Cambio cultural

Vie, 11/11/2011 - 00:00
Si hay alguna habilidad que le reconozco a Gustavo Petro es la de ser abierto a ideas de diferentes corrientes políticas. Es pragmático e inteligente. Por el bien de

Si hay alguna habilidad que le reconozco a Gustavo Petro es la de ser abierto a ideas de diferentes corrientes políticas. Es pragmático e inteligente. Por el bien de Bogotá esperemos que cumpla, casi que solamente, con su promesa de acoger iniciativas de varios de sus contendores.

Entre las propuestas que espero Petro acoja hay una Mockusiana: la de incentivar las transformaciones culturales desde el Estado. Y eso supone cambiar la famosa cultura del NO, que a veces hace a esta ciudad invivible. Por cuenta del hábito del "no se puede", los bogotanos tenemos mala calidad de vida, desasosiego, ineficiencia en las transacciones cotidianas, grisura. Solo una anécdota para ilustrar. Poco tiempo después de las elecciones decidí dejar la ciudad por pocos días, viajar para ver los 25 años de Sting en vivo y disfrutar del Rock, otra de mis pasiones urbanas. Pero casi es imposible. Viajé por Spirit, la aerolínea que por cuenta de la ineficiencia de sus azafatas y dependientes, menos recomiendo usar en el país. A 20 minutos de vuelo un rayo cayó en una turbina y hubo que volver a Bogotá. Ningún pasajero pudo cambiar de vuelo porque la operaria dijo, sin ni siquiera haber revisado los itinerarios, "no se puede. Como el gerente de Spirit no aparece, no se puede". Ocho horas después nos devolvieron las maletas y tomamos rumbo por otra aerolínea, por cuenta nuestra, a Medellín. Esta actitud es cotidiana y suele encontrarse en miles de situaciones. En Bogotá nunca hay vueltas, miles de taxis prestan servicio en función de su propio destino y en las ventanillas públicas siempre hay alguien listo para responder que no se puede. Puede ser por herencias ancestrales, históricas. O a que los procesos de consolidación económica hicieron que las actitudes resolutivas, pragmáticas y empresariales, tomarán en Colombia otro rumbo. Cualquiera que sea la causa en Bogotá (y en Colombia, en general), hay algo claro: la vida cotidiana es difícil por cuenta de la ineficiencia de gran parte de las transacciones cotidianas. Lo que me pasó con esta aerolínea es lo que suele suceder a cientos de ciudadanos cuando van a renovar el RUT, pagar un servicio o cambiar de línea telefónica. Suele haber taras, enredos, trabas o respuestas de que "hay cosas peores". Para justificar su ineficiencia, recientemente una empresa de TV por cable le dijo a mi amiga Lariza Pizano que dejara el afán, que la televisión no era prioritaria para nadie. No son hechos aislados. Todos tenemos una anécdota, un drama cotidiano y urbano, que lleva a pensar que el cambio cultural es prioritario para hacer una vida más amable y productiva. En medio del "no es posible", la ciudad tiene problemas. El cambio cultural no se logra con libros de superación ni con coaching colectivo. Se logra impulsando nuevas actitudes desde el Estado. El respeto por el espacio público o las normas de civismo en los noventas, no se dieron por generación espontánea. Se dieron porque alcaldes gerenciales y con autoridad, enseñaron que la convivencia y el respeto por lo público, vale la pena. Ojalá Petro no se confunda con su 'democracia del amor' y entienda que autoridad no es autoritarismo. Y que ejecute algo de esa filosofía Mockusiana que parte de creer que el cambio cultural es una prioridad. La lucha contra la mediocridad es parte de la pelea que hay que dar por una mejor vida colectiva. Ah, y nunca viajen por Spirit.
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