Reseña crítica del libro “El Tramoyero ” de Fabián Sanabria
“El amor ya no es eterno y nadie responde por el abandono” F.S.
En este libro, su primera novela, Fabián Sanabria pone en juego dos historias paralelas entrelazadas a través de fragmentos que el escritor alterna sistemáticamente; tejiendo de esta manera una trenza lineal de párrafos largos. La bonita argucia de contar una historia en pasado y la otra en presente logra mantener alerta al lector sobre el desarrollo de las dos tramas, con la esperanza de que las dos historias converjan. Hecho que no parece ocurrir, en todo caso no es esto claro ni en lo explícito ni en lo sugerido. La primera historia utiliza letras del alfabeto para identificar a los personajes y en la segunda –de solo dos– no utiliza nombres. Las frases utilizadas, con alguna tendencia al hipérbaton, son cortas, lacónicas, al estilo económico de los telegramas de antaño. Una rareza. Una historia es narrada en primera persona y la otra en tercera, sin embargo, esta que parece ser la regla no se cumple siempre y se advierte el revoltijo que aparte de molesto por la carencia de rigor, induce a confusión. Una rareza. Desea Sanabria, por capricho (¿licencia literaria?) eliminar las comas del texto, con lo cual para suplir la evidente necesidad de ellas se ve el escritor en la obligación de reemplazarlas por frases que comienzan por una letra mayúscula. Por supuesto, una excentricidad sobrante que solo contribuye a dificultar la lectura (como si hubiese necesidad). Otra rareza. La novela contiene un cierto homoerotismo que los personajes masculinos disimulan o retienen por la prevención ambiente, aunque algunas frases y actitudes logran concretar el hecho; los non dit y non fait dejan de lado muchas posibilidades hedonistas por mero prejuicio, fiel reflejo de la pacata sociedad actual. El párrafo siguiente es bastante ilustrador de este propósito: “Si supiéramos que el verdadero sexo débil se llama Hombre. ¡Casi siempre de pie y abriendo las piernas Teniendo que huir sin otra ternura que la fuerza captada en la foto tomada junto a un amigo abrazándolo y debiendo tratarlo al mismo tiempo con toda rudeza! Otra rareza, que esta vez no es del escrito sino de la sociedad frenada en sus desatinadas aprensiones. Y así de rareza en rareza, hasta que uno desea concluir que el libro es “raro”; pero es que enunciar que un libro es raro es algo raro y que en general poco me acontece decirlo, o lo evito, porque es una definición imprecisa que parece ser más bien un eufemismo de algo que se teme expresar por falta de comprensión de un texto, o como una disculpa para no adentrarse en un análisis más riguroso. Faltaría a la verdad si asevero que no he utilizado el adjetivo raro para un libro, al menos lo he hecho mentalmente frente a algunos libros; ejemplos: Ulises de Joyce, textos de Samuel Beckett, Bertolt Brecht; pensé que sólo me ocurría con los irlandeses y teutones… a quienes, en medio de la rareza, admiro y/o son de mi agrado. Trata, sin duda, el escritor de buscar originalidad, su esfuerzo es loable. Cabe, sin embargo, preguntarse: ¿cuál es entonces el objetivo de la “estilística” –y de la narración– utilizada? Intuyo algunas respuestas: un deseo de lanzarse en el mundo de la escritura de novelas, de hecho el escritor anuncia una tetralogía y entonces este experimento sería un ejercicio de entrenamiento, o tal vez un afán de singularidad que le hace mezclar estructura, estilo lingüístico con frases asaz desconectadas. Ah eso: un performance escrito, se me ocurre ahora, y así nos evitamos la comprensión que es exactamente lo propio de ese particular mundillo. En cuanto al título “El tramoyero”, a no confundir con “tramoyista”, este último es quien tras escena se encarga en un teatro de que los efectos escenográficos cumplan correctamente el objetivo de ilusionar y venir en apoyo al texto y al actor en una representación teatral, mientras que “tramoyero” sería un individuo soberbio, aprovechado, vividor, injusto, machista, egocéntrico, malvado y otras tantas “gentiles” cualidades, que no constituyen propiamente un dechado de virtudes. En todo caso el Tramoyero, el protagonista de la novela, es un personaje, sin duda, aciago, de esos que no quisiera uno cruzarse en su vida y menos entretener algún tipo de proximidad; su mentalidad es de embaucador, arribista, don Juan y dispuesto a cualquier cosa, aun fuera de la ley, para sacar beneficio económico de quienes caen en sus redes. A Fabián Sanabria no le faltan galones ni bagaje es, entre otras tantas, antropólogo, doctorado en sociología, profesor, investigador, decano y director de facultades universitarias; eminente personaje del mundo humanístico, que merece y produce respeto y admiración; ya lo hemos visto con agrado en otros contextos. El autor es cultivado e ilustrado y con deseos de escribir; este primer intento novelístico no es aún muy concluyente, pero sí esperanzador del nuevo oficio en el que desea posicionarse. Lo que retiene al lector de la deserción de la novela es la expectativa que logra crear y el anhelo de que la cosa puede mejorarse, o el querer participar de una agradable “tomadura de pelo”: a lo mejor es la conjugación de estos tres aspectos que consiguen que el lector avance en su lectura hasta toparse con el final. Si se juzgara el libro sólo por sus primeras veinte páginas, la tentación sería grande de abandonar la lectura, sin embargo cuando, como es mi caso, se persiste por principio y disciplina (excepto si es Coelho o Efraín Medina) se lleva uno la sorpresa de que la novela es agradable, así se vacile del adjetivo. Vale la pena hacer el esfuerzo para descubrir un “método” y “estilo” que en todo caso no es el corriente y cuya rareza podría ser bien sinónimo de originalidad como ya lo comentamos.