí las cosas son bastante sencillas, le dije, no le cobran nada por publicarlo, se imprime desde un ejemplar y, al cabo de una semana, llevan el pedido hasta su propia casa. Le gustó la idea y así lo hizo. El libro vio la luz en el 2012 bajo el título Speculum mundi y otros relatos. Contiene un prólogo de un tal profesor Cárdenas (no hay más información al respecto) y trece cuentos breves escritos por Gregorio Ríos. Trece, como los circos comunes de Antonio Ungar. A lo largo del libro uno puede encontrar temas principales (como puede encontrarse un Leitmotiv en Wagner) que se repiten una y otra vez: la ceguera, los espejos, la educación y la sexualidad. Hay cuentos que realmente valen la pena, como La búsqueda o El fondo de la dicha; pero en general el libro es flojo, demasiado ‘educativo’ y abusivo con el lenguaje. Con un protagonista recurrente que aburre por su presencia omnisciente: el mismo Gregorio Ríos. Siempre he creído que las coincidencias, digamos, voluntarias, entre autor y narrador en un texto de ficción no enriquecen el libro sino que lo debilitan. Encontré, además de erratas, descuidos en la puntuación. Llamé a Gregorio. Le dije que había leído el libro suyo y que tenía varios comentarios por hacerle. Nos encontramos en su casa. No estuvo de acuerdo con lo que le dije del libro, incluso llegaron a parecerle atrevidos mis comentarios. Al final me agradeció pero me dijo, parafraseando a Voltaire, que un libro es como un hijo: así a uno no le guste ya no lo puede cambiar. Me pareció una excusa muy débil, pero no se lo dije, en cambio cambié el tema de conversación con una pregunta: ¿Qué sueñan los ciegos? «Con voces más que todo», me dijo uniendo los dedos pulgar y anular de la mano derecha «imagino que alguien que no haya sido ciego toda la vida recordará rostros, yo no. Yo sueño con lugares, con olores, conmigo mismo dictando clase.» Finalmente le dije que escribiría sobre el libro, pero que no lo iba a halagar, ni siquiera a recomendar. Creo que usted es mejor escritor de no ficción, de ensayos y artículos, le dije. Al menos mencione mi blog, me dijo. Y eso es justo lo que voy a hacer: http://lasectadelosciegos.blogspot.com
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