La vida es una intersección de tiempos; los recuerdos vuelven y se insertan en el presente y pueden influenciar el futuro. Cuántas veces se recogen los pasos para encontrar, o tratar de encontrar a alguien o algo; cuántas veces la memoria evoca una situación ante una similar en la actualidad. Cuántas palabras dichas; cuántos sitios visitados; cuántas ilusiones; cuántas risas; cuántas tristezas; cuánto amor; cuánta desesperación; cuánto miedo.
Jean Bosmans, aprendiz de escritor, recorre el París actual en busca de Margaret Le Coz, cuyo recuerdo es de hace cuarenta años. Pasa por el Metro y siente la oleada del primer encuentro; cruza la calle y la imaginación lo transporta al umbral de la puerta del edificio en donde ella trabajaba como traductora de alemán. Ve a alguien y se le parecen a los compañeros de Margaret con quienes compartía una cerveza. Va a los bares y cafés anclados en el pasado pero dinamizados en el presente. Todo en su búsqueda.
Él mismo también recorre su pasado, y los encuentros dramáticos con quien era su madre y su acompañante que siempre lo perseguían cual sombra que nunca desaparece.
En una mezcla del presente con el pasado; su vieja libreta de apuntes le sirve de bitácora y de mapa de viaje, de guía de detective en el recorrido en busca del encuentro. Una librería, una casa, un distrito, un diálogo. Todo son ecos que están adheridos al aire y a la memoria. La angustia de que “algunas palabras que oímos en sueños y que nos llaman la atención y nos prometemos no olvidar, no las recordamos al despertar, o no tienen ya ningún sentido”.
Bosmans busca a Margaret, pero se está buscando así mismo; lo que pasó y no pudo ser. El porqué de la huida de Margaret, intempestiva y misteriosa como su propio pasado; como el hombre que la perseguía; como toda su vida y su incertidumbre.
Modiano, reciente Premio Nobel, recoge ese espíritu y en El Horizonte nos deja entrever en esta novela corta y sublime, la esperanza del encuentro.
