De prostis y otras livianas comedias

Mié, 09/05/2012 - 01:02
Una dama de compañía se ha convertido en el sujeto nacional de la exhibición y de la conquista de nuevos mercados para la “carne” de pecado, en el preciso moment

Una dama de compañía se ha convertido en el sujeto nacional de la exhibición y de la conquista de nuevos mercados para la “carne” de pecado, en el preciso momento del TLC, concomitante con las pomposas palabras de los gerentes hoteleros de Cartagena que promueven la venta de sus habitaciones, pero se hacen los de la vista gorda en los casos del turismo sexual. La tal dama de compañía hace parte de un grupo de mujeres que, en la rancia ciudad de Rafael Núñez y el irreverente poeta Luis Carlos López, ejercen un oficio antiguo, histórico e imbatible.

Quizás sea Babilonia el lugar que vio nacer a las prostitutas, mujeres en cuyas faldas los hombres depositaban monedas a cambio de favores sexuales. El origen de la palabra es el verbo latino prostituere que significa poner a la vista o exhibir algo para a venta. La palabra prostituta se formó con el prefijo “pro” y el verbo “statuo” lo que resulta una coincidencia: proponer. Aunque la profesional de esta labor no tiene esposo o compañero permanente, en el imaginario colectivo existe una conexión con la concubina que según los lingüistas deriva de concubinato, “acostarse juntos”. No olvidemos que “cúbito” es de uso corriente en los informes criminalísticos cuando se señala que un cuerpo está en posición horizontal decúbito dorsal o decúbito ventral, es decir, de espalda o sobre el vientre, iguales posiciones que se practican en el acto sexual.

En muchas culturas los hombres han podido tener las mujeres que sean capaces de mantener, como lo narran Las Mil y Una Noches por boca de Scherezade o en la Biblia las 700 concubinas del Rey Salomón. Como los musulmanes cultivaron la poligamia, los señores poderosos de la sociedad islámica, para cuidar de sus harenes y la fidelidad de sus esposas, se valían de esclavos castrados, los llamados eunucos. Pero el número plural de esposas en la historia de los hombres se debe a que las guerras, oficio de varones, dejaban miles de mujeres sin vida sexual y expuestas al botín del enemigo. Las mujeres viudas eran asumidas por el hermano como esposas para su protección y la de sus sobrinos, ligados por la sangre. No siempre tener concubinas hermosas ha sido símbolo de poder, sino de sobrevivencia del núcleo familiar o tribal.

En el medioevo los aristócratas se casaban con las hijas de sus pares a fin de ampliar o proteger sus dominios. A las aldeanas hermosas, muchas de mejor porte y calidad que las de la nobleza, les reservaban un lugar en la corte para gozar de sus favores sexuales. A esas las llamaban cortesanas.

Algo va de Dania a Mesalina. Algo va de Cartagena a Roma. Mesalina significa una mujer aristócrata, de costumbres disolutas y poderosa de la cintura hacia abajo. Su denominación proviene de Mesala, familia de la gens de los Valerius, entre cuyos célebres personajes está el general Marcus Valerius Mesala Barbado, educado en Atenas junto a Horacio y Cicerón y mecenas de las artes y las letras en Roma. La mujer más famosa de esa gens fue Valeria Mesalina, quien casó con el emperador Claudio. Mesalina era ninfomaníaca y por la noche se escapaba del palacio a los lugares de diversión desoldados y plebeyos, burdeles donde ejercía la prostitución con el nombre de Lyscisca. Durante un viaje de su marido, el emperador Claudio a Britania, Mesalina lanzó un desafío a las rameras de Roma invitándolas a palacio para competir cuál de ellas era capaz de fornicar con el número más alto de hombres en una noche. Escila, la prostituta más famosa de Roma, alcanzó a veinticinco. Mesalina siguió por varias horas más superando la cifra de su mejor competidora. Por haber participado en una conjura, Mesalina fue ejecutada en el año 48 por orden de Claudio, mientras un trovador popular cantaba a su invencible gloria vaginal.

Fue también a fines de la Edad Media en España donde se estableció la costumbre de poner en la puerta de las tabernas y lugares de diversión, un ramo, para distinguir el sitio de las residencias particulares y ordinarias. De allí nació la palabra ramera aplicada las mujeres que laboraban como prostitutas. Algo similar ocurrió entre nosotros. En los barrios o zonas urbanas “de tolerancia”, como llamaban a los lugares donde abundaban las casas de lenocinio en nuestras ciudades y pueblos, tenían en la puerta de acceso un bombillo rojo para distinguirlas de las familias de bien.

Ni heroínas ni villanas, las putas son seres tristes cuando no las aman. Y seres arcangélicos cuando reciben afecto de pasatiempo y dinero en efectivo. No es de extrañar que al diablo lo llamen “El Putas” y que en el lenguaje popular a quien es muy guapo para el trabajo, para el deporte o para alguna labor especial, le apliquen la misma denominación. Lo que resulta inexplicable es que una elevada dama de alcurnia y miriñaque diga que donde hay un hombre, hay prostitución. Es algo distinto, mi señora: allí donde hay putas, van hombres, incluyendo los gorilas de los servicios secretos. Porque si no, ¿de qué vivirían las putas y de qué vivirían los periodistas de la frivolidad? ¿Quién peca más: la que habla por la paga o el que paga sin hablar?

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