Para que exista fascismo se requiere un ídolo, un ser capaz de convertirse en el dios todopoderoso, una promesa de vida que resolverá todos los problemas incrustados en la mentalidad fanática de sus seguidores. Esa persona tiene que ser capaz de ir siempre a la vanguardia de sus seguidores, ser más fanático, más decidido, más implacable con lo que se le atraviese y la masa lo seguirá.
En Colombia no hay duda que ese líder es Alvaro Uribe; ha logrado, en los últimos 15 años, convertir a sus electores en fascistas que no lo cuestionan, lo siguen ciegamente como un ramillete que él agarra con mano de hierro. La Convención del Centro Democrático de la semana pasada dejó claro esto, en especial por la boca de una de sus más apasionadas seguidoras: Paloma Valencia quien no dudó en colocarlo debajo de Dios, como si el único escalón que le faltara por cubrir fuera el de la divinidad, porque los demás ya los tiene copados.
Los líderes como Uribe no descansan, son obsesivos, compulsivos, eléctricos. Repiten unas pocas ideas o mentiras sin que les tiemble la voz, de manera que sus seguidores no requieran pensar, les basta con lo que le dice para estar en contacto con la divinidad y vivir una vida plena... Plena de odios, plena de señalamientos, plena de persecuciones a los que piensan distinto. Para ellos y ellas, la culpa siempre está en otro lado y en otras personas, nunca en sus propias toldas.
¿La Corrupción? En la otra esquina, dicen sin dudarlo; son capaces de desfilar como borregos para protestar por algo en lo que su líder y su partido está involucrado hasta los tuétanos. No recuerdan los escándalos del gobierno Uribista que durante ocho años, usó y abusó del poder para favorecer hasta a los propios hijos del presidente y a su hermano Santiago. Se les pasa por entre las piernas los goles de Reficar y Odebrecht, las concesiones a dedo y tanto otros negocios que se consolidaron bajo la complacencia protectora del líder que no dudó en feriar notarías, repartir subsidios y alimentar clientelas para perpetuarse en el poder, un gobierno que repartió mermelada entre los políticos y fomentó el lucro infinito de empresas privadas. Pero eso no lo ven los ciegos seguidores de Uribe, convertidos en secta que venera su imagen como a un divinidad.
¿La guerra? En el otro frente, en la guerrilla, aseguran porque los seguidores del dios Uribe piensan que el conflicto no existió o que si lo hizo estaba a punto de ser ganada porque se había garantizado el camino a las fincas de los grandes terratenientes. Asegura Uribe que el acuerdo de paz generará más violencia, que llevará a la guerrilla al poder y que Santos le entregó el país a las Farc. Y sus seguidores repiten y repiten lo mismo como una letanía, cuando sus argumentos son falaces, contraevidentes. Lo único que consiguen es generar un estado de zozobra y hacer crecer el descontento con la ilusión de desestabilizar al país.
Qué la economía está en crisis, que vamos a ser una nueva Venezuela, que ellos significan un cambio, que la esperanza está en el regreso del líder a dirigir los destinos de Colombia, etc., etc. Un sartal de mentiras, medias verdades, ideas sacadas de contexto, en fin, lo que ahora se llama posverdad y que en el fascismo del siglo pasado se llamaba simple y llanamente propaganda. Eso es lo que nos da el dirigente del Centro Democrático con el cuidado de irse rodeando de borregos, que no cuestionan, porque aunque puedan albergar dudas, no se permiten disentir para no caer en desgracia frente a un ídolo tan rabioso como es Álvaro Uribe.
Si no fueran tan peligrosas las cosas que propone, darían risa. Pero hay que tomarlo en serio, como finalmente Francia tomó en serio la amenaza de Marine Le Pen y le atravesó en su paso hacía la presidencia a un político joven e inexperto, el enamorado Macron que aprendió la sensatez seguramente de una maestra, hoy su esposa, 25 años mayor que él.
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El ídolo que adora Paloma
Mar, 09/05/2017 - 04:49
Para que exista fascismo se requiere un ídolo, un ser capaz de convertirse en el dios todopoderoso, una promesa de vida que resolverá todos los problemas incrustados