La impresión no puede ser más positiva para un turista extranjero. La primera sorpresa la tuve al saber que podría entrar a Chile sin pasaporte, con la sola cédula colombiana, en virtud de un tratado que así lo permite.
El aterrizaje en el aeropuerto de Santiago, ya sin huellas del terremoto que lo dejó bastante maltrecho y averiado, es agradable por lo acogedor y eficiente: el paso por inmigración es muy rápido, los baños son amplios y suficientes y tienen buenas cerraduras, la entrega de las maletas transcurre de forma expedita, y al salir no hay cola para verificar el tiquete de la maleta, pues se espera que nadie tome la maleta de otro (fuera de las colombianas, quedan muy pocas ciudades en el mundo donde le pidan al viajero el tiquete de la maleta).
A la Ciudad se llega por modernas avenidas y calles sin huecos, se atraviesan túneles hasta desembocar en barrios organizados, con algunos parques y zonas verdes donde juegan muchos niños, se asolean los bebés y los viejos, sin temor a la agresión de perros sueltos, ni a excrementos, pues allá el respeto y el orden son generalizados.
Esto no solo caracteriza a Santiago, pues si se viaja hacia el sur, la experiencia es igualmente grata: aeropuertos modernos, limpios y organizados se encuentran también en Puerto Montt, en Temuco, en Punta Arenas, aunque se trate de ciudades pequeñas.
La admiración no es menor cuando se llega a la Isla de Chiloé y a sus islas vecinas, pobladas por campesinos productores de ocho variedades de papas, pastores de ovejas, o dedicados a la ganadería, al levante de cerdos, patos, aves y pavos, ya que han sabido conservar la naturaleza paralelamente al correcto desarrollo de sus carreteras, acueductos, alcantarillado, energía, de sus muelles, de su industria pesquera, y en especial de las salmoneras.
Estas islas, que se caracterizan por tener un gran número de iglesias construidas en madera, durante la época de la colonia, hoy en día declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco, han sabido generalizar un estilo de construcción de viviendas tradicional sencillo, básicamente en madera, con una gran unidad arquitectónica, hasta el punto de constituir una verdadera escuela.
Las excelentes carreteras que recorren de Norte a Sur a Chile, su gran infraestructura portuaria y de toda índole que ha preparado al País para el comercio internacional y el turismo, y el progreso económico, han respetado la naturaleza, y ello se refleja en sus lagos, sus bosques, que le permiten promover un turismo ecológico, deportivo, gastronómico, que es respetuoso y no se comporta como depredador.
Al ver estos escenarios, donde los asentamientos humanos son en su mayoría nobles con su entorno natural, es inevitable compararlos con el desorden reinante en San Andrés y Providencia, sobre todo en la primera, donde el cemento y el mal gusto reemplazaron en buena parte el estilo y los materiales de las construcciones de los nativos, sencillas pero integradas al paisaje y a la cultura isleña. Esta actitud destructiva no sólo en el aspecto ambiental sino también en el cultural ha sido el resultado de la ausencia de políticas públicas que protejan la identidad a partir de la valoración de lo propio.
Es refrescante saber que Chile pudo llevar el progreso y el turismo nacional e internacional a regiones apartadas y de difícil acceso, pero sin violentar el ambiente y la cultura de sus pobladores….. Y nosotros por qué no?
Chile sí pudo
Mar, 22/03/2011 - 23:59
La impresión no puede ser más positiva para un turista extranjero. La primera sorpresa la tuve al saber que podría entrar a Chile sin pasaporte, con la sola cédula colombiana, en virtud de un trat