No le huya al dolor, VÍVALO

Lun, 23/09/2019 - 10:24
Está muy de moda anular el dolor: “no vinimos a este mundo a sufrir”. Y por supuesto que no. Lo ideal sería un cuento de hadas, lleno de príncipes y princesas, verdes prados, agua cristalina y
Está muy de moda anular el dolor: “no vinimos a este mundo a sufrir”. Y por supuesto que no. Lo ideal sería un cuento de hadas, lleno de príncipes y princesas, verdes prados, agua cristalina y pajaritos volando. Pero la realidad es muy distinta. El anhelado camino hacia la felicidad está repleto de sufrimiento. Pero por qué temerle al dolor. El dolor fortalece, guía, recuerda, permea, sostiene y sin lugar a dudas, enseña. Es imposible la vida sin dolor. Todas las relaciones humanas, los proyectos personales, laborales,  educativos, cualquier deseo va acompañado del sufrimiento. En diferentes escalas, pero sufrimiento al fin y al cabo. A las generaciones actuales las estamos educando para evitar al dolor, para huir de él. ¿Será esto posible? ¿Será que la debilidad para enfrentar la frustración radica en la incapacidad de asumir el dolor como parte natural de la vida? ¿Será que en la medida que afrontemos el dolor, habrán menos suicidios? ¿Será que el ser humano tiene capacidades para soportar el dolor? A TODAS, DEFINITIVAMENTE SÍ. Nadie ama y está feliz sin experimentar la tristeza. La partida de un ser querido, la traición, el fracaso de un proyecto o un castigo (en el caso de los niños), genera sentimientos de angustia, de intranquilidad, de dolor. Pequeños y grandes sucesos, simples y complejas situaciones producen sufrimiento. Debemos poder afrontarlas, debemos podemos llorar, debemos poder gritar. Eso nos engrandece como personas, nos hace sentir parte de un mundo a veces injusto y arrollador, pero nos forja un carácter tan fuerte, que sin importar las circunstancias no nos destrozaremos, podremos resurgir y resurgir y resurgir las veces que sea necesario. Somos humanos y el dolor nos humaniza aún más. No le temamos. Si bien su aparición nos desestabiliza, su partida nos engrandece. No se trata de ser muertos en vida arrastrando los pies por la calles y gritando a grito herido “que viva el dolor”. Se trata de entender que no podemos encerrarnos, a nosotros ni a los que nos rodean,  en una burbuja antidolor. Pongámosle la cara, el pecho y el cuerpo entero, seguro saldremos victoriosos.
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