
Dicen que a un lado está Franzen y que del otro están los nuevos minimalistas con Tao Lin en la cabeza. En efecto, Franzen va más por una tradición decimonónica, de novelas largas, con oraciones sofisticadas en una idioma en el que no son del todo necesarias. Talo Lin va, en cambio, por cuentos y novelas cortas donde las oraciones son extremadamente cortas y sin ninguna sofisticación. Franzen parece el heredero de la gran novela norteamericana que pretende, a como de lugar, diseccionar críticamente la sociedad norteamericana. Tao Lin pertenece, por otro lado, a esa tendencia, muy norteamericana también, de no diseccionar nada, sino de mostrar fríamente lo que ocurre. Para muchos la segunda es la mejor opción. Realismo sin pretensión, simple y crudo realismo. No hay teorías, hay hechos puros y concretos. Pero los hechos son peligrosos, pues corren el riesgo de ser triviales. En los libros de Tao Lin aparece esa juventud del nuevo siglo que pocos entienden y de la que muchos reniegan (como se reniega de toda juventud). Y lo hace bien, hasta cierto punto, luego se enreda y no parece saber qué hacer con lo que ha logrado. Hechos prometedores que terminan en la obviedad, en lo trivial y sin sentido.
“Richard Yates”, su última novela, trata de una relación problemática entre un escritor de 22 años y una adolecente de 16. Ocurre a mediados de la década pasada y la novela se reduce a la descripción de las conversaciones y chats entre éstos dos personajes. Se muestran todas las etapas problemáticas de una relación, el enamoramiento, el sexo, las mentiras, los celos, etc. No es nada novedoso, pero es matizado con elementos de esta época. Chats, correos electrónicos, redes sociales, robos a tiendas por aburrimiento, intentos vanos de suicidio, soledad, sexo, anticonceptivos, instrucciones para abortos domésticos, ebay, bulimia, cuadernos moleskine, Sex and the City, etcétera, etcétera. La novela en realidad podría ser un capítulo extensos de “Fragmentos de un discurso amoroso” de Barthes. Un capítulo minimalista y muy norteamericano. El amor es la soledad, dice Barthes en la introducción a su libro. Tao Lin lo confirma, pero luego ¿qué hace con eso?
Los que apoyan a Tao Lin y su narrativa arguyen que narra estados a de animo que otros escritores no se atreven a narrar. La soledad y alienación en la época del iPhone, Facebook y Twitter. No es estoy muy seguro que sea el único escritor que trate la soledad, es más, gran parte del canon se funda en estos sentimientos (Emma Bovary no era precisamente feliz). Sin embargo, a Tao Lin se le abona la contemporaneidad. Que sus personajes terminen cada tres líneas de un chat con una intención de suicidio, por ejemplo, y que nunca a lleven a cabo. Que sus personajes roben para luego vender en eBay. Que se vivan tomando fotografías con sus celulares y cámaras digitales para luego mandárselas unos a otros o ponerlas en MySpace. ¿Pero qué hace Tao Lin con esa gran cantidad de detalles? No mucho. Su novela parece una versión escrita del video “Jusus of Suburbia” de Green Day, sólo que sin ser tan podrido y punk. Su novela es una versión extendida de la canción “Super Rich Kids” de Fank Ocean, sólo que sin tanto dinero y tanta mierda a lo Paris Hilton.
We end our day up on the roof, I say I'll jump, I never do. Parecen cantar los personajes daca media página. La novela es una continuidad de acontecimientos contempéranos acompañada de algunos lugares comunes de relaciones amorosas enfermas y psicopatológicas. Pero los personajes, inmutables, no crecen ni varían. Pasan inapercibidos por lo poco que ocurre en sus vidas.
“Richard Yates”, de Tao Lin, parece una canción o un video de MTV. Parece más un poema, cuyo lenguaje repetitivo y minimalista ayuda. Un poema largo, emotivo e intenso, donde no pasa nada. Donde no hay historia o personajes. Algunos dicen que Tao Lin disecciona mucho mejor a la cultura norteamericana que Franzen o que el mismo Foster Wallace. Vaya usted a saber, pero la gran ventaja de Franzen es haberse quedado con los clásicos, los clásicos que comprenden que no basta con poner el espejo al lado del camino, como diría Stendhal, sino que hay que meter la mano. Los hechos con un propósito ulterior, con personajes que mutan, sufren y se contradicen. Y no simples robots contemporáneos.
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