Ahora sí se viene el fin del mundo, hijue****. ¡Tas, tas! Aunque parece que los únicos preocupados al respecto han sido los canales de historia y de descubrimientos científicos. ¿Porque saben qué? Lo más seguro es que el mundo no se acabe el 21 de diciembre de 2012... (¿Pero si las profecías solo las hicieron hasta el 2012, quién se encargará del análisis terrorista siguiente?).
Pero como en los mundos paralelos todo es posible, puede que un mundo se acabe y el otro no, que en uno hayan existido los Mayas y en otro no, y así. Por lo tanto, pese a que creo que este 21 de diciembre será una convención tan común y corriente como otras, no podía dejar que el año terminara sin hacer una pequeña reflexión al respecto, porque uno nunca se imagina que pueda ser la última. Y andaba yo haciendo por escrito nuevos propósitos para los once meses y alguito que quedan, y revisando los de finales del año pasado me encontré con el papelito en el que había escrito los doce deseos pa'l 2011... Y no supe quién estaba más desubicado: si quien los pidió o quien no los cumplió. De doce, ¡ninguno! Por ejemplo, sigo siendo fea en vez de ser modelo, presentadora y objeto sexual y no tengo una corte de asquerosos detrás para "esponsorizarme". Y lo otro es que me volví un poco más mediocre en la universidad. Confieso que lo de la mediocridad es lo que más me ha afectado, por obvias razones: es más fácil seguir siendo mediocre en la universidad que convertirme en presentadora, modelo y objeto sexual.
Fue así como desde esta mañana todo empeoró (más signos apocalípticos): me levanté, hice mis inutilidades en la cocina y cuando me senté en la mesa del comedor a desayunar con mi papá, su saludo fue: "María Clara, tú qué opinas del periodista que renunció hace un mes a dar su cátedra.". Yo, que nunca dejo terminar las preguntas que la opinión pública me hace (ahora, mucho menos las de mis papás), atiné a gritar –con media arepa en la boca–: "¿Era periodista?". Les soy sincera: por casualidad había leído aquella carta en la cual el periodista aquel renunciaba públicamente a su cátedra, de la facultad de Comunicación de la Universidad Javeriana, porque sus alumnos no saben leer ni escribir –entre otras cosas– y tampoco les interesa saber.
¿Pero qué significa esa reacción del señor don periodista para mí como estudiante que, aunque no muy mediocre, desde que estoy en la U algo más que cuando estaba en el colegio? Mi grito se lo explicó todo a mi papá. Ser docente no es ganarse un salario, es una decisión –como la de ser padres o…, o…– que implica la grandiosa responsabilidad de formar. Pese a los ochenta mil argumentos del sujeto en cuestión, todos entendibles (leer la carta para que todos estemos de acuerdo: http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/educacion/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-10906583.html), pienso que el señor don periodista como profesor es un cobarde, ¿o qué otro adjetivo podríamos ponerle al no enfrentarse al reto del cambio? Dirán, ustedes lectores, que el problema viene de atrás, que esto ya es una bola de nieve, que finalmente todo es un círculo vicioso, que el alumno no quiso aprender y que el profesor se mamó de enseñar. Y coincidimos en eso, pero por esas razones me parece peor el comportamiento del exprofesor: ¿por qué no cargar con todo esa nieve y darle un giro a la cuestión que tanto criticó en su carta?
Los profesores de hoy parece que nunca hubieran sido los alumnos de ayer, y no tienen en cuenta que gran parte de la culpa del problema de los estudiantes de esta generación la tienen los mismos profesores, incapaces de transmitir pasión antes que transmitir conocimiento. Y casos hay miles: ¿quién no odió en la vida y por siempre alguna materia por culpa de las actitudes de, incluso, el más inteligente de los profesores? Pregúntenle al de al lado. ¿Que el señor don periodista no quiso adaptarse a los nuevos lenguajes con los que los jóvenes de hoy se comunican? #fail! Quizás no son los mejores –fatales y apocalípticos, de hecho, para unos–, pero son los que hay. El reto: ingeniárselas. Pero parece que no hay nada que hacer cuando se trata de esos profesores que hasta se les olvida, a veces, que están ante individuos, no antes una masa, y no saben ni cómo se llaman sus alumnos, o si los que están en esa clase al menos son sus alumnos. Pero creo que los alumnos no tenemos el derecho de renunciar y siempre se nos seguirá echando la culpa de querer ser mediocres.
Acabo de hacer la lista de los doce deseos para el 2012 (con fecha de expiración del 21 de diciembre), y uno de ellos es que los estudiantes podamos ir a Harvard, pero para eso no solo hay que saber leer y escribir, sino contar con profesores que quieran verdaderamente enseñarnos a leer y a escribir; de lo contrario, estimados profesores, los invito a ser tan mediocres como ustedes dicen que son sus alumnos. Vamos, que en once meses y veintiún días algo se puede hacer, o en su defecto en toda una vida que nos queda por delante.