Cuando el médico se enferma

Lun, 19/12/2011 - 09:01
Transcurría una deliciosa velada, los amigos estaban por doquier, la compañía no se hacía esperar. De repente, el caos. Como siempre, llega sin aviso, sin ser llama

Transcurría una deliciosa velada, los amigos estaban por doquier, la compañía no se hacía esperar. De repente, el caos. Como siempre, llega sin aviso, sin ser llamada, de improviso y altera todo a su alrededor. No es otra que la enfermedad. Esa insidiosa compañera que se presenta ocasionalmente y que a veces llega para quedarse, se instala cómodamente cual invitado de aquellos que no queremos, pero que ni se da por enterado de nuestra ansiedad esperando su rápida partida.

Dos veces se ha presentado en mi vida en forma de malestar general, no definible, sin cefalea, contrario a todo cuadro médico descrito en la hipertensión. La primera en casa, ya en horas de reposo, la segunda viendo cine cuando caía la tarde. Las dos veces fue silenciosa, larvada hasta hacer su entrada magistral que lleva a la pérdida del control y a bajar la cabeza, a entregarse y contra todo deseo solicitar humildemente: vamos al hospital.

Que difícil es para un medico enfrentar la enfermedad. Los temores ocultos salen de la caja de Pandora abierta por una mano misteriosa. El temor al dolor, a la incapacidad o la muerte hacen su aparición y con ellos bajamos de nuestro pedestal, aquel en que nos consideramos inmunes a esa "enemiga" que combatimos día a día. Llegamos al mismo terreno de quienes se sientan frente a nosotros y súbitamente nos convertimos en uno más de ellos, los pacientes. Cuán difícil es cambiar de rol.

El temor al sufrimiento nos revela que por más compañía que tengamos, en la enfermedad ella y yo estaremos juntos e irremediablemente solos. Los demás podrán ayudarnos a aliviarlo, el sufrimiento, pero solo yo y ella lo padeceremos. Hay y habrá momentos en que ni esposa, madre o hijos hagan la diferencia. La enfermedad solicitará toda nuestra atención y como sufrientes tendremos que hacerle caso. En algún momento caemos en cuenta que ella y yo somos o parecemos una sola entidad y al estar tan juntos no hay quien entre, sino la soledad. Y los médicos somos malos para estar solos, somos peores para vivir el sufrimiento, demandamos mucha y continua atención.

Luego viene el temor a los colegas. Si, los médicos tememos a los médicos. Como dicen, el saber y el conocer nos hacen más vulnerables. Pensamos que sabemos más que el colega que nos atiende, hacemos cábalas sobre sus posibles aciertos y errores, hasta el momento en que nos encomendamos a sus manos plenamente. Pero eso no aleja los pensamientos y los sentimientos acerca del correcto diagnóstico y tratamiento. Seguimos siendo médicos, cuando debiéramos ser solo pacientes.

Y juzgamos, juzgamos la actuación de nuestros compañeros de profesión, "que no me examinó a fondo, que ni siquiera me desvistió, que le falta tal o cual examen, que no me escucha". Es verdad, también nos sucede lo que relatan muchos de nuestros clientes, al fin y al cabo en ese momento somos uno de ellos.

Todo se agrava ya que es un pensamiento colectivo dentro del gremio, el que si tenemos a un médico como paciente, se complicará más allá de lo habitual, o tendrá una enfermedad de diagnóstico difícil. Será más complicado tratarlo. Ni hablar de la iatrogenia, ya será otro capítulo. Si por casualidad hemos compartido casos con quien nos atiende, tendremos una idea de cómo ejerce, facilitando o dificultando nuestra entrega. Y esto se extiende más allá, a todo el personal de salud, enfermeras, terapeutas.

Los médicos somos difíciles, flojos, complicados, exigentes, poco caso hacemos, cuestionamos, interrogamos y cambiamos prescripciones. Ser enfermo médico o médico enfermo es un caos. Caos hasta cuando aprendemos la humildad que nos enseña la enfermedad.

Más sin embargo sirve sobremanera enfermar. Nos vuelve más humanos dicen algunos. Al sufrir el sistema de salud, al ser uno más dentro de la sala de espera, o esperando la autorización de la EPS, aprendemos conductas que se esperan de nosotros cuando ejercemos. Aprendemos a escuchar, a explicar, a tener paciencia, a creer lo que nos dicen. Cuando el dolor hace presa en nosotros comenzamos a creerle al paciente que no sabe como describir el malestar que padece o cuando lo asocia a situaciones no descritas en los textos para el estudio de la medicina. Ya no pretendemos que el cuadro clínico encaje a la perfección con lo aprendido en la escuela de medicina, nos abrimos a la diversidad a la individualidad.

Me adelanto a posibles críticas sobre este artículo, a puntos de vista diferentes o que no vean la realidad expuesta en los párrafos precedentes. Me adelanto a decirles que no es más que enfermar, queridos colegas, para comenzar a experimentar lo que he anotado. Si, es diferente ser medico a ser paciente. Si, la enfermedad si transforma.

Hoy me he concentrado en el lado negativo. Ciertamente también existe el lado amable, el colegage, la amistad sin reservas, el médico desconocido que es sumamente cálido, acertado, científico y humano, todo en uno. Así es como en general nos comportamos los médicos. Así es la esencia de nuestra vocación.

www.medicointerior.com

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