Brandon Sullivan es un yuppie neoyorquino adicto al sexo pagado y a la pornografía. No es ninfomanía, es incapacidad de ejercer el poder fálico en mujeres sin compromisos económicos o sentimentales con él.
Deseos culpables o Shame, mal titulada en español, es una reflexión sobre lo prohibido. Una crítica moralista al deseo sexual que tiene como telón de fondo la culpa cristiana y el remordimiento. Un drama moral que hace del sexo una decadencia. Un registro erótico donde la represión es el conflicto y la masturbación el remedio que avergüenza.
Una película con una historia elemental pero con buen montaje. Primeros planos que se intercambian con planos generales alimentan la narrativa desde la cinematografía y logran la medida justa en la duración de cada toma. Los planos secuencia que crean tensión así como los planos de espaldas al espectador, transmiten momentos íntimos entre los personajes. Escenas largas construyen personalidades a través de diálogos extensos pero no monótonos, que se intercalan con cortes rápidos que transmiten el caos mental del personaje y dinamizan las situaciones.
La crudeza de las imágenes a veces casi pornográfica, provoca pero termina por perturbar. Una incomodidad insinuada por el argumento de la película que Michael Fassbender transmite por medio de orgasmos casi reales. Un actor con experiencia al lado del director británico Steve McQueen quien en 2008 también protagonizó su película Hunger. Ambos, personajes encarcelados, uno tras las rejas, otro por una adicción.
La musicalización de Harry Escott inspirada en el compositor Hans Zimmer exterioriza la represión de Brandon con piezas clásicas. Canciones como Let's get lost de Chet Baker o New York, New York interpretada por la actriz Carey Mulligan nos llevan al interior de esas vidas lastimadas. Cuando Sissy canta el clásico de Sinatra el tiempo parece esfumarse en los labios rojos de esa mujer que con voz pausada hace canción la ciudad que tiene a sus espaldas. Una NuevaYork de dry martinis y clubes nocturnos.
Deseos culpables es la radiografía de un enfermo mental protagonista de una historia con tema tabú. Un film con poco guión, sin un final feliz pero con un mensaje de reconciliación y reflexión para un público que todavía prefiere mirar entre los dedos.