El Partido Verde, mal llamado Alianza Verde porque no es una alianza real, ya que parece mas bien un mal matrimonio de esos que se hacen por conveniencia y amenazan constantemente con la separación; que tampoco es que sea muy verde que digamos, y que para colmo de males, al paso que va puede terminar por no ser ni chicha ni limoná, parece estar destinado a fracasar como proyecto político alternativo, como opción social y democrática o como tercería o posición centrista en un país marcado por la polarización, la radicalización y el sectarismo que le han imprimido los sectores extremistas tanto de derecha como de izquierda, los cuales se suponía que iban a ser el objetivo a derrotar algún día por los verdes cuando nacieron como partido.
Sus acciones organizativas y sus prácticas partidistas están signadas por una extraña maldición semejante a la que vivió durante años la selección colombiana de fútbol antes de la era Peckerman. Grandes figuras individuales que no aprendieron nunca a jugar en equipo, valiosas estrellas que no lograron trascender sus egos y talentosos fenómenos que no supieron acceder a la emulación como ejercicio competitivo a partir de la iniciativa audaz y del espíritu emprendedor, antes que del sentido de predestinación que embarga siempre a los líderes cuando no consiguen superar las enfermedades infantiles del izquierdismo como el cortoplacismo, el vanguardismo o el caudillismo.
En medio de una asamblea atropellada, antidemocrática y con tintes de encerrona, en la que se gastaron los mayores esfuerzos en hacer exhibición de barras bravas petristas fanáticas antipeñalosistas se lanzaron lánguidamente las candidaturas a la alcaldía de Bogotá de dos buenos gregarios que parecen forzados por defecto a hacer las veces de capos en un ambiente esquizofrénico en donde los supestos aliados, Verdes y Progresistas, parecen vivir en carne viva la canción que dice “contigo porque me matas y sin ti porque yo me muero”. Carlos Vicente de Roux y Antonio Sanguino no desmerecen para nada esa postulación, sus calidades no están en duda, pero de lejos revelan una particular manera de darle nuevamente la espalda a la grandeza, al imperativo de interpretar el momento y a la firme decisión de cambiar de tercio.
Son tan malas las ofertas en las toldas tradicionales en todas su variables, que de seguro la suerte acompañará otra vez a los verdes para que no desaparezcan, así no hayan entendido nunca su propia razón de ser, ni su misión histórica para acabar con la violencia en este país. Pero apostarle a un triunfo para la alcaldía bogotana renunciando de entrada al mayor activo que tienen los verdes para este cargo es un auténtico suicidio político. Es derrotista que los verdes no logren entender que para la actual coyuntura de Colombia y para el singular caos bogotano el mejor alcalde que puede tener la ciudad se llame Enrique Peñalosa. Pero para eso se requiere pensar en grande, superar los egos, repensar el norte y derrotar sin sectarismo el sectarismo de los petristas.
Todo indica que una vez más el Partido Verde sobrevivirá electoralmente a pesar de no acertar ni en su compromiso ciudadano, ni en su papel visionario frente a las nuevas realidades, ni en su rol protagónico en el momento histórico que vive la Colombia de hoy o en su deber social frente a la crisis de viabilidad que sufre Bogotá. Pensar en la paz, en el posconflicto o en superar la tragedia de la violencia en este valle de lágrimas no parecen ser los motivos inspiradores de un partido que se alista para abordar una nueva contienda electoral sin hacer el menor esfuerzo por sintonizar con el amplio espectro de indignados que sueñan con que ojalá se produzca el milagro para construir una salida democrática, social e incluyente, cimentado en aquello que define el propio Carlos Vicente de Roux como el ADN de los verdes.
Es decir la equidad, la preocupación por los pobres, la ética de lo público y la eficiencia administrativa que han esgrimido de una u otra manera los exalcaldes bogotanos que fundaron el Partido Verde cuando soñaron con proporcionarle al país una organización de nuevo tipo, que aplicara lo que predica de cambiar las costumbres políticas y derrotar las corruptelas. Hoy los verdes no saben agradecer la suerte que han tenido para sobrevivir en medio de los desaciertos en la construcción de colectividad, los desafueros de sus dirigentes y el comportamiento de barras bravas que adquiere cada vez mayor protagonismo por el monopolio progresista que se quiere imponer.
Hoy el todo vale en el Partido Verde, que lo vio nacer hipotecado a los dueños de la marca, lo cual parecía una táctica válida para el momento, se ha apoderado de su esencia. Bien merece recordar la frase de aquel pensador francés que decía que “quien no actúa como piensa termina por pensar como actúa”. Hoy los verdes actúan en sentido contrario a los postulados que le dieron su origen. Sus proyectos caudillistas no van en el mismo sentido de defender la vida, luchar por la democracia, impulsar la ética de lo público y construir un proyecto político dignificante. Si hay algo que caracteriza a los verdes hoy es que ignoran la realidad política, no atinan con lo que los dialécticos llamaban el análisis concreto de la realidad concreta y una vez más dejan ver que no aprenden, que seguirán dando bandazos al calor e la emotividad de los más radicales y que los puntos cardinales que los congregaron para soñar parecen quedarles grandes a la hora de tomar decisiones.
Valdria la pena llamarlos a consultar con su conciencia a ver si les queda todavía algo de lo bueno que predicaba su maestro Vladimir Lenin cuando decía que "cada paso de movimiento real vale más que una docena de programas" y que “toda acción que tiende prácticamente a parar los pies de un modo efectivo a los ricos y a los pillos, a limitar sus posibilidades, a someterlos a una contabilidad y a un control rigurosos, vale mucho más que una docena de admirables disertaciones sobre el socialismo, porque "la teoría es gris amigo mío, pero el árbol de la vida es siempre verde”. Es probable que a los verdes haya que invitarlos a mirar hacia adentro para que busquen en qué momento se les refundió la voluntad de aplicar su teoría leninista de “combatir toda tendencia a crear formas estereotipadas y a establecer la uniformidad desde arriba”. Para recordarles que “las formas estereotipadas y la uniformidad establecida desde arriba no tienen nada que ver con el centralismo democrático”.
Pero como el árbol de la vida es eternamente verde, hay que seguir soñando porque todo puede reverdecer y todavía cantamos. Y si por algún milagro ocurre un accicente autocrítico o florece un espíritu como el que llevó al M 19 a acordar la paz, aún se está a tiempo de corregir este error suicida. Incluso sí se mira desde el punto de vista de fortalecer futuras candidaturas presidenciales vale la pena pararse en una tarima triunfadora y no en la triunfalista, mirar hacia un horizonte social mas que al socialista de palabra y autoritario de hecho, construir democracia desde la inclusión y no desde la exclusión clasista y pensar el futuro de las clases populares pero no desde el populismo. No desde los subsidios cortoplacistas que regalan el pez pero no enseñan a pescar.
El árbol de la vida es siempre verde
Mié, 26/11/2014 - 01:51
El Partido Verde, mal llamado Alianza Verde porque no es una alianza real, ya que parece mas bien un mal matrimonio de esos que se hacen por conveniencia y amenazan constantemente con la separación;