Yo sí, por muchas razones, por un amigo que necesita el certificado electoral para un tamal o diez mil pesos, lo cambiaría por un par de tejas de zinc o unos bultos de cemento, lo cambiaría por una promesa de empleo, lo cambiaría por una botella de aguardiente – aunque el aguardiente no me gusta – para olvidar por unos instantes las desgracias propias y ajenas. Es que nadie sabe con la sed que bebe el otro, reza un refrán. Yo no juzgo a los que venden su voto por un tamal, cómo lo voy a hacer si sé qué es el hambre, y no precisamente porque la haya aguantado de una forma penosa; no es necesario estar en la pobreza absoluta para saber qué es el hambre, con solo recorrer las calles de cualquier población de Colombia uno se encuentra con el hambre y la necesidad de frente.
Para las pasadas elecciones del 9 de marzo la Registraduría en alguna suerte de azar me acomodó la engorrosa misión de ser jurado de votación, qué suerte la mía. Es más fácil decirle a una hermana que uno no quiere apadrinar alguno de sus retoños que negarse a cumplirle a la Registraduría. Primero tuve que ir a una charla de capacitación que me dejó con más preguntas que respuestas. Amén del pésimo capacitador, el poco tiempo, la excesiva cantidad de información y la poca pertinencia de algunos asistentes que iban a ser delegados de los partidos que no desaprovecharon oportunidad para hacer proselitismo y espetaban preguntas tan intonsas que no vale la pena ilustrar. El día de la pantomima llegué temprano a cumplir con mi labor ante la democracia, de entrada le endilgué a la delegada principal de la Registraduría mi animadversión porque quería acomodar a nuestra responsabilidad un jurado “extra” y porque se incomodó cuando le hicimos ver que la caja del kit electoral estaba rota. Miré con odio a esa mujer que me causó repulsa inmediata, percibo que es corrupta por antonomasia. Me acordé de Balzac cuando hace la descripción de la mujer gorda, dueña de la pensión en Papa Goriot y decía algo así como que era una rata de iglesia. Pues bien, la registradora esta es como una hiena hambrienta y solitaria.
El día transcurrió con “normalidad”, muchos de los electores iban más por el certificado que por votar. Me hicieron preguntas del orden ¿Cuál es el número de fulanito? ¿Cómo le doy el voto a merenganito? Ninguna pude responder; yo les quería decir, vote en blanco o anule el voto, pero no. Por una parte, están los otros jurados que en parte también son asignados por los partidos y por los políticos y están los delegados que además de revisar que el trabajo de los jurados sea honesto hacen anotaciones a medida que van llegando los electores, como haciendo cálculos pensé o verificando que la compra de votos haya sido efectiva. No me gustó nada ese día, ni el arroz con pollo nomeolvides que nos ofrecieron de almuerzo y que rechazamos porque era el nuncio de una profusa diarrea; ni la actitud de la registradora; ni la poca confianza que pude asegurarle a la neutralidad de la Registraduría; ni la presencia de la Policía que como en muchos casos fue de ornato; ni el desempeño de los otros jurados que fueron avisados la noche anterior, o a los que tampoco habían entendido las instrucciones o porque sencillamente me dejaron el sinsabor y la desconfianza de ser informantes de los partidos que en cualquier momento del conteo podían anular votos; ni el cuenta votos, un documento obtuso de los muchos que hizo la Registraduría… y de mucho más.
En Colombia son muy pocas las personas que votan con cierta conciencia. Son más pocos los que lo hacen sabiendo lo que es el Senado, la Cámara de Representantes o el Parlamento Andino, los unos y los otros son los cautos que votan esperando el cambio, son utópicos, para ellos mi saludo y mi abrazo fraterno. A veces siento envidia histórica, nuestros vecinos tienen mejor conciencia democrática y luchan por ello, veamos en la actualidad a Venezuela y en el pasado a Ecuador y la Argentina para un par de ejemplos. Pareciera que lo que nos hace falta ante la cobardía democrática y política es una pérdida más rotunda de nuestros derechos, qué desgracia.
¿Vendería su voto?
Jue, 13/03/2014 - 10:23
Yo sí, por muchas razones, por un amigo que necesita el certificado electoral para un tamal o diez mil pesos, lo cambiaría por un par de tejas de zinc o unos bultos de cemento, lo cambiaría por una