A propósito de las damas y el Caballero...

Vie, 22/12/2017 - 11:54
Hoy decidí separarme un poco de los asuntos de sostenibilidad ambiental, social y económica que suelo compartir en estas líneas, porque creo necesario unirme a una voz de protesta… empiezo con es
Hoy decidí separarme un poco de los asuntos de sostenibilidad ambiental, social y económica que suelo compartir en estas líneas, porque creo necesario unirme a una voz de protesta… empiezo con esta historia. Hace unos días les estaba contando a varios amigos sobre un disgusto que tuve con un compañero por un comentario subido de tono. Lo primero que les dije para explicar la historia fue algo como: -"y eso que yo no me muero del susto con esas cosas y las manejo sin mucho aspaviento"… ahora, después de leer la columna de Antonio Caballero, recordé eso que dije y me siento avergonzada. ¿Qué significa eso de "manejarlas sin mucho aspaviento"? ¿Significa que permito ese tipo de comentarios mal intencionados y abusivos sin molestarme? ¿Que me preocupa que quienes me escuchen reaccionar crean que soy una sobreactuada?, que en este orden de ideas y ya que estoy acostumbrada y no me asusto, ¿me sería más difícil diferenciar una "grosería", (como dice el señor Caballero), de un acoso real o un abuso? Pensando esto, entendí muy bien por qué muchas mujeres se demoran tantos años en denunciar, aunque sea una mala palabra o una mano en la pierna debajo de la mesa. Las mujeres nos hemos acostumbrado a soportar piropos mal intencionados, chistes de contenido sexual, propuestas fuera de lugar y peor aún, nos acostumbramos a contestar a todo aquello con una sonrisa, a no volver la mirada o hasta a seguir el juego para no parecer anticuadas. Haber dejado pasar tantas veces ese tipo de comentarios, los ha convertido en situaciones cotidianas, inherentes a los ambientes laborales o académicos, incluso a los círculos sociales cercanos y la delgada línea entre una broma y una intromisión en nuestra esfera privada se ha desdibujado, con la complicidad de quienes no participan, pero no lo deploran. Y no hablo solamente de los hombres, sino de las propias mujeres, porque en muchas ocasiones, delante nuestro, el comentario inapropiado va para una amiga o compañera y nos quedamos calladas o sin saber muy bien que hacer, sonreímos con el acosador… a ver si se le acaba la pila y se va. Es como si tuviéramos que aguantarnos ese tipo de insinuaciones sólo por el hecho de usar una falda, un escote, por ser mujeres, por parecerle bonitas al patán de la oficina etc. Y la culpa la cargamos nosotras y tenemos que purgarla quedándonos mudas ante una falta de respeto. No sólo la columna del señor Caballero, (¡vaya apellido!), me hizo plantearme la necesidad de cambiar el chip ante esas charlas pesadas y esos piropos que no hemos pedido. Esta misma semana fue noticia el periodista barranquillero Abél González, quien afirmó en su programa al aire, que si una mujer publica fotos semidesnuda en redes, entonces está “pidiendo auxilio” y que, palabras más palabras menos, la mujer de la que hablaba, tenía la culpa de que un compañero de su marido le enviara mensajes obscenos. Vuelve y juega… me quedé pensando en lo equivocada que está una sociedad y una cultura que cree que la culpa es de la víctima. Recordé que hace pocos días una vecina me contó que su esposo, quien tiene unos 60 años, estaba mirando con morbo a unas jovencitas en una piscina y ella estaba indignada con ellas por estar exhibiéndose en vestido de baño, delante de su marido. Es decir, el señor tiene derecho a comportarse como un morboso con tres jovencitas, ellas se lo buscaron por no usar una sudadera para meterse a la piscina… bueno, así estará pensando mi vecina y eso nos diría el periodista González. Entre tanto, al menos en Bogotá, llevamos dos semanas dándole vueltas al fallo de un juez que ordenó que el eslogan de la alcaldía de Peñalosa diga: Bogotá para todos y todas, y de esa manera sea más incluyente. Pienso en todos esos hombres y mujeres que están de acuerdo con lo del eslogan, pero se ríen si un amigo le está mirando los calzones a la secretaria que está mal sentada y no se ha dado cuenta. El problema de los colombianos con el machismo va mucho más allá de un eslogan que dice “todos” en lugar de “todos y todas”. Y tampoco radica en que las mujeres no sepan cómo “no darlo”, como expuso el señor Caballero, porque para que las mujeres denuncien cuando es, reaccionen de inmediato y se defiendan con entereza necesitan sentirse respaldadas. Todas necesitamos saber que no seremos objeto de burla si contamos algo que nos pasó, que no vamos a ser juzgadas por lo que usamos o por cómo caminamos. La invitación es clara: no minimicemos, llamemos a las cosas por su nombre y sancionemos al acosador desde que hace el primer "chiste"... porque así empieza. Y hoy les recuerdo como siempre que: no hay planeta b… si lo hubiera, ojalá fuera uno donde no existiera el machismo…
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