Odio lo eterno. Odio la idea de algo que no termina nunca, que ha estado y estará ahí siempre. Las sensaciones más intensas son efímeras y volátiles, y por eso son memorables: porque han terminado o terminarán un día. Dejarán de existir, pasarán a habitar el difuso universo del recuerdo. Y aunque a veces ocultarán en su semblante moribundo la posibilidad de volver a existir, ya no estarán más. Al menos no por el momento.
Nada más desprovisto de sentido que una mascota que no muere, un beso que no se acaba, una pieza musical que no alcanza su cadencia final. Desearíamos que las mejores cosas no terminaran nunca, pero si así fuera no serían las mejores: serían el peor de los castigos, como lanzar la misma roca por la misma pendiente por toda la eternidad, así la pendiente sea el vientre de la mujer más hermosa del mundo y la roca, unos dedos extasiados deseando que no termine, nunca, la caída libre.
Pero termina, y el recuerdo reemplaza el éxtasis y la locura, y la añoranza por esas llanuras porosas vuelve a consumirnos haciendo que el universo cobre sentido por un segundo, hasta que el deseo por otro beso eterno detenga la arteria mayor, la que nos empuja a sentir en las profundidades más lúbricas y noctámbulas, la que nos obliga a recordar que todo, inevitablemente, se consume y, un día, muere para siempre.
Entonces sabemos que las mejores cosas solo son eternas mientras duran, y que, después, cuando hayan terminado, ya habrán sido tocadas por la magia mundana de lo efímero. Serán terrenales, prosaicas, vigilantes, y estarán lejos de todo lo eterno y de la eternidad arrogante.
Odio lo eterno. Quiero el dolor que se extingue con el tacto y el contacto, y el placer desbordante que con el tiempo se evapora. Quiero anhelar el éxtasis marchito y volverlo a buscar sin la certeza de encontrarlo. Quiero albergar el miedo de saber que, un día, todo lo que amo dejará de existir. Quiero el abrazo tibio de la muerte en una noche lejana.
Pero no todavía. Hoy quiero tu piel, tu abrazo y tus labios, quiero tu aliento, tu voz y tu cuerpo. Quiero, mujer de lienzo, que te quedes conmigo siempre. Quiero que no me dejes nunca y que nunca, por ahora, te evapores y me dejes.
Imágenes por Óscar Muñoz