De repente me veo desde arriba, a dos o tres metros de altura, conversando con tres amigos, en la terraza de un jardín virgen dominado por inmensos arboles de los que cuelgan decenas de mangos.
Somos cuatro. Conversamos en ingles, en francés y en español sobre cuestiones artísticas hasta que la telaraña de la política termina atrapando nuestras palabras. No podemos si no estar de acuerdo -somos artistas y nuestro horizonte es imaginativo ¿o no?- pero por milésimas de segundos, los que se tarda la pelota en rebotar para desestabilizar al contendor.
Somos cuatro. De izquierda, de centro izquierda, de derecha, de centro derecha, o más bien de centro centro. No vale la pena pelearnos por eso… estamos en Miami.
Somos cuatro. Babacar M’bow, Director de MOCA, quien va a realizar una exposición de mi obra con la que se dará apertura a una loca semana ¡La del carnaval del arte! ¡Art Basel! La Feria de las Ferias en su versión Miami que pegó y ¡de qué manera!
Miami se transformo después de que el negocio del arte se instaló… por una semana al año. El centro mundial del arte es la misma Miami, la que desde mediados del siglo pasado ha ofrecido refugio a los cubanos que escaparon de las garras de Fidel; pero también a todo aquel que quiera huir, ya sea del frío del norte o de las carencias de su tierra. Los hay latinos por millones y africanos, asiáticos, europeos, de todas partes.
Somos cuatro. Máximo Caminero, pintor dominicano cuyo gesto de resistencia se conoció en el mundo entero: En el recién inaugurado Pérez Art Museum, tomó en sus manos una vasija -¿Ming?- del artista disidente chino Ai Wei Wei y la dejo caer al piso haciéndola añicos.
Somos cuatro. Jaime Salas quien lleva 37 años acá y terminó, , sumergido en el mundo del arte como todo Miami… por una semana.
Somos cuatro. Y estoy yo tratando de imaginar mi exposición en el MOCA que se hará, a pesar de que M’bow es de izquierda y Salas de derecha: ¿Qué haces exponiendo a un artista de derecha si tu eres de izquierda? le reclaman los artistas al director del museo.
Jaime esta fatigado de nuestras discusiones políticas. Son en francés con M’bow, en español con Máximo y en ingles entre ellos. Venir a Miami a hablar de política ¡por Dios! con el sol y la playa. ¿Política? ¿Hablar de política?
Esta es la ciudad de las múltiples ciudades, la de las interminables autopistas que salen de la nada y llevan a cualquier parte. La Miami que se prepara para recibir cada diciembre a un millón de personas atraídas por el arte y la fiesta, por la fiesta del arte y el arte de la fiesta.
Voy por la mitad de la novela de Wolfe, Bloody Miami, justo en el capítulo La Super Bowl del mundo artístico que me permite entrar por primera vez a la afamada Feria. El creador del Nuevo Periodismo, ya octogenario, sigue desconcertándonos con sus locas ficciones que son como las crónicas que me ayudan a darle existencia a esta Miami que no logro penetrar por más que recorra kilómetros y kilómetros cada día.
Somos cuatro los que hablamos, discutimos, nos acaloramos. En la distancia los problemas, los graves problemas que aquejan a mi Colombia, de los que nos ocupamos por un buen rato, no son tan graves. ¡Qué carajos! ¡Exageran! La paz está a un paso. Las conversaciones -tan sano que es dialogar y los colombianos de allá no lo quieren entender- van a tener buenísimos resultados y vendrá el progreso. Pero si hasta Barak es el nuevo mejor amigo de Raúl, hacen negocios y hablan de billones de dólares para Cuba.
Mientras exista Miami, nuestras penalidades serán llevaderas. ¡Cómo no! Mientras nos dé refugio -a usted, a mí o a quienquiera- por una semana o de pronto por toda una vida que se irá deslizando con sigilosos pasos, pueden hacer lo que les venga en gana: Santos, Castro, Maduro, Evo, Correa; y que continúen sus interminables diálogos que, mientras haya ron en Miami o en La Habana, aquí o allá, nos pondremos de acuerdo. Pero ¡No!
A América Latina se la lleva el diablo y Miami seguirá siendo nuestro pequeño infierno o paraíso donde encontraremos refugio en el olvido para que todo nos importe un carajo.
De acuerdo… pero ¡No!
Mié, 10/06/2015 - 09:38
De repente me veo desde arriba, a dos o tres metros de altura, conversando con tres amigos, en la terraza de un jardín virgen dominado por inmensos arboles de los que cuelgan decenas de mangos.
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