Las niñas se van con la Luna

Mar, 04/07/2017 - 12:21
“Se van con la Luna”, así dicen en los palafitos de la Ciénaga Grande de Santa Marta de las niñas que siguen el destino de sus madres. Ana, que vive en Nueva Venecia, tiene unos 14 años, está
“Se van con la Luna”, así dicen en los palafitos de la Ciénaga Grande de Santa Marta de las niñas que siguen el destino de sus madres. Ana, que vive en Nueva Venecia, tiene unos 14 años, está embarazada, me cuenta que se salió de su casa. Y así como Ana hay muchas otras jóvenes que, al quedar embarazadas, no logran terminar la secundaria. La madre de María no vive en los palafitos, es de otro pueblo del Caribe, Corozal, en el departamento de Sucre; es viuda y tiene a su cargo a dos hijas: una madre soltera de 23 años con dos niños, uno de ocho y otro de cinco años, y María, de 14 años, que asiste al colegio; y hace poco le entregaron a Mónica de 13 años porque su hijo de 17 la “perjudicó”, como le llaman en la región al hecho de que las niñas sean desfloradas a temprana edad. Sandra tiene apenas diez años y nació en uno de esos barrios de Cartagena a los que no se puede entrar porque hay otro Estado; ella vende su cuerpo desde los 7 años, cuando su madre la integró al oficio. En San Jacinto, Bolívar, una vecina nativa de esa zona, me relató, que hace algunos años le trajeron una niña a su tío; a cambio de una casa, le dijo la madre, le entregaba a la niña de 15 años, que hoy es una de sus esposas. Por azares de la vida, he escuchado estas historias en boca de diversos personajes con los que me he topado estos últimos años; y hoy las he recordado viendo un documental sobre las niñas de Yemen que son obligadas a casarse con hombres mayores en nombre de la tradición, de la religión o por cuestiones económicas. Algunas veces, nos parece que las tragedias se encuentran del otro lado del mar y, sin embargo, en este país hay tragedias similares de las que apenas nos damos cuenta. Aquí también se les roba la infancia a las niñas y por razones muy parecidas -guardadas la proporciones-, la pobreza, la miseria, la falta de oportunidades y la cultura son los desencadenantes de esta tragedia. Según un estudio publicado el año pasado en el mes de las madres y realizado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) “una de cada cinco madres es adolescente y el 20,5 % de las madres en este país, dieron a luz a sus hijos entre los 15 y los 19 años de edad. Y así mismo, entre el 20 % y el 45 % de adolescentes desertan de la escuela como resultado de la paternidad o maternidad”. Según Bienestar Familiar, el 8 % de los embarazos adolescentes termina en abortos e interrupciones del embarazo. Los padres de los menores de las niñas que han tenido sus hijos entre los 10 y los 14 años, tienen en promedio 7 años más que ellas, lo que quiere decir que son mayores de edad y que han abusado de las menores.” (Fuente Caracol radio-2016). Podemos hacer grandes cambios con la educación sexual como lo hizo recientemente un profesor en el colegio Gerardo Paredes en la localidad capitalina de Suba, pero la educación, aunque es fundamental, no es suficiente, sobre todo en los lugares que presentan altos niveles de pobreza. Para ilustrar un poco esto, les daré un ejemplo, hace un tiempo ya largo, una maestra me invitó con motivo del día del idioma a leer mis poemas en un colegio ubicado en una zona marginal de Santa Marta. Y, en efecto, los maestros de este colegio enfrentan estos problemas diariamente y otros, de suma gravedad. Nuestra conversación después de la lectura de poemas giró alrededor de la situación social de los alumnos; no he podido olvidar lo que me dijo la maestra “usted puede hacer todo lo que este en sus manos para que los niños y niñas tengan una excelente educación, entre otros, puede enseñarles valores, orientarlos sobre la sexualidad, pero cuando ellos están afuera, en su entorno de miseria y violencia, la realidad los atropella. “Tengo alumnos -me comentaba- que hay que sacarlos del plantel porque no se quieren ir a sus casas cuando termina la jornada académica, o alumnas embarazadas que sólo vienen al colegio a comer porque no tienen comida en sus casas.” En condiciones de alta vulnerabilidad, las niñas viven en un callejón sin salida.  Y lo desolador no es que este tipo de cosas sean sorprendentes, sino que, lamentablemente, no lo son. Lo triste es que ocurren demasiadas veces y forman parte de la compleja realidad del país.
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