“Ya sabes que en el amor ambas partes creen que han hecho un mal negocio
y que el otro ha salido ganando.
Se olvidan del tercero en discordia, el amor...”
I.N.
En esta novela, El malentendido, la escritora Irène Nemirovsky pone de manifiesto a través de dos amantes, Denise e Yves, una fuerte confluencia de objetivos afectivos y sexuales, dentro de un apasionamiento exacerbado por el tufillo de lo prohibido. La intensa relación de estos enamorados clandestinos permite extrapolar sobre las relaciones humanas, constatar que una convergencia sobre aspectos pasionales, atenúa pero no borra la incompatibilidad sobre otros. Las diferencias sociales, económicas y circunstanciales, aun dentro de una estrecha comunión amatoria, no impide tener objetivos desiguales, y que cuando son divergentes malogran las relaciones. Cada hecho o detalle acaecido se vuelve entonces de difícil interpretación, y es analizado por cada amante de manera diferente, creándose así una atmósfera de suspición y malentendimiento. De ello nos habla magistralmente la novela. Irène Nemirovsky es una mujer extraordinaria, y no solo por su calidad de escritora, sino por la dramática vida que le tocó en suerte. Nacida en 1909 en el seno de una aristocrática familia ucraniana, forzada a huir con la irrupción de la revolución bolchevique en las Rusias imperiales. Instaurada en París en 1919, es víctima del monstruoso régimen nazi, bajo el cual perece por su origen judío. Asesinada en el tremebundo campo de concentración de Auschwitz en 1942 a sus tan solo treinta nueve años, deja una extensa bibliografía de la que solo una parte fue conocida antes de su muerte. Lo inédito de su obra fue publicado recientemente, sesenta años después, gracias a sus hijas que escondieron sus manuscritos en un viejo baúl. Numerosos galardones ha recibido a título póstumo, entre ellos el célebre Goncourt atribuido en el 2004 a su estupenda novela Suite francesa. Una docena de títulos, al cual más interesantes conforman su obra; algunos de ellos: David Golder, El baile, El Caso Kurílov, El ardor de la sangre, Los perros y los lobos, El Maestro de almas, Nieve en otoño; varios de estos han sido objeto de reseña en esta columna. Una constante en su obra: el carácter autobiográfico que denota crítica a su familia, pero gran nostalgia del paraíso perdido. En El Malentendido se ha esmerado la escritora en la construcción psicológica de los dos protagonistas, cuyos caracteres identifica claramente el lector a lo largo de la novela. Hay un esfuerzo y propósito de confección de sus rasgos precisos, y que para su mayor relieve no ha escatimado en subestimar a otros personajes, al punto de poco saberse de ellos, los convierte en utilería necesaria de la novela, sin mayor relieve, sin embargo, puntales de amarre de la robusta armazón. La trama desarrollada es más bien sencilla, sin mayores complicaciones y bastante lineal para que en nada se entrabe el foco; es que en la trama no está el intríngulis, la reflexión se centra alrededor del drama psicológico que apesadumbra a los personajes: la intensidad amorosa en un contexto de incompatibilidad de vidas y objetivos. La historia acaece en los años veinte y pone en escena a Yves Harteloup, aristócrata con una fortuna venida a menos durante la primera guerra mundial. Este apuesto joven pasa vacaciones de verano en Hendaya, en la costa vasca española, población en donde su padre poseía propiedades y cuyo recuerdo es nostalgia de una infancia marcada por la otrora abundancia y riqueza familiar. Una buena descripción de ese bienestar pasado está bonitamente ilustrado así: “Yves Harteloup había nacido en 1890, en pleno «fin de siglo», bendita época en la que París aún había hombres que no hacían nada, en la que se podía ser perverso con empeño y vicioso con orgullo, en la que, para la mayoría de los mortales, la vida, encauzada y apacible, discurría como un arroyo cuyo curso uniforme y cuya probable duración resultaban más o menos previsibles desde la fuente”. Quiso el azar que en el balneario vacacional de nuestra novela se encontrara también un viejo amigo, junto a Denise su joven esposa. Muy rápidamente Denise e Yves se enamoran y en ausencia del rico marido que viaja por razones de trabajo, desarrollan una pasión veraniega de grandes amplitudes. Concluidos los asuetos estivales, los amantes se reencuentran en París, su lugar de residencia y en donde continúan el idilio. Así suene lapidario, la trama no va más lejos de esta breve descripción. Justo así es suficiente para dar vida y cauce a la pasión amorosa que hierbe en esta adúltera relación. Pero las complicaciones en la pareja surgirán poco a poco como consecuencia de los diferentes estilos de vida, en particular de la gran disparidad económica. Denise es rica, Yves es un empleado de magro salario; ambos tienen, sin embargo, costumbres y gastos de aristócratas los cuales Yves no puede subvenir. Qué contraste con la vida de su padre quien “lo único que había deseado, el día de su muerte pudo decirle al cura que le prometía la vida eterna « ¿Para qué? Sólo quiero descansar. Lo he visto todo ». A guisa de colofón, y no sin antes recomendar la lectura de este libro que es la primera novela de Nemirovsky, traigo a recordación el manido tema: los seres humanos, aún al interior de relaciones íntimas, estrechas y bien avenidas, no sabemos comunicar adecuadamente los hechos, los deseos, las reacciones, los sentimientos. Sin perder de vista que muchas veces no aclaramos las situaciones por orgullo, por timidez, por temor, por evitar romper con la imagen forjada, por conservar el mito creado, o simplemente por razones ocultas, soterradas. Creando con esta carencia comunicacional confusiones e interpretaciones ambiguas, fuentes de conflictos y malentendidos. La comunicación es un arte que se aprende, que pocas veces nos es innato, y que en muchos casos, ex profeso, no deseamos hacerla nítida por conveniencia o prejuicio. Ah, complejos que somos los humanos, y más cuando estamos en cortejos amorosos, como es el caso que se ilustra en la pareja de esta novela.