En la arena política colombiana, donde los discursos se confunden con las consignas y la confrontación parece ser el único idioma posible, surge una voz que apuesta por la coherencia. Paola Holguín, senadora y hoy precandidata a la Presidencia, no teme reconocer que su historia política está marcada por la convicción y por la fe. Se define como una mujer común, una paisa que creció entre montañas, en Sabaneta, jugando en la calle con sus hermanos, recogiendo café y soñando en la finca familiar con un país mejor. “Soy una montañera de 51 años, felizmente soltera y tía de Leticia. Ese es mi cargo más importante”, dice entre risas.
Su vida podría resumirse en una palabra: coherencia. Esa fue la lección que le dejaron sus padres, liberales de convicción, que amaban la política pero nunca participaron directamente en ella. “Mi papá me decía que la política era una piscina sucia, y que si alguna vez decidía meterme, tenía que salir limpia. Y tenía razón”, recuerda Paola. Hoy, tres periodos después en el Congreso, confiesa que mantener la ética intacta en un entorno lleno de contradicciones ha sido una de sus mayores batallas.
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En esta conversación con Kién es Kién, Holguín se permite dejar a un lado la coraza política y mostrar la mujer que hay detrás de la senadora. Una mujer que se formó académicamente con disciplina, comunicadora social, con maestrías en estudios políticos, seguridad y defensa, que estudió en la Escuela de Guerra y en la Universidad de Defensa en Washington, y que desde los cuatro años tuvo claro que su propósito era servir a Colombia. “Toda mi vida he trabajado para esto. Cada estudio, cada experiencia ha tenido un sentido. Desde niña quise ser presidenta”, confiesa.
Detrás del rigor, sin embargo, hay una mujer que conserva la sensibilidad y la fe como brújulas. “Para mí la política es una forma de santidad y de martirio. Es el camino más alto de servicio al otro”, dice con serenidad, sin titubeos. No teme hablar de soledad, ni de las heridas que deja el poder. “En política uno aprende a vivir rodeado de mucha gente, pero muy solo. Aun así, me siento afortunada porque tengo un equipo de ensueño y una familia que siempre me acompaña”, agrega.
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Paola habla de Leticia, su sobrina de seis años, como si fuera su motor vital. “Un día en el colegio le dijeron que fuera disfrazada de una mujer que cambiara el mundo. Y me dijo: voy a ir de mujer política, como la tita Pao”. Esa anécdota, que le arranca una sonrisa, resume el sentido profundo de su camino: inspirar sin renunciar a sus principios.
Sobre su visión del país, Holguín invita a dejar atrás la polarización y el odio. “A los colombianos nos han contaminado de discursos de división. Todos queremos lo mismo: vivir tranquilos, ver crecer a nuestras familias y tener un país en paz. Lo que cambia es el método. Si nos escucháramos más, podríamos construir desde la diferencia”.
Critica la política del rótulo fácil y del populismo emocional: “El populismo es la democracia de la ignorancia. Es más fácil mover emociones que razones, etiquetar al otro en vez de debatir con ideas. Por eso hay que volver al debate con altura y con argumentos”.
Su propuesta es clara: construir un propósito nacional que una a los colombianos más allá de las ideologías. “No hemos encontrado nuestro propósito de nación. Corea del Sur, Singapur o Taiwán lo lograron porque se pusieron un objetivo común. Nosotros tenemos todo: agua, tierra, talento, energía, tecnología. Solo falta foco, disciplina y unión”.
También habla sin miedo del papel de las mujeres en el poder. “A mí me dicen que Colombia no está preparada para una presidenta. Pero ningún país se prepara para eso. Las mujeres somos las que nos preparamos para gobernar. Tenemos capacidad de comunicación, empatía, honestidad, disciplina y fuerza para liderar en momentos de crisis”, afirma.
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Entre convicción y fe, Holguín deja claro que su propósito va más allá de un cargo. “Mi amor de la vida es Colombia. Es mi traga maluca, la razón de mis desvelos y mis sueños. Yo creo en este país y en su gente. No todo está perdido. Colombia nunca va a ser una causa perdida.”
Paola Holguín habla con la serenidad de quien no necesita fingir certezas. Su discurso no nace del cálculo, sino del camino recorrido. Detrás de la política hay una mujer que aprendió a resistir sin perder la fe, a debatir sin odio y a creer que la coherencia aún puede ser una forma de hacer historia. En tiempos de populismos, desencanto y ruido, su voz recuerda que la política cuando nace del servicio y no del poder, todavía puede ser un acto de esperanza.
