El silencio de las inocentes

Mar, 23/01/2018 - 04:11
La columna de la periodista Claudia Morales en la que cuenta que fue violada por un exjefe ha despertado la solidaridad de muchos, la admiración de muchas y el reconocimiento general a su decisión d
La columna de la periodista Claudia Morales en la que cuenta que fue violada por un exjefe ha despertado la solidaridad de muchos, la admiración de muchas y el reconocimiento general a su decisión de desempolvar el episodio. Sobre todo destaca su valentía por atreverse a sacar en público algo que la atormenta desde hace mucho tiempo. Ella refleja en su arrojo que pretende contribuir a un proceso de curación interna, que debe llevar consigo desde el mismo día en que fue violada por su jefe, pero que también quiere alertar y poner el dedo en la llaga sobre el abuso sexual en los medios de comunicación y en los círculos del poder. Sin embargo, en este caso lo cortés sí quita lo valiente. Su valentía al decidirse a soltar el hecho se ve empañada al pretender mantener oculto al responsable. Su apología al silencio expresada en su reveladora columna termina por confirmar que ella jamás delatará al criminal y que comprende las razones por las que muchas mujeres guardan eternamente silencio frente a este delito. Con profundo respeto por las víctimas de abusos, por las abusadas por sus jefes, por los acosados sexualmente por sus superiores, como en la ¨comunidad del anillo¨, si bien el silencio es un derecho, también es una decisión indirecta de encubrir al delincuente. Y por más respeto que merezca el silencio y por más justificadas que resulten las razones para no incriminar al responsable del delito de violación, en este caso se puede caer en la complicidad por omisión y se puede afirmar que se raya con la violación del Artículo 67 del Código Penal que impone el deber de denunciar: "Toda persona debe denunciar a la autoridad los delitos de cuya comisión tenga conocimiento y que deban investigarse de oficio", con el fin de que el servidor público que conozca la comisión del delito inicie la investigación o ponga el hecho en conocimiento de la autoridad competente. En su columna y posteriores declaraciones en radio la periodista deja ver que tiene miedo, o peor, muchos miedos. Y que reivindica el derecho al silencio porque sabe lo poderoso que es "Él" y porque sabe de su capacidad de recurrir a cualquier cosa para salirse con la suya. Pero "Él", como sugiere que se le identifique, debe ser penalizado. Es probable que la periodista se ampare en el Artículo 68 que la exoneraría del deber de denunciar y que esté confundida con el de salvaguardar el secreto profesional pero ella parece ignorar que el Estado está obligado a ejercer la acción penal y a realizar la investigación de los hechos delictivos que conozca y que no puede suspender, ni interrumpir o renunciar a la persecución penal del delincuente. Y en este caso, la periodista puede no solo estar cerca de un acto de encubrimiento sino que si el Estado decidiera iniciar de oficio la investigación ella puede terminar en una conducta de obstrucción a la justicia. En cualquier caso la decisión de hacerlo público trae consecuencias más allá de la elemental cacería de brujas que desata una denuncia pública en abstracto sobre un jefe poderoso, en la que rápidamente entran en la lista por lo menos 10 jefes poderosos que ha tenido la periodista. Aquí también vale la pena mirar si es válido su silencio si lo que genera es la suspicacia y el consecuente señalamiento a todos y cada uno de sus exjefes. Hay que ser claros. En este caso no solo están en juego los miedos de la periodista, que son válidos y como ella misma dice lo que se condensa en la canción de Rafael: "¿Qué sabe nadie?" Aquí está en juego la impunidad de un delincuente que por el camino que va, si no se identifica, seguirá actuando a sus anchas. Aquí está en juego la posibilidad de que con su silencio no se haya evitado ni se logre evitar en el futuro que se presenten nuevas víctimas. Aquí está en juego un precepto ético que debe anteponer el bien común por encima de las conveniencias personales. Aquí está en juego el espíritu de la ley cuando obliga a denunciar el abuso para que el delincuente pague y para que no se presenten nuevas víctimas. Ahora que ha tomado fuerza la denuncia de delitos de abuso sexual, gracias a la onda que recorre el mundo de la fama y el poder y que se expresa universalmente en el #MeToo, que ha hecho que afloren por todas partes testimonios en contra de todopoderosos que han abusado sexualmente de mujeres subalternas, es urgente pedir a todas la Claudias Morales, las Yolandas Ruiz, las Paolas Ochoas y las Mabel Laras que se sacudan de una vez por todas, que le pongan rostro a sus denuncias y que sientan que ya no están solas. Que den el otro paso como propone Paola Ochoa en su columna, "Rompiendo el silencio" y que aspiren a que a los todopoderosos violadores les caiga el peso de la justicia y el de la condena pública. Es necesario trascender el respeto por el silencio en bien de dignificar a las mujeres, de castigar ejemplarmente a los culpables y de evitar la impunidad. El silencio de las víctimas al final las revictimiza. El silencio no las deja vivir en paz consigo mismas. El silencio las hace sentirse cómplices cuando se enteran de nuevas víctimas de sus victimarios. Respetemos el primer paso silencioso que han dado algunas, pero aboguemos por no hacerle culto al silencio, porque en este espinoso tema se convierte en una patente de corso para quien ha dominado los escenarios mediáticos y las esferas de poder a punta del silencio de sus víctimas. Apoyemos a Paola Ochoa en su iniciativa para que muchas más se atrevan a sacar historias de abusos, para que no se piense nunca más que es peor contarlo, para que la sociedad comience a darse cuenta que los papeles se han invertido y que ya no es tan fácil comprar la idea de que la víctima fue la provocadora o que la víctima es una trepadora que quiere sacar provecho de un famoso. Hoy el mundo sabe que los violadores han tenido licencia para violar pero la gente los quiere ver en la cárcel. Y eso solo se puede dar, si por lo menos se suman muchas más denuncias silenciosas que animarán necesariamente a delatar a los culpables.
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