Hay historias que empiezan con una huida. La de Juan Guillermo Zuluaga comenzó así: con una madre que empacó lo necesario, tomó a sus hijos de la mano y dejó Medellín para protegerse de la violencia intrafamiliar. Él tenía seis años. No sabía que ese viaje, larguísimo en su memoria, sería el punto de partida de todo lo que vendría.
San José del Guaviare fue su primer territorio. Allí creció mientras su mamá trabajaba en la lavandería del hospital y él empezaba a entender el país desde abajo, desde lo cotidiano. Recuerda el barro, las distancias, los inviernos interminables y la sensación de que vivir era adaptarse constantemente.
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Pero la vida volvió a moverse. El compañero de su mamá fue asesinado y, con esa pérdida, llegó otra mudanza. Esta vez hacia Villavicencio. Ese cambio, dice él, lo obligó a crecer rápido.
Villavicencio fue el lugar donde comenzó a trabajar. No por elección, sino porque era lo que tocaba. Vendió empanadas, fue botones, mensajero, barman y taxista. Cada oficio tenía un horario distinto, una cara distinta del mismo país y, sobre todo, un propósito: estudiar. Con el taxi logró terminar el bachillerato. Ese detalle, dice, es uno de los que más lo marcaron.
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La conversación avanza entre esos recuerdos: las calles donde trabajó, los turnos nocturnos, las veces que tuvo que empezar desde cero. Ahí fue armando, sin saberlo, la mirada que más tarde lo llevaría a la vida pública.
Desde esa base llegaron los cargos locales, las responsabilidades regionales y, tiempo después, la Alcaldía. Zuluaga no cuenta su trayectoria como una escalera, sino como una sucesión de momentos que lo fueron llevando a donde estuvo después: en una precandidatura presidencial y en un proyecto político que se construyó desde las regiones.
Lo que aparece en este Kién es Kién no es el político, sino la persona antes de los micrófonos: el niño en el bus que tardó días en llegar al Guaviare; el joven que se levantaba temprano para vender empanadas; el muchacho que buscaba un taxi para seguir estudiando; el hombre que tuvo que mover su vida más de una vez por circunstancias que no eligió.
Su historia tiene algo constante: avanzar incluso cuando no hay un camino claro. Eso es lo que narra aquí, sin poses y sin épica, simplemente como pasó.
Este es el retrato del niño que vendía empanadas, que logró ser alcalde y que hoy sueña con aspirar a la Presidencia.
