Cuando el trabajo nos abruma, cuando estamos al límite de él, cuando no nos satisface, la mejor excusa para cambiar, la provee la enfermedad. Aseveración fuerte, muy fuerte dirán algunos, otros lo saben por razón de su quehacer profesional.
No sabemos decir NO, directamente. Socialmente es inaceptable decir NO en muchas ocasiones. Laboralmente es casi impensable decir NO, no quiero, no puedo, no estoy dispuesto. Pareciera que en el trabajo no pudiéramos tener los sentimientos de aburrimiento, de desesperanza, de agotamiento. Por lo tanto, la mente encuentra su camino y predispone al cuerpo para enfermar. La enfermedad nos permite decir NO de una manera aceptable, casi que compasiva.
Cuando estamos cansados de picar cebolla, o de digitar datos en el computador, o de asistir a reuniones tediosas de la directiva empresarial, la enfermedad nos puede servir de parapeto para tomar un tiempo o incluso, a veces, para cambiar definitivamente nuestra rutina diaria.
La gripa o el dolor de cabeza nos alejan de reuniones.
El adormecimiento de las manos nos permite solicitar pausas, descansos, incluso cambio de puesto.
El dolor de tendones nos conduce a trabajos menos repetitivos, menos rutinarios.
La disfonía nos permite decir NO, no quiero hablar y quiero aprender a escuchar. La tortícolis nos muestra la rigidez de nuestros pensamientos, nuestra negativa, el NO, a “mirar otras opciones” teniendo la cabeza rígida y por tanto la mirada al frente únicamente. La gastritis nos permite decir NO, no solo a ciertos alimentos físicos, sino a “ingerir” ideas contrarias a nuestros valores. La diabetes nos aleja de la dulzura de la vida, decimos NO a los placeres que consideramos no merecer.
En la medicina mente-cuerpo, la enfermedad continúa teniendo sus causas físicas, orgánicas, pero el terreno para que suceda está predispuesto por la mente. La mente baja nuestras defensas, disminuye el umbral al dolor, pone los músculos tensos, o sea, prepara el terreno para que la enfermedad haga su aparición. En la medicina mente-cuerpo se reconoce la validez de la enfermedad física y se agrega un sustrato emocional, ambiental, mental para que el cuerpo altere en principio su fisiología. La causa se reconoce más allá de los principios mecánicos, físicos o químicos y se entra al terreno de la psico-biología como causa primigenia.
Todo esto sucede en nuestro subconsciente. Obviamente no es que lo hagamos a propósito, no. Simplemente la mente busca su válvula de escape y la enfermedad es inmejorable para tal fin.
Ya que tener la valentía de reconocer que se desea profundamente cambiar el trabajo, u otros múltiples aspectos de la vida, enfrentando las consecuencias económicas, familiares, los temores personales al desempeño, a la sobrevivencia en necesidades esenciales, no es frecuente. Seguimos tanto lo que se espera de nosotros, que relegamos a un segundo plano nuestros anhelos profundos y existenciales. Por mantener un ritmo de vida dado llevamos al cuerpo al límite de su resistencia y cuando lo sobrepasamos, sencillamente enfermamos. Qué gran alegría tener ese espacio de tiempo que nos da la enfermedad para reflexionar y tomar decisiones.
La próxima vez que enfermemos tenemos la oportunidad de oro para explorar nuestro ser a profundidad. Podremos ser sinceros con nosotros mismos y reconocer que existen muchos NO que quisiéramos expresar. También podremos relacionar dichos no, con sueños por cumplir, con metas por alcanzar, por cambios aplazados. Luego, llenarnos de fortaleza y seguir en pos de los dictados del alma.