Todos los que nos hallábamos en aquel gimnasio moriríamos. Algún día moriremos me dije a mi mismo. Observé detenidamente los rostros de los levantadores de pesas. Eran mis hermanos y mis hermanas de muerte. Uno a uno iríamos cayendo, quizá los más viejos primero. Estaba lleno el gimnasio, hasta los topes. Mucha muerte, mucho dolor, una carnicería. Yo había encontrado el Press Banca desocupado y sintonizaba una emisora radial en el celular.
Había escuchado las noticias antes de salir de casa y en la esquina del McDonald's una mujer sin dientes me había regalado un diario gratuito, el Publimetro. Entonces mientras caminaba leía algunos titulares, en el plano deportivo, me enteré que Quintero, un jugador de fútbol de la selección Colombia, se había lesionado con River Plate y que por tal motivo se perdería la Copa América. Más adelante encontré una noticia que decía: “Duque se mantiene: no irá al Cauca hasta que no se levanten las vías de hecho” y antes de tirar el periódico a la basura vislumbre otra que decía: “Calidad del aire: ¿Cómo darle un respiro a Bogotá?” todo por ese orden y sin dar un solo paso en la dirección del conocimiento. Colombia continuaba siendo impenetrable. Llegué a Torre Central, solo sabía que los que estábamos en aquel gimnasio tarde o temprano moriríamos. Siempre que arrojas un objeto al aire, cae. Siempre que alguien nace, muere. Etcétera.
Fantaseé con la posibilidad de que hubiera entre los que se ejercitaban un inmortal. Lo busqué sin hallarlo. Todos llevábamos la marca de la muerte en la mirada. Abrí Twitter en el celular y busqué el perfil de Publimetro, leí sus últimos Tweets, aunque sin provecho alguno. Imaginé un periódico en el que, al día siguiente, en la primera página, a cuatro columnas, apareciera este titular: “Coinciden en el mismo gimnasio, el mismo día y a la misma hora, cien personas que van a morir. Camilo Villegas, que era una de ellas, prefirió no hacer declaraciones”. Noté que esa noticia me ayudaba a comprender el mundo mejor que el relato sobre el enfriamiento de la economía. En esto, la máquina que necesitaba se desocupo y de repente, vi a una mujer que luce una espectacular sonrisa, con la que intercambié una mirada casual, aunque repleta de sentido, como si ella también estuviera al tanto de lo que nos esperaba. Termine la rutina. Bajé a la plazoleta y compré un americano en Juan Valdez
Espectacular Sonrisa
Sáb, 06/04/2019 - 17:33
Todos los que nos hallábamos en aquel gimnasio moriríamos. Algún día moriremos me dije a mi mismo. Observé detenidamente los rostros de los levantadores de pesas. Eran mis hermanos y mis hermanas