Como ya es tradición las Farc se dedican a los fuegos artificiales con especial intensidad los fines de año. Semejantes a cualquier otro mal ciudadano que infringe las leyes, utiliza cohetes, volcanes, triquitraques, chispitas mariposas, para iluminar el cielo navideño, pero las Farc terminan quemando a otros, porque en vez usar la pólvora para alegrar una noche de parranda, lo hacen para aguarnos la fiesta a los demás.
Las celebraciones farcianas son eclécticas; primero, para que nos alegremos o nos distraigamos, hacen un anuncio rimbombante que nunca se sabe si van o no a cumplir, pero generan expectativa y le dan una luz de esperanza a las familias de los secuestrados. En plena Navidad, dicen como lo hicieron también el año pasado, que van a liberar militares. Recuerdo inclusive que algún prelado ingenuo se tragó la inocentada de las Farc del 2010 y aconsejó a las familias preparar una especial cena navideña para recibir a sus seres queridos. Lamentablemente la cena se quedó servida porque no liberaron a nadie. Esta Navidad fue igual, anunciaron liberaciones unilaterales. No se si alguien les haya creído pero yo no. Comí natilla y buñuelos y no me puse a esperar ninguna liberación.
Después de tan cacareado anuncio, regalo de Navidad, se dedicaron la noche de fin de año a los fuegos artificiales, explotaron un carro bomba en Orito Putumayo y mataron cuatro personas, entre ellas una bebé de apenas 8 meses de nacida, su madre y dos militares más. ¡Qué triste año viejo para el capitán José Claros que perdió a su hija y a su esposa en este infame atentado que además dejó 22 personas heridas!
Con esta acción demencial las Farc, como ya es usual, borran con el codo lo que han escrito con la mano. No puede entenderse su posición. No es creíble ningún anuncio de buena voluntad cuando su obsesión es hacer daño, utilizar medios terroristas y dejar en cada acto un mensaje de soberbia y de indiferencia frente al sufrimiento ajeno y los derechos humanos.
A esta guerrilla enceguecida de odio no se le puede desear un próspero 2012, sino por el contrario lo único que nos queda es esperar que en estos 365 días se consolide su fin, con o sin negociación, pero que se acaben de una vez por todas, que nos dejen vivir en paz, que no hagan más daño y que la comunidad internacional las condene definitivamente como lo que son: ¡terroristas!
Por otro lado, lo que si resulta esperanzador de verdad es el anuncio de Gustavo Petro de prohibir el porte de armas totalmente en Bogotá. En este país lo que sobran son armas y aunque la prohibición per se no garantiza la disminución de la violencia, si va gestando una cultura de desarme y esto en el largo plazo si es un proceso que facilita la seguridad ciudadana. Nada más peligroso, por ejemplo, que un borracho armado o un “ciudadano de bien” que considere que puede ejercer la autoridad por tener un arma a su disposición.
Bien, por Bogotá. Ojalá este buen ejemplo cunda y muy pronto otras ciudades tomen esta misma sabia decisión. Las armas deben ser monopolio de las fuerzas armadas, nadie más debe tenerlas, ni siquiera con la disculpa de “autodefenderse”.
Un próspero 2012 para quien se arriesgue a leerme y para todos los Colombianos y Colombianas, excepto, como ya dije para las Farc.