LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO

Dom, 08/07/2012 - 07:42
“Es mejor ser rico que ser pobre”, Pambelé. “Es mejor ser rico que ser pobre”, Julio Mario Santo Domingo. No es difícil advertir el contraste que marca el hecho de que a veces no es lo que s
“Es mejor ser rico que ser pobre”, Pambelé. “Es mejor ser rico que ser pobre”, Julio Mario Santo Domingo. No es difícil advertir el contraste que marca el hecho de que a veces no es lo que se diga, sino quién lo dice. Y cómo lo hace. Pero no me voy a centrar exclusivamente en la columna de una flaca ofendiendo a unas gordas; ni en la paupérrima defensa que de la columna hizo su autora, plagada de contradicciones e incongruencias [“…no hubo nadie que se riera más de verse metamorfoseada, (…) que yo…” decía, al final de la entrevista radial que concedió, refiriéndose a los tiempos en que subió 19 kilos. “Ay, dios mío, yo cuando voy a recuperar mi figura” era la descripción que hacía de lo que ella veía como su desgraciado descenso a los infiernos de la obesidad, al principio de la misma entrevista. Curiosa manera de reírse de sí misma. Pero, bueno, esas ambigüedades pueden darse en un contexto en el que puede existir una flaca tan pesada]. Voy a tratar, más bien, de establecer por qué una superficialidad tal ocupa tanto tiempo y espacio en la mente de todo un país.  Y en esa labor me voy a servir del magnífico ensayo de Vargas Llosa: La Civilización del Espectáculo. Lo primero es que todos somos sobornados a comulgar en el “altar del espectáculo”. Y empiezo por mí. En este momento me dispongo a alimentarme –y a regurgitar sobre los lectores- del cuerpo herido de una figura pública; es eso que el profesor Andrew Oitke ha llamado “cadáveres de reputaciones”, que es uno de los alimentos que componen la dieta intelectual de nuestros días: hamburguesas de conocimiento, donuts de información. El amarillismo, el escándalo, el sensacionalismo, priman sobre las ideas profundas.  Y eso es lo que la gente occidental contemporánea quiere oír, leer y ver. Y lo que los generadores de información y conocimiento deben proveer en alguna medida, so pena de “dirigirse sólo a fantasmas” como bien dice Vargas Llosa en su ensayo. En mi mínima defensa alego la intención de abordar este tipo de temas desde una perspectiva más profunda, que invariablemente me la proporcionan verdaderos intelectuales y pensadores, como, en este caso, Vargas Llosa: sólo cumplo el papel de asociar temas e ideas, alternando, además  -o pretendiendo hacerlo-, entre lo frívolo y lo profundo. Y ese, justamente, parece ser el problema: la casi nula pluralidad en la naturaleza de los temas tratados en los medios de comunicación o practicados en la vida intelectual de las civilizaciones actuales; la colombiana, para nuestro caso de hoy. Aparte del hecho de que estemos pendientes, como buitres, de los primeros estertores de alguna figura pública para caer sobre ella, cabría preguntarse por qué una persona que escribe unas opiniones tan mediocres y estúpidas, como la autora de la columna, es considerada una líder de opinión en sectores tan amplios de nuestra sociedad. Lo cual, por otra parte, y remedando una frase del ensayo, no habla mal de ella, sino mal del país. La crisis de la cultura (no entendida en su acepción antropológica) de la que habla Vargas Llosa hace que fanfarrones y embaucadores pasen como artistas; que en lugar de que los pretendidos gurús de la cultura actual intenten ofrecernos soluciones a los grandes enigmas de la vida nos carameleen con tonterías lúdicas que son pensadas para ser consumidas y desechadas, “como las gaseosas y los jabones”. Discúlpenme que cite tanto hoy, pero díganme si las siguientes ideas de La Civilización del Espectáculo no describen inmejorablemente la columna del escándalo; o, si vamos más allá, toda la actividad profesional de su autora, incluyendo su -a estas alturas- obviamente famoso show de stand-up comedy (uno de los muchos shows que, dicho sea de paso, “dan la impresión cómoda al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mínimo esfuerzo intelectual”). Aquí las citas: “…un tiempo (este) en el que el juego y la bravata, el gesto provocador y despojado de sentido, bastan a veces, con la complicidad de las mafias que controlan el mercado del arte y los críticos cómplices o papanatas, para coronar falsos prestigios, confiriendo el estatuto de artistas a grandes ilusionistas que ocultan su indigencia y su vacío detrás del embeleco y la supuesta insolencia.” (…) “…en nuestros días, en que lo que se espera de los artistas no es el talento, ni la destreza, sino la bravata y el desplante.” (…) “Lo que era antes revolucionario se ha vuelto moda, pasatiempo, juego, un ácido sutil que desnaturaliza el quehacer artístico…” El temor suscitado, y ampliamente debatido en emisoras radiales, programas televisivos, prensa escrita y redes sociales, de que algunas jóvenes aquejadas de obesidad sean víctimas de elementos externos, como el bullying, o internos, como la anorexia o la bulimia, radica precisamente en que las jóvenes, gordas o flacas, leen exclusivamente esas tonterías, como la columna afrentosa que nos ocupa hoy.  Si al mismo tiempo leyeran, por ejemplo, a Sartre y a Camus (porque, como bien dice Vargas llosa, no se trata –ni más faltaba- de desterrar el entretenimiento de la vida de nadie), si se inscribiesen simultáneamente en una cultura de la reflexión, del análisis, todos ellos, los menos favorecidos con el esquema social actual, serían menos vulnerables; y tendrían más herramientas para enfrentar la tiranía de los irreverentes del matoneo; o de los extremistas de la corrección (esas ambigüedades, esos extremos, lejos de ser la lógica excepción, son la asombrosa regla). Finalmente, a ti, a la autora de una columna que no es otra cosa que una larga lista de insultos, y que, por otra parte, según informó en su cuenta de facebook el reputado cronista Alberto Salcedo Ramos, parece ser un plagio (se llega al colmo del descaro y la displicencia, en nuestros días, de fusilar estupideces), me he cuidado a lo largo de toda esta columna de agraviarte directamente; estaría cayendo –una vez más, como tantas otras veces me ha sucedido- en la misma trampa, en el mismo soborno que mencionaba arriba. Sólo que, por algún motivo, tu imagen física la asemejo a tu capacidad intelectual; y me recuerda –tu imagen intelectual, no vaya y sea que me linchen las flacas- aquella canción cubana interpretada magistralmente por el Trío Matamoros: Buche y pluma na’ más. Y eso eres tú.   @samrosacruz
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