Se dice que somos un país clasista. ¿Cuál no lo es, o no lo ha sido? Los utopistas de Tomás Moro soñaban con ciudades igualitarias, donde cada uno cumplía su tarea contribuyendo al bien comunitario; siglos más tarde, Lenin comenzó a edificar desde los “sóviets” una sociedad que sería igualitaria, y en esa dirección han caminado varios Estados, inspirados en las ideas de Carlos Marx. Ninguna nación comunista ha alcanzado el ideal de ser una sociedad sin clases, ya que los dueños del poder se constituyen en clase superior y dominante, mientras que “los de abajo” —trabajadores y campesinos— se han convertido en una masa relativamente uniforme e inferior, lo que significa que la pobreza ha sido el rasero para medir la igualdad. Paradójicamente, naciones de inspiración capitalista han sido las que más se han acercado a la sociedad igualitaria, al tener una mayoría de su población ubicada en lo que se denomina la clase media.
Mientras exista el propósito de construir una sociedad más equitativa e inclusiva, por medio de políticas públicas eficaces que apunten a ese propósito, el problema tiene alguna solución. Lo malo es carecer de una intención seria de ir conformando una sociedad donde cada sector económico y social no tenga posibilidad de ascenso: así ocurre, por ejemplo, allí donde la llamada clase media crece y mejora, pero se mantienen amplios grupos poblacionales marginados del progreso. Cada sector debe tener la oportunidad de avanzar y, si es posible, ascender en la escala social.
No es fácil discernir sobre lo que son y significan las clases sociales, y cómo se las puede ordenar en términos de ingresos económicos, de rango social y características culturales. Para comenzar, el término “clase” es antipático, porque puede interpretarse como una forma de discriminación: unos son superiores y otros inferiores. Generalmente, el ordenamiento comienza con la clase baja y termina en la clase alta, pasando por la media, pero existen escalas intermedias. El asunto se torna más intrincado en las naciones donde además existen las castas, como en India, o donde funcionan divisiones tribales, como en varias regiones africanas. Más técnica sería la clasificación por estratos o por quintiles, porque aparece neutra, más cercana a la estadística, que distribuye las personas según las frecuencias de grupos previamente definidos. Sin embargo, los estratos miden más las viviendas y su ubicación que a sus moradores. Al final, estamos hablando de lo mismo.
La distribución estadística de la población ayuda a entender cómo está dividida la sociedad de acuerdo con los criterios escogidos, pero no nos dibuja el cuadro completo, pues existen elementos importantes que definen la composición social y económica y no se hacen aparentes en las clasificaciones. Los países del Norte de Europa se asimilan entre ellos al tener una proporción muy alta de clases medias, muy pocos pobres y un porcentaje reducido de ricos; sin embargo, cada uno tiene su propia fisonomía, marcada principalmente por los rasgos culturales de cada nación. En el otro extremo están los países de América Latina, con elementos comunes: un sector pudiente relativamente reducido pero muy poderoso, clases medias en ascenso y una proporción de pobres que varía entre ellos; sin embargo, cada país difiere.
Concentrándonos en Colombia, dicen las estadísticas del DANE que nos estamos acercando a una meta interesante: la de una clase media que alcanza a ser más de la mitad de la población; un 4 % de estratos altos que crecen proporcionalmente poco, pero concentran la riqueza, y un alto porcentaje de personas por debajo de la línea de pobreza, de los cuales en extrema pobreza vive, al menos, de la décima parte de la población, y en pobreza relativa —medida según las necesidades básicas no satisfechas (NBI)— cerca de la tercera parte. Estas cifras son halagüeñas comparadas con las que teníamos hace apenas dos décadas, al finalizar el siglo XX, mas no son satisfactorias.
Al examinar los datos con más detenimiento, se presentan varios problemas: primero, los ingresos no parecieran reflejar la verdadera situación de las familias, por ello el NBI puede ser más útil como medida; segundo, los cambios positivos de la última década han coincidido con un período de vacas gordas en el campo fiscal, principalmente debido a los ingresos por exportación de bienes primarios, lo cual se está desvaneciendo; tercero, la clasificación de clases medias en tres subgrupos (media-alta, media-media y media-baja) es ambigua, y no refleja la capacidad de consumo de cada segmento. En otras palabras, las cifras deben contrastarse con la capacidad de compra más que con los ingresos.
Simplificando el asunto, la pobreza extrema está muy concentrada en “bolsones de miseria” situados en las regiones periféricas: las dos costas y el sur del territorio; allí los moradores son completamente marginales, excluidos del mundo de los mercados, y apenas sobreviven en condiciones de extrema miseria con un ingreso de 2 dólares diarios ($6.000 pesos), lo que constituye un problema inaceptable para ellos y para la sociedad, particularmente si aceptamos que tenemos cómo resolverlo, así sea con subsidios y medidas de protección especial. Cinco millones de personas en extrema pobreza podrían salir artificialmente de ese esta condición con una inversión de unos diez billones de pesos anuales —alrededor de un punto del PIB—, representados en alimentos, salud, educación, mejoras de vivienda y otros apoyos para solventar las necesidades básicas, lo cual no se escapa a la capacidad económica de la nación.
Los pobres no extremos son cerca de 15 millones de colombianos, y viven con un ingreso de salario mínimo y medio por familia; actualmente, este grupo recibe subsidios que pueden llegar a representar hasta 20 billones de pesos al año, lo cual no resuelve el problema de fondo ni los saca de su condición, pero les permite paliar los rigores de la pobreza.
El análisis de las clases medias es más complejo. La clase media-baja está muy cerca de la pobreza, apenas está saliendo de esa condición y puede regresar si no recibe algunos apoyos: en realidad son pobres con celular, televisión, nevera y motocicleta. El subgrupo clase media-media es el más numeroso e, igualmente, se encuentra en situación de riesgo, aunque posee o habita una vivienda más digna, puede llegar a tener un automóvil, viaja en vacaciones, los niños reciben mejor educación (generalmente pública) y suelen tener trabajo formal, por lo cual pertenecen al Régimen Contributivo de salud.
La clase media-alta es la que ciertamente corresponde a las clases medias de otros países, y si bien tiene mayor solidez, por sus aspiraciones crecientes de consumo no posee capacidad de ahorro ni de inversión, de manera que su progreso es lento, pues sus ingresos equivalen a los egresos corrientes. Las familias de este subgrupo tienen una cultura de gasto que se parece a la de estratos más altos, por lo cual suelen vivir del crédito, se divierten más, poseen vivienda y automóvil, pero su capacidad de ahorro es baja. Constituyen una población relativamente estable y, para muchos economistas, son la base de una economía de consumo moderna.
Los ricos también tienen subcategorías. En realidad, los verdaderos ricos no pasan de ser el 2 %, es decir, aquellos con ingresos superiores a cinco mil millones de pesos anuales: dueños de capital, rentistas y empresarios. Los demás tienen un buen modo de vivir, sus hijos van a colegios y universidades de prestigio, suelen ser miembros de algún club social, viajan al exterior y consumen artículos suntuarios. La mayoría de los llamados ricos no son propietarios de compañías ni rentistas, sino funcionarios de las mismas o poseedores de algunos negocios de mediano tamaño. Un grupo adicional lo constituyen aquellos que han hecho grandes fortunas a través de actividades ilícitas, directa o indirectamente, y se van incorporando a la economía formal, así mantengan costumbres de estratos más pobres: no resulta fácil estimar el tamaño de este segmento. El problema más serio es el de concentración de ingresos pues, según Alameda , el 53,5 % de la población gana cerca de 200 dólares al mes, mientras el 0,06 % tiene ingresos superiores a 14.000 dólares mensuales.
Las consideraciones anteriores son un intento de observación no científica del paisaje de nuestras clases o segmentos socioeconómicos. Es lo que tenemos hoy, pero dentro de un dinamismo de movilidad, hacia arriba y, en algunos casos, hacia abajo. Siendo optimistas, podríamos aspirar a mejorar el ingreso per cápita, hoy estancado alrededor de los 12.000 dólares anuales. Si recuperáramos la tasa de crecimiento del PIB a más del 5 % anual, en menos de dos décadas podríamos llegar a un ingreso de más de 20.000 dólares por persona, aclarando que se mantendrá la tendencia a la fuerte concentración de los ingresos en menos del 1 % de la población. Mientras tanto, no se puede bajar la guardia en las medidas de protección a los grupos más vulnerables, por razones de justicia social y de conveniencia política.
Clases, estratos o quintiles
Vie, 01/09/2017 - 02:36
Se dice que somos un país clasista. ¿Cuál no lo es, o no lo ha sido? Los utopistas de Tomás Moro soñaban con ciudades igualitarias, donde cada uno cumplía su tarea contribuyendo al bien comunita