Conociendo hombres, y no tan hombres, por internet

Vie, 02/12/2011 - 00:03
Más fácil que ir a un bar a ver qué encuentro y qué levanto es crear un perfil en un website como okcupid.com y empezar a buscar gente como pescando en un río. Con

Más fácil que ir a un bar a ver qué encuentro y qué levanto es crear un perfil en un website como okcupid.com y empezar a buscar gente como pescando en un río. Contesto varias preguntas que aspiran a iluminar mi personalidad y lo que estoy buscando, subo fotos en que no me vea muy gorda y en las que más cara de muñeca se me vea y espero a ver quién cae en mi red. Cuando me pongo a buscar, hay formas de filtrar lo que no me interesa. Así disminuyen las posibilidades, pero como en los bares, debo ser selectiva. Busco hombres blancos o latinos que parezcan blancos y aunque algunos colores de piel no me interesan, estoy dispuesta a romper mis reglas. Busco un hombre soltero que tenga mínimo treinta años y máximo dependiendo de la virilidad del sujeto, que como todos siempre dicen que son sementales, solo lo podré comprobar cuando me les monte encima. Busco alguien que haya ido a la universidad, si tiene maestría mejor y si tiene doctorado, aún mejor. Alguien que no tenga hijos, y si los tiene, que no pretenda que yo los amamante. Alguien que parezca haber leído muchos libros y que haya visto pocas películas de acción y comedias. Alguien que cocine y que haya viajado por el mundo. Alguien cuyo perfil me haga pensar que es un poco antipático y que no se le note el esfuerzo para ser chistoso. Alguien a quien no le interese la religión y que no diga cuánto se gana al año.

Así di con un griego de 43 años, ingeniero de sistemas, muy alto, barbudo y con apartamento en Manhattan. Hablamos durante un par de semanas y nos encontramos en Madison Square Park, donde lo esperé durante casi veinte minutos hasta que llegó cojeando por un esguince crónico que se le había vuelto a lastimar cuando salió de la casa para encontrarse conmigo. Me gustó inmediatamente, sentí que no me haría daño y nos montamos a un taxi rumbo a su apartamento pues con ese dolor no quería moverse. Follamos la primera noche y las otras dos noches que nos vimos, no era un gran amante pero me hacía sentir la mujer más sexy y más inteligente del globo terráqueo. Chateábamos durante todo el día, se fue de vacaciones a Atenas y me trajo un nazar que me dio la noche que llegó, el día de mi cumpleaños. Esa fue la última vez que lo vi, pues el romance nunca salió de su apartamento y yo me aburrí.

Como conclusión de mi affair griego, borré mi perfil de okcupid.com y borré al griego del BlackBerry. Decidí no volver a pescar hombres anónimos en internet.

No tuve tiempo de estar de luto por su falta y apareció un fan enamorado en Twitter. El hombre, de Bogotá, comentaba en casi todas mis columnas, pero por considerarlo cursi lo ignoré, hasta que me escribió: Me gustas mucho. Entonces tuvo toda mi atención. La primera vez que chateamos me dijo que se había enamorado de mí a través de mis escritos y que yo sería su mujer. En su perfil de Twitter ponía que era corredor de bolsa y de maratones, amante de la literatura y el chocolate. En su avatar tenía una foto de turista en Berlín y se veía guapo. Además dijo que vendría a Nueva York por negocios, a correr la maratón y a conquistarme. Me contó que era casado hacía casi veinte años, separado hacía cinco y que tenía un hijo de diecisiete años, de intercambio en Londres. Quise creerle todo lo que me decía y para comprobar que era de carne y hueso le puse una cita con una amiga mía en Bogotá. Mi amiga lo entrevistó y me dijo que parecía un lord inglés, dijo que me encantaría y yo me metí en esa historia con los ojos tapados y en contravía. Empezamos a hablar todos los días, chateábamos todo el tiempo, me llamaba a la oficina durante el día y por la noche conversábamos por Skype. Pasamos los días en cuenta regresiva hacia su llegada, seis semanas. Recibí un diagnóstico médico muy doloroso y fue él quien me apoyó durante todo el proceso. Se pasaba las horas pendiente de mí, queriendo saber dónde estaba, para dónde iba y a qué hora volvía. Empezamos a hacer planes juntos, dijo que como corredor de bolsa podía trabajar desde cualquier parte del mundo y que podría mudarse a Nueva York. Me dijo que quería tener una hija y se derritió cuando le dije que yo no creía en las nanas. Hizo una reserva con su agente de viajes para que yo viajara a Bogotá en diciembre y cuando le pregunté cuánto le debía me dijo que no me preocupara por eso, que a él la plata era lo que menos le interesaba. Mi fan enamorado me hizo creer en el príncipe azul, me hizo creer que mi mamá había tenido razón todo el tiempo.

Dijo que sus viejos se morirían de la dicha cuando les contara que tenía una novia escritora que vivía en Nueva York y que cuando yo fuera a conocerlos sacarían la vajilla china y los cubiertos de plata. Pero nada es perfecto; dijo que le preocupaba que sus viejos se enteraran de que soy bisexual, amiga de los estados de consciencia alterados y tan pública sobre mis aventuras sexuales. Me advirtió que no debía contarles nada. También dijo que le angustiaba contarle a su hijo sobre mí, porque entonces me buscaría para leerme, se enteraría de todas mis andanzas y creería que su papá se había vuelto loco. Acordamos que esperaríamos a vernos en Nueva York para confirmar que estábamos enamorados y entonces él volvería a Bogotá a contarle a su familia sobre mí y a enfrentar cualquier reacción negativa.

Un sábado, faltando diez días para su llegada a Nueva York, su hijo volvió del intercambio en Londres. La noche anterior mi fan enamorado me dijo que estaba muy nervioso pensando que su hijo se iba a dar cuenta que tenía una relación conmigo. Accedí a bajarle el ritmo al romance y esperar a vernos para no despertar las sospechas de su hijo antes de tiempo. El hijo llegó el sábado a la mañana y el fan enamorado se desapareció hasta el lunes durante el día. Cuando apareció, por chat, me dijo que había estado pensándolo mucho y que había decidido que mejor fuéramos amigos. Yo entré en histeria, morí de la ira y le dije hasta de qué se iba a morir. Se disculpó de cien maneras y me dijo que no me arrepintiera de nada de lo que le estaba diciendo. Por la noche volvimos a hablar y nos contentamos. El día siguiente, también por chat, me dijo que había estado pensando en todo lo que le había dicho y que había decidido que yo era una loca muy agresiva y que le daba miedo mi reacción. Decidió que no iba a ser capaz de manejar mis “reacciones violentas”, mis groserías y el hecho de que fuera tan impulsiva. Dijo que no lo esperara en Nueva York y no volvimos a hablar nunca más.

Quedé lastimada y me sentí burlada. Ya no supe, de todo lo que me había dicho, qué creerle. Durante casi tres semanas me dediqué a exorcizar mis demonios mandándole mensajes satánicos a través de Twitter, mensajes que solo él sabía que eran dirigidos a él. Y me quedé con las ganas de contactar a la exmujer que quizá seguía siendo su mujer. Pasaron pocos días y me conseguí un amante cubano. El amigo de una amiga, de carne y hueso, con contacto visual mientras me miente, como debe ser. Me olvidé de mi fan enamorado y me he dedicado a las congas cubanas.

La vida sigue siendo muy sabrosa.

Twitter: @Virginia_Mayer 

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