Es inexorable, a medida que avanzamos en la construcción de la Paz y en la implementación de los Acuerdos de La Habana, todas los estigmas y cicatrices de la guerra van quedando atrás, con su cohorte de tragedia y llanto que tanto acompañaron nuestros días. Pero hay uno que tiene especial significación para la sociedad colombiana y es el conocido con el terrible nombre de “minas quiebrapatas”.
En la maniquea concepción de hacerse daño, los ejércitos enfrentados idearon, en un muy mal momento, esta mortífera y sanguinaria arma, que a la hora de la verdad poco daño hacía a los combatientes, pero si, era mortal en contra de la indefensa población campesina, representada en los niños, mujeres y trabajadores del agro. Por muchos años el estallido de estas minas sembró de luto a las familias campesinas, quienes, sin saber dónde estaban localizadas, las pisaban accidentalmente, generando grave daño en las piernas de los indefensos campesinos y en muchísimos casos la muerte.
Ahora, hemos recibido con especial agrado las noticias que vienen desde el Orejón, vereda del municipio de Briceño, norte de Antioquia, lugar que se volvió familiar para los colombianos y sitio escogido por el Gobierno nacional, las Farc—Ep y la Comunidad Internacional para iniciar un proyecto piloto de desminado, que permitiera tres cosas:
- Demostrar por parte de las Farc y el Ejército colombiano que efectivamente están maduros para iniciar el proceso de reconciliación nacional.
- Que ha llegado el momento de terminar con el dolor y tragedia de los sectores campesinos.
- Replicar la experiencia y aprendizajes de esta por todo el territorio nacional donde hayan “minas quiebrapatas” para desactivar.