
Escribir es pensar y atravesar la palabra para mostrar lo que subyace, o lo que Aristóteles llamaría sustancia. A mí me toma tiempo, hay veces que el pensamiento es escurridizo o se pone retrechero y se me hace difícil llegar a él. He pasado estos días ante la página en blanco con una especie de desespero, no porque no haya temas de los cuales se pueda hablar, sino por una especie de ausencia del ser en la escritura, aunque esto suene metafísico. Quién sabe por donde ande mi ser en estos días que perdió el boleto de regreso a casa y ante esto no me queda más que la espera, la resignación y la paciencia. El ser se pierde, muchas veces; hace poco una amiga me dijo que no se encontraba y valdría la pena reflexionar sobre el no encontrarse; esto me lleva a recordar a mi abuela, quien se perdió una vez en el dolor y no regresó.
También puede pasar que en esta era de la inmediatez y la abundante información uno se llegue a perder y no se encuentre. Así que cabe apelar a lo que Kant llamaría un espacio de indeterminación, donde se es libre, aquél que sólo puede darnos la razón. O acudir a Schiller quién leyó a Kant y toma ese espacio de indeterminación en la obra de arte, donde confluyen, además de la libertad, la razón y el sentimiento.
Y no me queda más que dejarles, mis queridos lectores, uno de mis poemas, mientras me encuentro.
Siempre es cuestión de tiempo
A Emperatriz Vergara
Y a Bienvenido Cuello.
El alma puede abandonarnos
La ubicación del alma de mi abuela era bastante oscura
Mi tío tenía la contraseña
Le fue entregada desde el origen con ciertos cuidados,
la ternura, por ejemplo
Así que la palabra madre, en mi tío, gozaba de una especie de inmortalidad
Mi tío perdió la cabeza, no hubo amanecer con la palabra madre,
ni el olor a café que anunciaba la mañana,
pero en los demás,
presente,
el canto del gallo antes de tiempo,
y en mí,
el sueño del cuervo
como ángel de anunciación
La palabra madre suele acomodarse más fuerte con el dolor.
Mi abuela veía llegar
la desgracia que ocultó sus ojos
El alma
Deberíamos cortarla -como lo espera Lucrecio-
en mil pedazos -como cualquier serpiente-
y repartirla por el cuerpo
Porque
siempre es cuestión de tiempo
Medea cortó en pedazos a su hermano y lo arrojó al mar,
para que su padre, el Tiempo, no la encontrara.
En el Caribe decimos, ante cualquier salvación,
“No era su tiempo”,
“Todavía no le llegaba el tiempo”,
Pero la muerte siempre llega
El alma de los demás puede estar en la sangre del ojo ajeno
y también los daños colaterales