Una vagina arribista para un pene imperialista

Vie, 20/01/2012 - 17:25
-Estoy muy preocupada, conozco muchas mujeres que sufren de xenofilia

-¿Xenofilia?

-No te preocupes, no es el nuevo herpes y fresca que esa palabra no sale en la RAE, lo que pasa es que no se m
-Estoy muy preocupada, conozco muchas mujeres que sufren de xenofilia -¿Xenofilia? -No te preocupes, no es el nuevo herpes y fresca que esa palabra no sale en la RAE, lo que pasa es que no se me ocurre otra forma de nombrar este mal que nos ataca, creo que lo  que necesitamos es un buen psicoanalista, a lo mejor las raras somos nosotras. Sin saber por qué, la comunidad criolla ha sido invadida por un efecto afloja-calzón relacionado con la inmediata percepción de un acento extranjero. Conozco a muchas mujeres cuya entrepierna tiene sellos de tantas nacionalidades como el pasaporte de un diplomático o el jefe de mercadeo en expansión de coca cola, y los penes imperialistas del mundo se dan la gran vida, porque comer comida típica de los nuevos destinos siempre es un punto obligado en cualquier check list de viaje. (Yo también lo he hecho, no tengo pene, es obvio, pero hablo con propiedad, experiencia y sin culpa). La xenofilia (aclaro que es un palabra que me inventé y que no sale en el diccionario) es básicamente el estado contrario a la xenofobia, es decir, si hemos pasado por innumerables guerras a causa de la poca tolerancia por los foráneos, al parecer y a modo de compensación bastante carnal, muchas personas caen rendidas ante el halo de exótica seducción del extranjero, aunque el exótico es uno, que es de esos países subdesarrollados. Mientras más extraño a la propia imagen y sea más difícil comunicarse, la atracción se intensifica, porque a pesar de la globalización, de la posibilidad de ver el mundo a través de una pantalla de 10 pulgadas y una conexión promedio de 4 megas, el montañero se descresta con ver aterrizar aviones y con palabras en un mal español a las que siempre les falta la R. No ha sido suficiente con que las mujeres de este país hayamos crecido con míticas historias como las novias de Barranca o las cientos de mujeres que dieron su prueba de amor antes de que el ingeniero gringo, que construía el ya inexistente ferrocarril de Antioquia, fuera a su país a contarle a la familia que se iba a quedar en este país tropical por que se había enamorado locamente de una “mujer decente con apellido de alcurnia”, pero todos sabemos que el ingeniero nunca regresó y la dama en cuestión se quedó sin su virtud y vistiendo santos. No falta la pendeja que peleó con su novio nativo, colombiano, criollito, de apellido Gómez o Pérez, igualito a ella y a los demás habitantes de este país, gritando en medio de una fiesta potencialmente documentable en Facebook, “Susi, tómame muchas fotos, porque quiero que Juanca vea todos los gringos con los que salimos a rumbear y se muera de los celos” No, pues que chimba (iba a decir lujo, pero chimba es la palabra que me sale del corazón, así que pido perdón por mi sarcasmo poco glamuroso), el pobre de Juanca, un tipo que seguro está estudiando una carrera digna, o tiene un cargo de junior que le permitirá ascender con decoro y gallardía, ve amenazado su “amor”, por un rubio sin gracia, que se escucha como un neardental cuando quiere comunicarse, que parece haberse tragado una varilla y que debe trabajar de barman, mensajero, o paseador de perros en su país, pero que viaja al tercer mundo porque el cambio de la moneda le favorece y ser blanco casi rosado, acá, sigue siendo una novedad. Aunque los portales de citas prometan que el amor puede estar al otro lado del mundo y que mis amigas traductoras se tapen de plata haciendo de intérpretes en encuentros entre gringos viejos y grillas jóvenes, las posibilidades de que el amor entre la pendeja novia de Juanca y su blanquecino levante, que usa bermudas en la “tropical” Bogotá, dure más que unas cuantas frotadas horizontales llenas de sudor (léase como el lenguaje del amor, ese que no tiene ni las fronteras de los poemas de Mario Benedetti). Así que señoritas o señoras (lo que el decoro les pida o su mamá les crea),  no se dejen engañar, eso de que lo lleven a uno descrestado a punta de espejos es muy de la colonia, poner toda su fe en un extranjero mochilero que lleva varios días sin bañarse bien, que carga dos camisas y tres calzoncillos desde hace 6 meses en su mochila, pasa las noches en un hostal de la Candelaria, queda fascinado con la chicha del Chorro de Quevedo y dice que encontró su conexión con la naturaleza después de mucho porro y otras drogas “naturales” en la Sierra Nevada de Santa Marta, no es el galán que la va a llevar a ver el mundo; y lo más importante: llevarse a la cama a un extranjero no es ningún logro merecedor de una beca Fulbright, son muchas las que ya lo han hecho, es más, algunas cuentan con la suerte de haber sido las extranjeras a presumir en tierras lejanas y haberse revolcado con algún nativo convencido de que con ella iba a venir al Pacífico a ver a las ballenas aparearse.   Para más información sobre la vida bizarra en twitter @julyuribev.
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