La amazona que vivió libre

Dom, 03/09/2017 - 04:54
“La libertad no es aislamiento, puede nacer sólo cuando
cada uno de nosotros comprenda su responsabilidad hacia lo tot

“La libertad no es aislamiento, puede nacer sólo cuando

cada uno de nosotros comprenda su responsabilidad hacia lo total”

Krishnamurti

  La humanidad, en general, avanza hacia rumbos de libertad, su esmero es enorme para, a pesar de una vida comunitaria, tener una relevancia personal, una expresión individual de un sentir personal, de una manifestación de actuar y de opinar sin restricción. ¿Sueño o realidad? ¿Anhelo utópico o posibilidad razonable? Seguramente la praxis nos induce a una respuesta oscilante entre estos dos extremos, porque la vida gregaria impone reglas, condicionamientos que forzosamente restringen el deseo de un sin límite del yo. La película “Amazona”, actualmente en cartelera en las salas de Cine Colombia, es un buen ejemplo de esta reflexión librepensadora y se presta cabalmente a estudiar las posibilidades y consecuencias de un ejercicio de libertad individual en el que los demás poco tienen por opinar o delimitar. Se trata de Val, una mujer inglesa, venida a nuestro país y que perdida de amor por la Amazonía, decide instalarse en sus selvas y recorrerla, hacerla suya, volverse nómada entre sus miles de kilómetros, entre la conjugación de opulencia vegetal, de agua y de fauna indomable. En ello basa su principal objetivo de vida, con desdeño de la civilización, tal como la entendemos actualmente, y de las pautas que rigen el mundo Occidental. Una mujer valerosa sin duda que abandona las maneras europeas, a las que pertenece, y que decide hacer su vida, tal como ella lo entiende, con caso omiso de principios y normas sociales preestablecidos; a cambio, más bien, un desprendimiento total y ensimismamiento en sus propias ideas, sin la opinión de los demás y en la desestimación de convencionalismos o críticas. ¿Admirable? ¿Inconsciente? Para ambos adjetivos hay cabida y en ello radica la fuerza de su vida y del documental que la recuenta. Además de lo bucólico de los paisajes, de la exuberancia de la naturaleza por donde se pasea la cámara, deja el filme, elaborado por su propia hija –Clare Weiskopf– a manera de inventario y de reflexión crítica algo más importante y de fondo: ¿Se puede llevar una vida de total libertad, sin la opinión y sin el pensar en las consecuencias que tal libertad acarrea para quienes nos rodean? Muy particularmente, la pregunta se orienta y toma particular relevancia, cuando se trata de hijos, porque Val tuvo cuatro, a dos de los cuales mantuvo en la selva por buen lapso, priorizando su sentir personal. Hay sin duda consecuencias y es al análisis de ellas a las que nos invita su hija. ¿Culpabilidad? ¿Acusación? ¿Himno libertario? De ello trata el documental. El comunismo pretendió eliminar la libertad individual y considerar sólo aquellos rasgos que pudieran aumentar el beneficio colectivo, una enorme utopía que mal se terminó; el ser humano necesita de expresión y comportamiento individual; a contrario la heroína de nuestro filme se traslada al otro extremo, ignora la colectividad y se entrega a su propia voluntad sin importar las consecuencias que para los otros implican. Los extremos y sus delirios corolarios comportan inevitablemente desvaríos. Ve uno a esta señora, ahora a sus 80 años, tratando de explicar que por encima de todo y de todos está la convicción y la vida personal, nada más importante que ello, ni los propios hijos –lo reitera. Difíciles explicaciones que sólo tienen respuesta con cándidas frases, con sencillos discursos que difícilmente resistirían un debate de ética, libertad y altruismo. No quiso su hija cineasta establecer una sentencia a su madre, se contenta con elaborar una narrativa biográfica y de lanzar sibilinamente algunas preguntas que bien escuchadas encierran matices de reprensión. Deja así al espectador sacar sus propias conclusiones. ¿La drogadicción de uno de sus hijos, criado en estas condiciones, es consecuencia de este método de vida? Val lo niega, cree ingenuamente que los principios se fabrican solos, que no hay aculturamiento, ni necesidad de él. Su discernimiento impúber nos recrea el buen salvaje de Rousseau. En la sala a la que asistí se presentó en persona, después de la función la propia Val, para un conversatorio improvisado, que tornó más bien sobre cuestiones de gran simplismo y de índole narrativo. No se atrevió el público a lanzarse en grandes debates, tal vez; prefirió contentarse con el verdor de la selva y su exuberancia que emprender controversias de honduras metafísicas, de las cuales difícilmente podría la protagonista salir bien librada. Este filme que tiene el gran merito de existir y de presentar la vida de una madre, amerita la opinión (¿el juicio?) del espectador, es en ese sentido que vale la pena su consideración. Un mundo influenciado por el hipismo de los años 60´s y que trasladado a la selva amazónica reviste particular atención y exotismo en pleno siglo XXI. ¿Puede ejercerse la libertad individual sin pensar en las consecuencias hacia los demás? Es el meollo del asunto trazado y es la respuesta a que invita el planteamiento documental.  
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