Un movimiento estudiantil descafeinado

Lun, 17/10/2011 - 07:49
Hace más de un mes la Universidad Tecnológica de Pereira-UTP- suspendió las clases porque sus líderes estudiantiles, y la verdad sea dicha, algunos profesores y directivos, se oponen a la reforma
Hace más de un mes la Universidad Tecnológica de Pereira-UTP- suspendió las clases porque sus líderes estudiantiles, y la verdad sea dicha, algunos profesores y directivos, se oponen a la reforma educativa propuesta por el gobierno actual. Hoy, otras seis universidades públicas colombianas están sin clase por el mismo motivo, y cada día de inactividad académica que pasa, el Estado pierde $1.500 millones que bien podría utilizar en cosas mejores, por ejemplo, ¡en educación! Los estudiantes colombianos parecieron contagiarse de la indignación que dicen sentir los españoles, algunos sectores sociales estadounidenses, los romanos, los londinenses, los belgas, los lisboetas, parisinos e incluso algunos asiáticos y africanos que se han unido al movimiento social que el sábado marchó en las plazas de los principales centros de poder global. Yo siempre he creido en la movilización social. Mi generación pertenece al sandwich sociológico que se ubica cronológicamente entre aquellos que promovimos la séptima papeleta, logrando modificar el sistema jurídico y el modelo de nuestra nación, sin lanzar una sola piedra, por allá en el 90, y aquellos que intentamos también derrocar a Samper, por la vía pacífica, sin obtenerlo. En 1997 tuve el privilegio de entrevistar a Jaime Garzón, y en ese momento me interesaba particularmente, como quizás ahora vuelve a interesarme después de mucho tiempo, el papel de las nuevas generaciones en la transformación de nuestra nación. Y ese día, con su desfachatez y su humor de siempre, Garzón me confesó que "estas nuevas generaciones no tienen esperanzas. No hacen propuestas. Por ejemplo -decía- mis papás fueron marihuaneros de Woodstock, mis abuelos fueron a la guerra, mi generación fue medio guerrillera, la de ustedes es la desesperanza total, el éxtasis. El nada, el domingo eterno. No asumen el país como suyo. Lo único que pueden hacer es tachar el tarjetón. Con que hagan eso en las próximas elecciones estamos listos... y que siga la rumba". Magistral diagnóstico, como casi todos los de Garzón, de algo que, a mi juicio, se ha agravado en los últimos 15 años. Hoy el problema es mucho mayor. Con lo demostrado en las últimas semanas y revisando detenidamente las declaraciones, manifestaciones y actitudes del movimiento estudiantil nacional, si es que aún hay algo que pueda llamarse así, durante los últimos meses, frente al caso particular de la reforma a la Ley 30, podría entenderse que esta generación empieza a recuperar la esperanza en la reivindicación social, pero de una manera mucho más gaseosa, vacía, vanal y por tanto, peligrosa. El movimiento estudiantil está hoy desideologizado. Pero no solo por la ausencia de ideologías movilizadoras de su discurso, sino porque, peor aún, refrita ideologías perdidas en la historia para interpretar un mundo que vive en los recuerdos nostálgicos de sus padres y sus abuelos, y que no se asemeja al real. No entiende que la protesta debe hacerse de una manera nueva, creativa, pacífica, pero contundente. No entiende, no entiende el mundo. Protesta pero no sabe contra qué ni para qué. Lo único que sabe es cuándo: a la hora de clase. Defiende el derecho a la educación auto negándosela deliberadamente, pero eso no es lo peor: lo realmente grave es que reivindica mediante discursos prehistóricos las realidades de la postmodernidad. Ver las declaraciones de los estudiantes rechazando la reforma a la Ley 30 en noticieros o en las redes sociales, soportándose en argumentos marxistas y antiimperialistas, sin siquiera haber tenido en sus manos al menos uno de los tres tomos de El Capital, me da pena ajena. Un movimiento estudiantil que en privado critica, se burla y aborrece a Chávez, pero públicamente sale y lanza piedras contra los establecimientos comerciales, rechazando la privatización con discursos despatarrados e ingenuos, padece como mínimo, y siendo optimistas, de bulimia argumentativa. En siete meses el movimiento estudiantil no ha propuesto un solo texto que reemplace a la reforma construida por el Ejecutivo, mientras su vocero afirma públicamente que no quieren discutir sobre su articulado, sino contruir una nueva ley. ¿Cuál?, ¿Dónde está?, ¿Qué dice esa nueva ley que los estudiantes quieren?. Yo les aseguro que sí me he leído todas las columnas de opinión, todos los discursos de políticos, servidores públicos, estudiantes y ciudadanos del común que me he encontrado por ahí, así como los informes oficinales de las partes involucradas, y en ningún lado he visto la materialización de la propuesta estudiantil. ¡Qué oportunidad está perdiendo esta generación de hacer el cambio que tanto pregona! En la época de Garzón, los buenos estudiantes, inconformes con el país que construían sus padres, se iban al monte. En mi época los buenos estudiantes estudiaban, leían, escribían, estructuraban propuestas, se lanzaban a puestos de votación popular, en la universidad, en el barrio, en la ciudad, para cambiar las estructuras desde su interior, para criticar con argumentos. En mi época los rectores se bajaban los pantalones, en mi época cambiábamos constituciones a punta de papel, no de papas bombas. Hoy el movimiento estudiantil no es lo suficientemente inteligente para interpretar el mundo y construir soluciones novedosas, mediante una argumentacióna adecuada, a los problemas que intuye, apenas intuye, se le vienen encima. La semana pasada invité a mis estudiantes de la UTP a que nos sentaramos en un salón de clase, el espacio natural para hacer una discusión académica sobre la reforma a la ley, a partir de la lectura del texto que propone la ministra, enviado previamente a sus correos electrónicos. Pude haberles aplicado la ley del cuarto de hora, pero no lo hice, esperé dos horas, sentado, como no queriendo reconocer que lo que les interesaba en realidad era no ir a clase, hacer bulla y bloquear calles. Me levanté de la silla, abrí mi sombrilla y salí mientras repetía para mí mismo: "Entonces, ¡que siga la rumba!". Imágenes tomadas de http://www.laopinion.com.co/noticias/index.php?option=com_content&task=view&id=375014&Itemid=94 y, justamente, http://asambleautp.blogspot.com/
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