Hace falta más humor

Mié, 19/07/2017 - 18:24
Aunque es muy tentador escribir esta semana sobre la polémica entre Daniel Samper Ospina y Álvaro Uribe Vélez, me doy cuenta de que ya todo está dicho; y además, es meterse en un frondoso bosque
Aunque es muy tentador escribir esta semana sobre la polémica entre Daniel Samper Ospina y Álvaro Uribe Vélez, me doy cuenta de que ya todo está dicho; y además, es meterse en un frondoso bosque lleno de peligros por lo venenoso de las plantas que lo componen y lo agresivo de las fieras que lo habitan. El primer peligro que le veo al asunto es pecar de corporativismo, un vicio que se suele manifestar cada vez que los periodistas nos referimos al ataque que se hace desde fuera a un colega por aquello de que perro no come perro; o si prefieren, como se dice también, entre bomberos no es bueno pisarse las mangueras. Para poner las cosan en claro, no me hace mucha gracia el humor de Samper Ospina. Está lejos de parecerse al de quien creo que es su espejo y guía, Lucas Caballero, Klim. Y, sobre todo, encuentro reprochable su recurso de echar mano de los defectos físicos de los protagonistas de sus columnas para divertir a sus lectores. Y de Uribe qué les voy a decir que ustedes no sepan. En todo caso, la acusación que hace a Samper, a quien califica de “violador de niños”, es muy grave, y debería presentar pruebas de ello o pagar las consecuencias de su desafuero. Lo que creo es que no va a pasar nada, que la cosa se va a quedar así, y que el líder ultramontano ya está listo para la siguiente batalla dialéctica. Y sus seguidores felices y contentos con las genialidades del jefe. Pero lo que sí me parece interesante en este momento, al hilo de esta polémica, es reflexionar sobre la importancia de la sátira en nuestra sociedad. En un país crispado como Colombia, siempre al borde de un ataque de nervios y botando adrenalina todos los días por la polarización política, la sátira no solo es buena, es absolutamente necesaria. Y si no miren cuál ha sido el detonante de todo este asunto: un mal chiste sobre Antioquia. ¡Por favor! ¿Pero esto qué es? ¿Se puede llegar a estos límites de insulto y degradación de la convivencia —perdónenme ustedes— por semejante pendejada? El episodio retrata bien a las claras los niveles de espasmo en los que vivimos los colombianos. Hace falta más sátira y más caricatura, y los políticos deberían aprender a encajar esta forma de crítica que, cuando es buena, es siempre inteligente. La trascendencia y prosopopeya de los personajes públicos colombianos aburre, desgasta y embrutece. Creo que les viene de esa escuela presuntuosa y venitejuliera, con normas no escritas en ninguna parte pero según las cuales la inauguación de un puente debe anunciarse como un ingreso en la academia francesa. Recuerdo el discurso de un político colombiano en la sede de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, en Roma hace años. El señor estaba hablando del hambre en el mundo y para referirse a tal penuria señaló, con voz estremecida y vibrante: “la eterna lucha del hombre en busca de las fugitivas proteínas animales”. Los funcionarios internacionales en aquel recinto lo miraban con la boca abierta. No, menos trascendencia y más humor. Solo los seres humanos podemos reír, retorcernos y partirnos de risa. Últimamante algunos estudiosos dicen que hay algunos animales como los ratones que también ríen a su manera. Pero lo que es genuinamente humano es la capacidad de abstracción, de reírse de algo, del humor, de la sátira. Hay gente que de tanto vivir entre caballos termina teniendo humor equino.  
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