La existencia de la doble moral americana no tiene mucho de novedad ni de dónde agregarle facetas nuevas.
Sea en el tema de derechos civiles y discriminación racial, donde fueron los campeones –por encima de Sudáfrica y el apartheid- hasta que los mismos sometidos lograron su reivindicación como seres humanos iguales y con los mismos derechos; o en su defensa de la población civil como víctima en las guerras, con el record en su historia de las bombas de Hiroshima y Nagasaki; o del derecho humanitario y el respeto por la ley y la dignidad del ser humano con sus sistemas de torturas y sus jurisdicciones como la de Guantánamo; o incluso la defensa de la libre determinación de los pueblos cuando han invadido todos los territorios donde las mayorías no se alineaban con sus intereses; o su supuesto compromiso con la democracia cuando han apoyado todas las dictaduras que han existido que han sido coincidentes con lo que a ellos conviene; o su supuesto interés o solidaridad por un mundo mejor, cuando no suscriben ninguno de los tratados que el resto del mundo comparte, desde la Corte de La Haya, El tratado de Kyoto, el Estatuto de Roma, etc.; en cualquier aspecto que se mire en la consigna de “Estados Unidos no tiene amigos sino intereses” debe remplazarse el ‘amigos’ por ‘principios’.
Lo que si tiene algo de novedad es el contagio que le ha trasmitido a la vieja Europa o por lo menos a sus dirigentes.
Circula por internet las fotos de Gadafi abrazado con todos y cada uno de los mandatarios que decidieron catalogarlo como el enemigo de la humanidad. No fotos de hace años ni de diferentes circunstancias, sino de los últimos dos años cuando todos iban allá a vender armas o comprar petróleo.
Pero la nueva doble moral de estos líderes no se limita a acudir a reivindicar como un triunfo propio la derrota de aquel de quien se habían declarado los mejores amigos.
La decisión de la OTAN –en contra entonces de la ONU, es decir del resto del mundo- de involucrarse en ese conflicto interno nació con el argumento de que los bombardeos de la fuerza aérea oficial contra los rebeldes era un crimen de lesa humanidad porque no tenían forma de defenderse y caía la población civil. Por eso destruyeron toda la aviación supuestamente como acción de derechos humanos. Pero de ahí en adelante fue la aviación de la OTAN –la francesa y la inglesa principalmente- la que reforzó la fuerza de los rebeldes bombardeando en la misma manera que antes lo hacían las fuerzas oficiales con los reductos donde éstas no se rendían ni podían ser derrotadas.
Por supuesto, después se involucraron enviando armas a los insurgentes y por último con inteligencia, comandos y pequeños grupos armados que fueron determinantes para el resultado final. Tienen razón los Sarkozy y Cameron y compañía en reivindicar el triunfo en lo que acabo siendo su guerra.
Pero ahora resulta que lo que hicieron con Gadafi, su hijo y su jefe de inteligencia sí no es parte de su guerra ni sienten responsabilidad por lo que produjo su participación o por cómo actúan sus aliados (si es que todavía así los consideran).
Tampoco van a asumir culpa por lo que vendrá en Libia, un país donde nada se conoce de democracia sino de confrontaciones tribales donde las diferencias entre ellas son de mucho más raigambre que las políticas. Lo previsible es que convergirán las condiciones de las guerras nacidas de la disolución de Yugoslavia o los enfrentamientos entre las naciones Urdú y Tutsi en Uganda y Rwanda pero complementando las dos problemáticas, y el futuro será pálido reflejo de lo que llevó a la creación de los respectivos tribunales excepcionales.
No se trata de defender el régimen que existía y mucho menos su bondad. Era una dictadura, era cruel y puede que hasta inhumana.
Pero a diferencia de los Estados Unidos, Europa había defendido la cultura occidental sin doble moral ni hipocresías, y con responsabilidad respecto a lo que con su intervención se producía.
La retórica actual del Gobierno Americano busca colocar a Siria y a Irán como próximos blancos para intervenirlos. ¿Caerá Europa en esa tentación? ¿Se habrá vuelto esa doble moral o pragmatismo la esencia de nuestra civilización?