¿Se puede vivir sin agua?, no. ¿Y sin cuentos?, menos. Los medios de comunicación llevan hablando con auténtica alarma de Game Of Thrones y de su octava y última temporada que comenzó a transmitirse hace un par de semanas en todo el mundo. Se refieren a ella como si fuera un producto esencial para la vida cotidiana. Algunos analistas, para explicar su magnitud, recuerdan a la famosísima Breaking Bad, de 2008, que duró 6 años y costó a la industria norteamericana 3 millones de dólares por episodio. La serie de HBO podría duplicar esa cifra. Pero los números siempre esconden, o disimulan, un pánico moral. ¿Qué ocurriría si ese grupo de alcohólicos -los guionistas- se pasaran un año sin inventar historias? ¿En qué nos afectaría a usted y a mí? ¿Será verdad que estos tipos, al inventar los argumentos de las series de televisión, escriben también, sin que seamos conscientes de ello, el argumento de nuestras vidas?
¿Podrías Imaginar un mundo sin ficción? Obviamente, no. Somos tan hijos del sexo y de la sangre como de la Cenicienta, de Blancanieves, de House of Cards, de Pulgarcito, del Gato con botas, pero también de los cuentos de Borges, de Gabriel García Márquez, de Lovecraft, de Edgar Allan Poe. También de Los Simpson y de la filosofía de Nietzsche, por no hablar de los Soprano y de Black Mirror o de Doctor House.
Mientras unos amasan las arepas que comemos al desayuno, otros maquinan las historias que devoramos por la noche. Estamos hechos de arepas y de cuentos.
¿Te has preguntado qué pasaría si este grupo de fumadores -los guionistas-dejaran de escribir? El problema no serían los millones de dólares que podría perder la industria, sino las disfunciones que en el cuerpo social provocaría un desplome brusco de la ficción. Imagina un mundo sin cine, sin literatura, sin cómics, si series de televisión; sólo realidad a palo seco, o similares de fábulas como las que nos cuentan los políticos. Horrible, ¿no?
Ese hombre tan raro que se va a la cama cuando usted se despierta es guionista. Un poco más de respeto.
