Justicia transaccional

Sáb, 15/07/2017 - 05:35
Con la aceptación por parte del presidente Juan Manuel Santos de que no se sentía a gusto con parte de los acuerdos que firmó con las FARC en La Habana se evidencia por primera vez, lo que muchos c
Con la aceptación por parte del presidente Juan Manuel Santos de que no se sentía a gusto con parte de los acuerdos que firmó con las FARC en La Habana se evidencia por primera vez, lo que muchos colombianos temían, que los pactos con la guerrilla al final no salieron tan bien. Que los acuerdos se pudieron hacer mejor y que se hubiera podido tener en cuenta la opinión de quienes habían votado por el NO, con lo cual se habría podido transar con los opositores y hasta se habría evitado echarle más leña a la polarización en la que se ha sumido al país durante los últimos años, la cual parece más por egos que por principios. Santos afirma ahora que muchas cosas de los acuerdos son el resultado de las transacciones que se tuvieron que hacer con las FARC. Acepta que hubo necesidad de transar, que no es otra cosa que haber cedido a las pretensiones de la contraparte. Y negociar es ceder pero esto debe ser en doble vía. Lo que además se evidencia es que Santos tiene perfectamente claro que siempre estuvo dispuesto a transar con los jefes guerrilleros en La Habana pero que por nada del mundo estaría dispuesto a transar con la oposición y menos en un pacto nacional, como se lo propuso en su momento el propio expresidente Alvaro Uribe Vélez. Aunque puede parecer una perogrullada decir que una negociación requiere de transacción reconocer ahora que hubo cosas que no le gustaron y que las transó sin importarle que había una nada despreciable masa electoral que no estaba de acuerdo precisamente con esos puntos deja ver que Santos se la jugó a su propio riesgo. Y venir a contarlo ahora y no en su momento para que la ciudadanía hubiera sabido en qué cosas no estaba de acuerdo su presidente y en qué puntos tuvo que transar y a cambio de qué, deja a Santos muy mal parado en cuanto al tema de la transparencia que exigía este proceso de paz. Lo cierto es que hacer transacciones es parte de lo que tiene que hacer un presidente que se embarca en un proceso de paz con una guerrilla que se había degradado hasta confundirse casi con la delincuencia común y que no estaba dispuesta a someterse a la justicia. Pero no es menos cierto que las transacciones debían ser de cara a la opinión pública y con total transparencia. Aquí, al contrario son muchos los casos en los que el gobierno ha dicho una cosa y luego hace otra, son muchos casos como el asunto de los salarios a los guerrilleros que primero Santos lo desmiente y luego lo termina pactando con la guerrilla. Y por el camino de las transacciones se puede llegar a cualquier lado. La licencia para las transacciones debe estar cubierta de una caparazón ética que se distancie de plano de la frase maquiavélica según la cual la política es el arte de engañar. Transar debe ser un negocio ganar-ganar y si hay que hacer concesiones deben ser claras y publicables. Se debe estar más cerca de la concepción aristotélica de que la política es el arte de hacer lo posible. Y en ese sentido aciertan quienes insisten en que aún es tiempo de buscar la reconciliación entre el uribismo y el santismo, como condición para hacer lo posible en el país. Pero como también se presenta la versión revisionista de esta frase parece que algunos se inclinan por hacer de la política el arte de hacer lo imposible. Hoy ya se siente que la mejor fórmula de transacción que han encontrado los encargados de investigar el caso de los dineros de Odebrecht a las campañas de Santos y de Oscar Iván Zuluaga es dejar caducar ambas investigaciones. Esa es una especie de justicia transaccional que se puede resumir en hagámonos pasito o deje así, porque el Consejo Nacional Electoral no puede dejar que se prescriba lo de la campaña de Santos sin que se venzan términos también en la de Zuluaga. Y si las transacciones se meten al terreno donde debía meterse la justicia pues poco se puede esperar para no creer por ejemplo que exista una transacción para que se libere al responsable del atentado terrorista al Club El Nogal y al tiempo se dicte medida de aseguramiento contra el hermano del expresidente Uribe. Con razón hay gente preocupada por lo que se puede haber pactado y hay mucha gente que no cree en la Justicia Especial para La Paz porque su carácter transicional parece haber dado paso a lo transaccional y ahí la espada de la justicia se puede convertir en la de Damócles sobre la cabeza de quien se encuentre en la mira de las emociones de los nuevos mejores jueces. La justicia transaccional que se abre paso no deja de ser otra perversidad más que se suma a la pobre patria tonta en donde la justicia se politizo y la política se judicializó. Y donde los órganos de control no parecen estar ajenos a esta manipulación. Por eso ya se ve venir una especie de guerra de controles. Una Fiscalía direccionada a castigar opositores de Germán Vargas Lleras, una Procuraduría enfocada en diezmar las fuerzas opositoras a Santos y una Contraloría que hará lo propio contra los uribistas. O cómo no enmarcar en esta guerra de controles la medida del Contralor distrital contra Gustavo Petro? De paso: se dice que una vez prescrito el caso de Oscar Iván Zuluaga éste se lanzará nuevamente al ruedo presidencial. Ojalá haya gente cuerda en el Centro Democrático que le recomiende que no cometa ese suicidio político, ya que además puede terminar por convertirlo en el enterrador del Centro Democrático. Aconséjenle los sensatos que quedan allí que se haga gallardamente a un costado y que más bien se decida a apoyar a un candidato decente y promisorio que tiene ese partido, el senador Iván Duque Márquez.
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